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La vida de José Miguel Maschietto era la prueba del sueño ecuatoriano. Un niño esmeraldeño adoptado a los dos años por una pareja de italianos se había convertido antes de los treinta en un laureado director de orquesta. En abril de 2013, el embajador de Ecuador en Alemania, Jorge Jurado, leyó su currículum en un recital donde el invitado estrella era el presidente de la República, Rafael Correa. Jurado, que actuó como maestro de ceremonias, dijo que Maschietto había ganado más de cincuenta y ocho premios en su corta carrera, y esa misma noche, recibió uno más: El Golden Europea Award, que entrega la Unión Europea de las Artes. Pero su historial era una mentira. El único premio confirmado es el de esa noche, entregado por una organización fundada en 1999 y de la que era vicepresidente. Maschietto lo llamaba “el Óscar Europeo de la Cultura”. Se había fabricado una imagen al tiempo que aplicaba como candidato para convertirse en el cónsul de Ecuador en República Checa. Se estaba aprovechando de la prensa ecuatoriana, que no creyó necesario –hasta que fue muy tarde– verificar las credenciales de un músico clásico.

Su impresionante currículum, avalado por el embajador Jurado, llegó enseguida a los medios de Ecuador. En mayo de 2013, la revista Vanguardia sacó un reportaje de cuatro páginas titulado “El retorno del director”. Ahí hablaba de Maschietto y su intención de conocer mejor al Ecuador. El músico –la única fuente del artículo– decía que en alguna ocasión había acompañado en el piano a Andrea Bocelli y a Plácido Domingo. Días más tarde, diario La Hora hizo lo propio, con un artículo basado en la nota de Vanguardia. Pero Maschietto fue un poco más allá en septiembre de 2013, cuando El Telégrafo publicó un artículo titulado “El esmeraldeño José Maschietto gana premios y dirige orquestas”. La nota, firmada por la periodista María Martínez, decía que Maschietto había compuesto la música de Gravity, la película de Alfonso Cuarón que protagonizan George Clooney y Sandra Bullock. La nota incluía una foto del músico donde sostenía una estatuilla del León de Oro –pero en otro color, más bien cobrizo– que entrega el Festival de Cine de Venecia. Durante la gala de inauguración del festival, Maschietto pasó por la alfombra roja y fue entrevistado por un reportero de la cadena italiana de televisión RAI como el compositor de la música de Gravity, que abría el evento. Pero en IMDB, la mayor base de datos de películas en internet, Maschietto no aparece en los créditos de la película de Cuarón. El autor de la música era Steven Price. Según el ítalo-esmeraldeño, había sido un error. “Es importante aclarar que yo no compuse la música”, dijo en un chat de Facebook en el que explicaba que él había sido contratado para dirigir a la orquesta que la ejecutó. Pero ese fue el trabajo de Geoff Alexander. Otra vez, IMDB lo contradecía.

La nota de Martínez fue un problema para El Telégrafo. Cuatro meses después de haber sido portada en Vanguardia, Maschietto había expandido el espectro de mentiras. Y eso le costó al diario público. Según el músico, se había formado en conservatorios como el Alla Scala de Milán o la Royal Academy de Londres y en 2011 lo nominaron al Grammy, donde perdió contra “su gran amigo” Gustavo Dudamel, director de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela. En el mismo artículo dijo que era el director de la Filarmónica de Praga. Pero todas estas instituciones negaron conocerlo. Maschietto sabe tocar el piano, pero nadie sabe con exactitud de dónde salió.

Varios elementos ayudaron a inflar la figura de Maschietto. Pero básicamente, la fórmula fue mostrar un poco de verdad para filtrar mucha farsa, una que estábamos dispuestos a creer. El aval del embajador Jurado, su breve aparición en la alfombra roja de Venecia televisada por la RAI, el premio de la Unión Europea de las Artes recibido en presencia de Rafael Correa y la múltiples entrevistas que le realizó María Martínez –tanto para prensa escrita, radio y televisión– fueron suficientes para crear una imagen que no era. Pero Boris Cepeda, un pianista ecuatoriano radicado en Alemania, empezó una campaña en Twitter para desmentirlo. Usaba el hashtag #MaschiettoMastropiero, en alusión a Johan Sebastian Mastropiero, el músico ficticio –y fracasado– que se inventó el grupo argentino de músicos y comediantes Les Luthiers. Las pruebas llegaron rápido: Emails de instituciones que decían no tenerlo en sus registros, evidencia de fotos trucadas en Photoshop por Maschietto, y la total inexistencia de su nombre en la lista de nominados al Grammy y la prensa europea eran contundentes: él no era el músico ecuatoriano que había conquistado Europa, como nos quiso hacer creer.

La mentira de Maschietto duró seis meses. Cuando fue descubierto, renunció a la vicepresidencia de la Unión Europea de las Artes, cambió su usuario de Facebook de Miguel Maschietto a “Leugim Otteihcsam” –el mismo nombre escrito al revés– para después cerrarla definitivamente. Retiró su aplicación para ser cónsul de Ecuador en República Checa y desapareció del mapa seis meses más, como si fuera un tiempo en el que purgaba sus culpas. En marzo de 2014, una web checa le dedicó una nota. Ya no se promocionaba como el director del inexistente festival de música clásica Venice-Prague, sino como un pianista que ejecuta Alchemist of Dream, un espectáculo que combina música clásica y danza. Ha vuelto a ser lo que es: un artista anónimo que aparece esporádicamente en los medios de comunicación.

El episodio de Maschietto fue una lección dolorosa para la prensa ecuatoriana. La página especializada musicaltoronto.org lo dice así: “Aunque la capacidad de búsqueda de Google es increíble, engañar a la gente es muy fácil”. Y lo peor es que el tratamiento era de un orgullo nacionalista extraño: Poco o nada tenían que ver los logros inventados de un músico criado en Italia con “la conexión entre el legado de los africanos y el ritmo que le fluye por las venas”, como lo quiso presentar Vanguardia. El Maschietto que conoció el país era tan ficticio como Mastropiero, y pese a la evidencia insuficiente, escogimos aceptar su historia porque nos contó algo que queríamos creer.

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¿Cuánto se puede sostener un currículum musical ficticio?