El campeón se dormía. En la octava partida por el Campeonato Mundial de Ajedrez, el noruego echaba una siesta. La noche previa no había dormido bien, y larga fue la jornada previa en Sochi, Rusia, donde luego de 122 jugadas, firmó el empate en una partida en la que el caballo que tenía de más le era insuficiente. Desde entonces, el campeón se dedicó a no perder. Abrió la posición en los juegos restantes y buscó reducir las fuerzas de ataque cambiando damas enseguida. La fórmula para las tablas le servía para neutralizar al retador, el indio Viswanathan Anand, ex campeón del mundo que iba por la revancha. El 23 de noviembre de 2014, Carlsen revalidó su título con una nueva victoria. “La historia dirá que ganó Magnus Carlsen, pero lo cierto es que perdió Viswanathan Anand”, escribía Leontxo García. El noruego había logrado lo que quería: fatigar a su rival.

El Mundial de Ajedrez empezó con emoción. En las cuatro primeras partidas, siempre alguien rozó el desastre. Si la posición fue la fortaleza de Carlsen en las rondas uno y dos (un empate y una victoria), Anand contestó con su mejor arma: el tiempo. Con eso le bastó al indio, conocido por su habilidad en las partidas rápidas, para quitarle reacción al campeón y mantener igualada la serie hasta la quinta ronda. El sexto juego fue surreal: ambos cometieron un error determinante, pero fue el noruego el que lo supo aprovechar y lograr una nueva victoria, y desde entonces, con un punto de ventaja, jugó su carta ganadora: Se convirtió en una máquina de agobio.

Anand estuvo cerca de forzar el desempate, una serie de partidas rápidas (veinticinco minutos) que le favorecían. Pero fracasó en la undécima ronda. Esa tarde, otro empate se le venía y sus opciones no eran muchas. Decidió entonces hacer un sacrificio que pocos entendieron: En la jugada 27 perdió la calidad. Cambió su torre por un alfil para colocar en el flanco de dama un peón pasado en busca de convertirlo en dama. Anand se arriesgó porque había armonía en sus piezas: en finales, tener los dos alfiles es bueno para cualquiera. Pero el indio había errado el cálculo. Sin querer, Carlsen se encontró en ventaja de material, y la explotó, como el Deep Blue viviente que es.

Anand sacrificó una torre en la partida que definió el campeonato en favor de Carlsen.

Carlsen ganó el match por cansancio. Un cansancio que era también el suyo. En la quinta partida, el tiempo apremiaba, porque cuando Anand quiere, juega como una bala. Sin pensar demasiado, tomó con su dama un peón desprotegido en la jugada 22. Pero de poco le sirvió. Carsen le había tendido una trampa que obligó a Anand a cambiar damas para evitar la catástrofe: el alfil blanco amenazaba un jaque al descubierto que le podría costar una torre.

Carlsen estuvo a punto de caer en una trampa en la quinta partida.

Para el noruego, el empate fue un alivio. Y esa partida le trajo la clave para acabar con Anand: cambiar dama por dama, quitarlas del tablero, que es como enfrentar a dos ejércitos sin armas. Luego de ganar la sexta partida, a Carlsen no le hacía falta otra victoria, así que puso la corona en el congelador. Lo que necesitaba era no perder. No es fácil sacar tablas en las últimas seis rondas de doce. Pero el campeón lo logró. Hasta empató la novena ronda antes del control de tiempo, en solo veinte jugadas.

Tablas rápidas, en veinte movimientos. En 2013, Carlsen y Anand empataron en 16 jugadas la primera partida del Mundial.

Carlsen convirtió los siguientes juegos en especulaciones infinitas. Como debía responder con velocidad al rápido Anand, simplificó enseguida las partidas. En cuatro de los cinco últimas, cambió las damas en el octavo movimiento. Sin armas, Anand empezó a caer en la desesperación, y cedió a falta de una partida, donde le tocaban las blancas, la iniciativa. Anand cayó más por cansancio que por falta de opciones. Curiosamente, el juego que había empleado Carlsen al inicio le fue el más útil al final. Cuando jugó con blancas, nunca cambió su apertura y se aferró al peón de Rey en la casilla e4, la más popular entre los ajedrecistas: es elástica porque permite que las piezas circulen por el centro del tablero; propicia para el ataque, pero también para abrir columnas y presionar cambios. Algo raro en un jugador conocido por salirse de los libros, por querer ser sorpresivo desde el comienzo.

El juego interminable. La séptima partida duró 122 movimientos. Después de la jugada 60 (el segundo control de tiempo), Anand y Carlsen tenían 30 segundos por turno.

Al final, el que ganó fue un Carlsen tan elástico como su apertura, dispuesto a sacrificar la búsqueda del triunfo por asegurar el empate. Talvez la corona ganada en 2013 y refrendada en 2014 lo ha vuelto menos dado a arriesgar, porque ahora tiene todo por perder. En la recta final del Mundial, Carlsen dejó de ser ese jugador que no se conforma con un empate que lo vuelve campeón si ve la opción de ganar. Tal vez Anand le contagió la apatía de la que lo acusaban sus colegas. O Carlsen solo quiso salir sin complicarse de este duelo, y alejarse de ese “síndrome de la revancha” del que habla Garry Kasparov. Quién sabe si volvamos a verlo dormir frente al tablero.

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José Miguel Cabrera Kozisek
(Ecuador, 1988) Periodista en bicicleta. Ajedrecista de barrio y estadígrafo de la Copa del Mundo. Defensor de la guayabera, conmovido por la tradición popular y cultor del juego de palabra pueril. Editor de Cartón Piedra. Exeditor asociado de GK.
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