El festival de literatura Palabra Ciudad no tuvo ninguna escritora invitada
¿Por qué no hay grandes mujeres artistas? La historiadora de arte estadounidense Linda Nochlin se hizo esa pregunta en 1971. La repito en la universidad cada vez que doy clases de Arte y Género. Pero nunca, hasta la semana pasada, que fue el LIT Festival, Palabra de Ciudad, en Quito, la sentí tan pertinente. O, mejor dicho, tan impertinente, porque más de cuarenta años después, no deberíamos preguntarnos lo mismo. El encuentro —organizado por Leonardo Hidalgo, director del Centro Cultural Benjamín Carrión y producido por Diego Oquendo— no tuvo ninguna escritora invitada y dejó en el aire la pregunta: ¿no hay mujeres en la literatura ecuatoriana?
La respuesta que encontró Nochlin, pensando en las mujeres artistas hasta inicios del siglo veinte, es simple: la historia del arte, contada siempre por hombres, no las incluyó en el guión. Los parámetros sociales tampoco han permitido que las carreras femeninas despeguen del mismo modo que las masculinas. Si volvemos al 2014 y pensamos en el LIT Festival, parecería que las escritoras ecuatorianas no existen si se programa un festival donde los invitados son solo hombres. Tampoco existen cuando –con una excusa simplona– admitiendo “el error”, el problema queda saldado y todo sigue igual.
Siempre hay disculpas. Me imagino un discurso torpe y a la defensiva. Que invitaron a una escritora —sí, una, la argentina Leila Guerriero—, pero canceló por problemas en el viaje. Que habría otra, pero tampoco pudo. Y que sí, hay escritoras en Ecuador, pero tampoco las llamaron. Es decir que se dieron cuenta de la omisión y no la remediaron —que es peor—.
Pero no hay solo dos o tres mujeres escritoras en este país como para pensar que si ellas no pueden, se acabaron las opciones. Son legión. Y son una legión poderosa, que escribe poesía, cuentos, novelas, literatura infantil, ensayos, crónicas, columnas y cualquier cosa que se les antoje. Una lista rápida: Gabriela Alemán, Aleyda Quevedo, Lupe Rumazo, Solange Rodríguez, Leonor Bravo, María Fernanda Heredia, Mónica Ojeda, Marcela Ribadeneira y podría seguir incluyendo a editoras y libreras. Tal vez sean una legión invisible, sólo porque no es habitual verlas aplaudiéndose entre ellas, ni pavoneándose en pequeños grupos, ni citándose, casi a duelo y con testigos incluidos, para reclamarse por no haber sido mencionadas en ensayos hechos por sus pares.
El error del LIT Festival desenmaraña una discusión incómoda con varias aristas. Sirve para cuestionar los modelos de organización de los eventos. Muestra que la administración cultural se hace a la loca, sin protocolos ni políticas. Las buenas voluntades y las amistades no bastan para armar un festival con fondos públicos (el LIT Festival fue parte de los programas de fiestas de Quito de la Secretaría de Cultura). Se requiere comités de selección, evaluación de opciones, justificación de decisiones… Ejes, guiones y perspectivas a futuro. Cuando esas bases no existen, los eventos terminan siendo sólo disparos al aire, espectáculos pasajeros.
Es necesario hilar fino para entender cómo se crean las ideas que nos rodean. Pensar qué significa, por ejemplo, que el LIT Festival ofrezca una conferencia titulada Cómo se construye un cuerpo femenino sin tener siquiera la perspectiva de una mujer como contraparte o como moderadora (no es justificación decir que había mujeres en el público, pues entre los presentadores y el público hay una distancia simbólica de poder, ejercida por los roles que se interpretan: el que habla y el que escucha, el que sabe y el que aprende).
El lenguaje construye realidades y en este caso dar forma a un cuerpo femenino sin su presencia es inconcebible. Así se revive uno de los malos hábitos del modernismo, expresado de modo brutal por Charles Baudelaire en El Pintor de la Vida Moderna, escrito en 1863, o en las obras de Manet: asignar a la mujer el rol de sujeto a ser representado, incapaz de representarse a sí misma, dependiente siempre de la mirada masculina para confirmar su existencia. De Baudelaire y Manet hasta nuestros días ha pasado más de un siglo, pero los hábitos siguen implantados con microchips en nuestros cerebros.
Y si lo femenino está sujeto a ese tratamiento, resulta impensable dar espacio a otros cuerpos, ni imaginarse la posibilidad de hablar del cuerpo trans. Además, es arrogante pensar que alguien puede atribuirse la potestad de saber cómo diablos se construye un cuerpo.
Hilar más fino todavía y preguntarse por qué los expositores aceptaron participar en un evento sin mujeres. Me encantaría saber si pensaron al respecto ¿Les incomodó? Pienso en eso y en #manpanel, una iniciativa contra la discriminación de género en la creación de políticas globales sobre paz y seguridad. Los hombres registrados en la organización se niegan a participar en actos donde no haya mujeres invitadas. La igualdad de género no es cosa sólo de mujeres.…
No abrir un debate y callarse sólo porque fue una omisión sin mala voluntad, sería, una vez más, ocultar un problema que sale del campo del arte, para implantarse dolorosamente en nuestra mente, dentro de los sistemas de representación de género y las categorías patriarcales y heteronormadas que asignan roles dentro de la sociedad. Normalizamos un discurso cuando las omisiones se pasan por alto sin ser pensadas en voz alta.