Alejandro Fajardo explora la ira y el desconsuelo del encierro en un monólogo acerca de la memoria histórica, ambientado en la dictadura franquista.
Habitación 42 es un retrato del proceso de deshumanización ante la represión y la injusticia
El pasado debe ser contado de una generación a otra, para que sus enseñanzas perduren en el tiempo y sus protagonistas nunca sean olvidados. Escrita por el español Víctor Boira, interpretada por Alejandro Fajardo y dirigida por José Burgos, Habitación 42 es una pieza que nos traslada hacia la época del franquismo, a ese momento político de totalitarismo y dolor que vivió España en los años 30.
Para hacerle justicia a los hechos y las personas reales que inspiraron Habitación 42, el actor guayaquileño Alejandro Fajardo –flaco, pero no esquelético; alto, pero no tanto- se aísla antes de salir a escena a interpretar a Enrique, el protagonista del monólogo. “Venía dos horas antes del ensayo y me quedaba en silencio en el lugar de la obra”, cuenta Fajardo con su voz grave de dicción marcada.
“Te afecta y te das cuenta de que hablas contigo mismo”, concluye Fajardo sobre el encierro. De esta forma, construye un personaje que representa el sufrimiento y la crueldad que se vive en un régimen fascista.
El impacto de lo real
Fajardo describe a Habitación 42 como una pieza que logra que la audiencia indague y realice interpretaciones propias acerca de su final. Y todas son válidas. “Es un drama fuerte, la historia termina muy arriba en el sentido dramático y la gente se va afectada”. El público desea entender a este personaje y precisar los hechos de su historia personal en base a las pistas –las mínimas y las contundentes- que encuentra en la puesta en escena.
El libreto pasó por ligeras modificaciones para suavizar el tono político y mantener el contexto atemporal, visualizar estos hechos como algo que pudo, puede y podría suceder, no sólo en España sino en cualquier lugar del mundo. Sin embargo, a pesar de los cambios, el sentido permanece: no guardar en un baúl el pasado, nunca dejar de visitar los recuerdos de sufrimiento y dolor de quienes vivieron este proceso histórico de primera mano, tal como los amigos del abuelo de Boira, en cuyas historias se inspira la obra.
Atrapado bajo un geriátrico en el cual vive una anciana con Alzheimer, Enrique cose y descose una historia que se arma con recuerdos y esperanzas. La obra se revela de a poco, mediante lo que Enrique escoge compartir con la anciana. La información llega fragmentada y el público va descubriendo detalles que permiten darle sentido a la construcción dramática, como si fuese un rompecabezas, cuyas piezas son flashbacks que nos aclaran la imagen del personaje. Enrique transita por casi todas las emociones: la ira, la desesperanza, la tristeza, la negación, la alegría o el miedo y muestra su humanidad al descubierto. Eso que solo existe cuando nos quedamos con nosotros mismos.
Este es el primer trabajo en el cual Fajardo debe cargar sólo con todo el peso de la obra. Son 55 minutos en los que él se vuelve el conductor de las emociones de la audiencia y, apoyado de un texto hábil, logra capturar la atención de la sala y conmover por su similitud a lo real y a eventos que son parte de la historia.
Casa Cino Fabiani: el escenario
La roca y las vigas de madera expuestas en el techo de la planta baja de la Casa Cino Fabiani proporcionaron un escenario realista para este relato. Esta casa, en pie desde alrededor de 1930, ha sido restaurada en varias ocasiones pero mantiene muchos elementos de su estructura original. La adecuación como centro cultural de esta vivienda antigua de Guayaquil, ubicada en el Barrio Las Peñas, propone acercar a la gente al teatro, sacándola del teatro.
José Burgos, el director de “Habitación 42”, trajo esta obra de España y se propuso montarla con Fajardo. Originalmente Burgos sería el protagonista y Fajardo, el director, pero en algún momento se invirtieron los roles. Los dos amigos estaban tan sumergidos en el proyecto que las líneas se empezaron a borrar. “José y yo tenemos métodos distintos de investigación pero ambos nos entendemos y el montaje se dio bien. Lo que él quería y lo que yo quería era similar y estos ingredientes me motivaron a estar solo en un escenario” cuenta Fajardo.
En esta obra, la crueldad y la represión se narran desde la voz de un hombre incapaz de renunciar al deseo de conocer a su hijo. “Si es niño me gustaría que lleve mi nombre, Enrique y si es niña, no sé”, aún en la oscuridad y el encierro, Enrique se aferra a esta frase, de este mantra que encapsula todos sus anhelos, que se desgastan brutalmente con el pasar del tiempo.
Sus recuerdos lo quiebran, le pesa la impotencia y se llena de angustia ante el reconocimiento de su realidad. La noción de su pasado y de su futuro lo sobrepasan y se desbarata en lágrimas. “Ya no puedo más, ya perdí”, la empatía del público es irremediable, la sala lo ve romperse ante sus ojos y se contagia de la tristeza de sus lamentos.