¿Qué argumentos usa el actual Gobierno para justificar su perpetuación?
Para defender la reforma constitucional que permitiría reelección indefinida, el discurso del Gobierno ecuatoriano se centra en tres hilos argumentativos. El primero es el “síndrome del camello inconcluso”. El segundo es la autoimpuesta obligación de prevenir la “restauración conservadora”. Y, finalmente, que lo democrático sería que el pueblo decida cada cuatro años si el Presidente se queda o se va. Demostraremos la debilidad argumentativa de estos tres pretextos empleados por los voceros de País.
1. El síndrome del camello inconcluso.
Lo cierto es que el camello siempre va a quedar inconcluso. Para bien o para mal. Y si aceptamos este cuento de “un ratito más”, todo proyecto gobernante encontrará la justificación perfecta para alterar las reglas del juego en su favor.
Esta cantaleta no es original de Rafael Correa, ni de Alianza País, ni de la izquierda. De hecho, el derechoso Álvaro Uribe –uno de los presidentes con más apoyo popular del mundo, catalogado como “inoxidable” por sus adversarios—usaba el mismo pretexto. Aducía que necesitaba un tercer mandato para dejar cimentado su propio programa: “Me preocupa perpetuar al Presidente, pero tampoco puedo ser irresponsable. Tengo que mirar con suma responsabilidad política que, por lo menos, estas ideas fundamentales, sin perjuicio de que se mejoren, puedan seguir dirigiendo a Colombia” (Álvaro Uribe, febrero 2009). Esas ideas fundamentales que debían seguir rigiendo el destino del país consistían básicamente en consolidar la derrota de la guerrilla (lo que le valió tan alto grado de popularidad) y procurar así mayor estabilidad para el desarrollo económico de la nación.
Correa dice implícitamente lo mismo: “Después de una profunda reflexión y teniendo claro que a veces solo se puede decidir entre el mal menor, insisto, he decidido apoyar esta decisión. La revolución tendrá que navegar en los próximos meses en aguas tempestuosas. A prepararnos para defender nuestra revolución” (4/05/2014, Informe Anual de Gestión). Felizmente para Colombia, su Corte Constitucional cerró el paso a las intenciones de Uribe. Y no fue fácil. Recordemos que el entonces presidente colombiano era todavía más popular de lo que Correa es hoy, y que su propuesta de reforma recolectó cinco millones de firmas.
El trabajo pendiente no puede ser justificación para alterar un principio constitucional a favor de la propia permanencia. Eso lo tienen claro la mayoría de los países de la región, que no permiten la reelección indefinida inmediata. Nicaragua, Cuba y Venezuela son las excepciones. Tres casos bastante especiales cuya historia reciente sirve de testimonio vívido de qué pasa cuando permites la perpetuación en el poder.
2. Cambio de reglas, para que no ganen “los malos”
Este argumento es el más crudo por su descaro. Desdice los más mínimos parámetros de seriedad institucional aceptables en una democracia civilizada. El presidente Correa ha dicho: “Decidí apoyar la reelección porque las circunstancias han cambiado, no nos engañemos, soy optimista pero realista. Vendrán tiempos difíciles porque ya hay una restauración conservadora”.
Imaginemos por un momento que en medio partido de fútbol, el que juega de local dice: saben qué, hay que ser “optimista pero realista”, como “las circunstancias han cambiado” mejor alteremos el reglamento y alarguemos el partido hasta que metamos los goles que teníamos planeados”. Eso es lo que Alianza País nos está proponiendo, un cambio de reglas –que, dicho sea, ellos mismos escribieron– porque temen perder el elemental juego de la democracia.
Según el Presidente de la República, “con la venida de tanto Gobierno progresista en Latinoamérica y la debacle del neoliberalismo, la derecha quedó desconcertada. Ya pasó ese aturdimiento de la derecha y ya se han rearmado y con apoyo de los medios de comunicación que pueden hacer mucho daño… Nos van a dar con todo” (24/05/2014, Informe Anual de Gestión). Volviendo al ejemplo del partido de fútbol, ¿a alguien le parecería sensato modificar el juego solo porque los del equipo contrario “nos van a dar con todo”? Si se aplica lo mismo a un país entero, tenemos un ejercicio de inestabilidad institucional que convierte a toda asamblea constituyente en una pérdida de tiempo, a toda Constitución en una mera referencia circunstancial, y a todo límite al poder electo en un estorbo prescindible.
3. La visión simplista de lo “democrático”.
Democracia significa etimológicamente el “poder del pueblo”. Suena por tanto lógico que si el pueblo es quien ostenta el poder, este sea capaz de reelegir a sus gobernante cuantas veces quiera. Parece que el propio Presidente piensa que hay que "establecer la reelección indefinida en todos los cargos de elección popular para que sea el pueblo ecuatoriano el que con toda libertad elija la continuidad o alternancia de sus dirigentes" (24/05/2014, Informe Anual de Gestión). Esa es una visión simplista del concepto democracia, según la cual vale todo lo que una mayoría pasajera valide electoralmente.
Hasta Uribe decía algo parecido: “Un voluminoso y calificado sector de opinión pública ha puesto en movimiento un mecanismo de reforma constitucional con dinámica popular, tendiente a remover el impedimento normativo vigente que impide al presidente Uribe ser candidato para otro periodo constitucional, pero defiriendo al pueblo el fallo inapelable en las urnas, que no será sino resultado de la participación de los colombianos en un gran certamen democrático sin precedentes”. (Informe de Ponencia para primer debate en la Comisión Primera del Senado, abril 2009). Si se acepta que la voluntad electoral de las mayorías no debe sujetarse a límites institucionales, entonces no habría queja posible si mañana una mayoría impone a las mujeres el uso de velos, criminaliza la homosexualidad, o impone algún credo religioso. En ese caso descartemos también la Corte Constitucional, ese ente capaz de anular una ley aprobada por mayorías legislativas.
La historia nos ha enseñado que el sistema democrático necesita límites institucionales y mecanismos jurídicos que cuiden las libertades de los individuos y las minorías de los excesos mayoritarios auspiciados por pasiones pasajeras y líderes mesiánicos. De ahí los adjetivos y frases que normalmente acompañan la palabra “democracia” como “deliberativa”, “liberal”, “respetuosa del Estado de Derecho”, “con separación de poderes”. Esas palabras no son meros elementos decorativos de los tratados y leyes, sino que representan arreglos institucionales que velan porque ningún poder, por popular que sea, violente las libertades individuales de ciudadanos que no forman parte de la coalición gobernante.
Uno de los mecanismos jurídicos para limitar el poder ha sido el principio de alternancia democrática, que ha resultado mucho más importante precisamente en regímenes presidencialistas como Colombia, Ecuador, México o Estados Unidos. Porque, dada las amplias atribuciones del primer mandatario, corremos el riesgo de degenerar en una dictadura electa por sufragio popular. Como señaló claramente la Corte Constitucional colombiana en el caso de Uribe, la reelección indefinida afectaría “la igualdad en la contienda electoral por la Presidencia de la República, puesto que el incremento progresivo de períodos presidenciales puede conducir a que un líder se auto-perpetúe en el poder y potencialmente fortalece un círculo vicioso mediante el cual se permitiría la consolidación de una sola persona en el poder” (Aptdo. 6.3.6.2.1., Sentencia C-141/10).
Los tres pretextos de la Revolución Ciudadana no son suficientes para justificar la enmienda que instauraría por primera vez la reelección indefinida inmediata en Ecuador. Porque en el mundo real siempre quedará mucho por hacer, porque las reglas del juego no se deben alterar por miedo a perder, y porque una democracia sin instituciones que limiten el poder es una mera idolatría de la estadística.