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La alta plusvalía nos deja las manos sucias 

Algo está podrido con el agua de la vía a Samborondón. Un análisis bacteriano, realizado en julio de 2014 por el laboratorio Teco Gram en cuatro zonas de Guayaquil y cuatro de Samborondón, reveló la presencia de bacterias y hongos en las muestras tomadas en el kilómetro diez del suburbio de más alta plusvalía de Guayaquil, y de coliformes en su zona limítrofe con Durán. Las muestras de las ciudadelas Kennedy, Urdesa, Alborada y Ceibos -dentro del perímetro urbano guayaquileño- estaban libres de contaminación. 

Los coliformes son microorganismos derivados de las heces. Según la tecnóloga médica Lila Encarnación, hacen que el agua no sea apta para el consumo humano. Pueden producir enfermedades infecciosas, como dolores estomacales y gastroenteritis. Los hongos encontrados en la zona cercana a Durán también causan estas dolencias. La presencia de estos organismos podría responder a las tuberías viejas del sistema de agua potable, pero no se sabe a ciencia cierta: los administradores del servicio público de agua potable no parecen tener planes claros para remediar la contaminación.

Para medir la calidad del agua que se entrega a los hogares, el Instituto Ecuatoriano de Normalización (INEN) determina que  se realicen ciento ochenta muestras anuales, más doce por cada cien mil habitantes. Según Andrés Mendoza, presidente de EMAPAG, Interagua realiza en Guayaquil más de 500 muestras por mes. Estas se hacen del agua que se toma del Río Daule para potabilizar, más las muestras de la planta de tratamiento, que es el sitio de partida del agua hacia la ciudad. La responsabilidad de la concesionaria y la empresa municipal de agua se extiende hasta la entrega al usuario que es donde están el medidor. “De ahí en adelante, del mediador hacia la vivienda, que incluye las cisternas, tachos, aljibes y tanques elevados, la calidad del agua potable es responsabilidad del usuario”, aclara  Mendoza. Con esto, deja por sentado la posibilidad de que la infraestructura, las redes domiciliarias y las instalaciones de agua de una vivienda influyan en la contaminación del agua que finalmente recibe el usuario.

En la Vía a Samborondón la situación no es más esperanzadora. El servicio de agua potable y el tratamiento de aguas residuales son evidencias de la falta de planificación con la que se construyó este sector. A mediados de los ochentas, las primeras ciudadelas de la parroquia La Puntilla construyeron pozos sépticos, una forma de tratar aguas domésticas: los sólidos se van al fondo del tanque, mientras la grasa y los sólidos livianos tienden a flotar formando una capa en la superficie, que -junto al lodo que se forma al fondo del tanque- tiene microorganismos que trabajan en un proceso de purificación natural. Algunas urbanizaciones aún funcionan con esta modalidad a pesar de la exigencia del Municipio de Samborondón de que cada una tenga su propia planta de tratamiento. Esta obligación se creó porque en el sector no existe una red de alcantarillado para descargar las aguas residuales, a pesar del incremento de la población.

En la Vía Samborondón hay ciento cuarenta urbanizaciones, pero solo sesenta y cinco plantas de tratamiento para procesar descargas antes de que vayan al río Daule o Babahoyo. Algunas son pequeñas y funcionan para una sola ciudadela e implican un alto costo de mantenimiento, inversión y operación. Solo la construcción puede costar cerca quinientos mil dólares, lo mismo que costó el último plan de interconexiones domiciliarias de agua potable desde el centro hasta el sur de Portoviejo. Por esto, desde 2003, una de las soluciones planteadas por Amagua -la empresa de cobertura de agua potable y alcantarillado en Samborondón desde 1998- ha sido trabajar con macroplantas. Estas permiten agrupar varias plantas privadas e incorporar a los conjuntos habitacionales que no cuentan con el sistema.

En el 2009, Amagua fue cuestionada por el Ministerio de Vivienda por no considerar, dentro de sus funciones, el tratamiento de aguas residuales para la cabecera cantonal, Samborondón, y su parroquia rural, Tarifa. En una entrevista con Diario El Universo publicada en el 2010, Miguel Alvarado, coordinador de Amagua, dijo que instalar un colector primario donde se descarguen todas las aguas servidas de los dos márgenes de Samborondón y luego conducirlos hasta un punto de tratamiento es más costoso que tener las plantas de tratamiento en cada urbanización. Dijo también que la primera opción implicaría romper calles dentro de las ciudadelas, crear tuberías que vayan desde La Puntilla y Entre Ríos hasta un terreno alejado donde lleguen las descargas. Y en las cerradas ciudadelas de la vía a Samborondón, nadie quiere que el Estado les esté rompiendo las calles atestadas de letreros de “Cuidado, niños jugando”.

Para implementar un sistema de tratamiento de aguas residuales se necesita romper calles, como dice Alvarado, e incluso cerrar zonas de una ciudad para construir la infraestructura necesaria. Pero es un sacrificio necesario que hay que hacer si es que se quiere lograr cambios que impacten al saneamiento de la población. En quince años, Cuenca ha implementado y mejorado su sistema de tratamiento de aguas servidas. En más del ochenta por ciento de la ciudad existen colectores que separan las aguas: unos captan la lluvia y son direccionados a los ríos y los otros captan los desechos domésticos que son llevados a las plantas de tratamiento donde el agua es purificada mediante procesos biológicos, solo con el uso de bacterias.  El funcionario de Amagua se excusa diciendo que es un sistema costoso pero parece que se olvida que los servicios públicos no deben estar motivados por el ánimo de lucro, sino por el bienestar de los ciudadanos. Para que el sistema de tratamiento de agua en Cuenca funcione, los habitantes pagan un impuesto. Ese es un claro ejemplo de que existen soluciones cuando se planifica y se piensa a largo plazo. En el suburbio de la vía a Samborondón, las descargas medianamente procesadas van directamente al río. Agua del grifo y agua sucia a los ríos. A pesar de esto, el crecimiento inmobiliario del sector continúa, apuntando al status y supuesto confort de la zona. 

La facturación del agua en Samborondón está establecida por ordenanzas que  categorizan a los usuarios por sectores. En la Vía a Samborondón se paga la tarifa más alta: 0,72 centavos por metro cúbico. En las parroquias como La Aurora y el Buijo Histórico, el costo es casi dos veces menor. En Guayaquil cada habitante consume 166 litros de agua promedio al día, su facturación se calcula por rangos de consumo y la final es una sumatoria.  Es decir que desde el primero a los quince metros cúbicos el valor es de $0,38; desde los dieciséis a los treinta metros cúbicos el costo es de 0,457 centavos, y de 5001 o más metros cúbicos, es de 3,106 dólares.

La mala facturación de Internacional Water Services, más conocida como Interagua, fue uno de los temas que Emily Joiner abordó en ‘Agüita Amarilla’, un libro que recopila denuncias contra esta empresa española que llegó al país en 2001. El estudio de Joiner también registra los constantes cortes de agua demostrando la ineficiencia de la empresa. El primer corte se produjo en 2005 por el plan ‘Los Ángeles’, con el que se dotaba de agua a zonas populares. Este dejaría sin agua a Guayaquil durante veintitrés horas, al igual que los dos siguientes cortes. Con otras justificaciones y pese a las quejas públicas, Interagua mantiene estas interrupciones como parte de su servicio. De enero a julio del 2014 acumula ciento noventa horas de interrupción del servicio en toda la ciudad, al menos dos por mes.

En las residencias de la Vía a Samborondón no hay cortes de agua como en Guayaquil pero los moradores sí se quejan por problemas como la presión baja, la irregularidad en los costos y cuestionan la construcción de nuevos centros comerciales cuyos sistemas de tratamiento de aguas producen rebosados que causan malos olores y contaminan aún más el río. Estas quejas están documentadas en medios de comunicación pero no existe una denuncia formal. El servicio de agua potable en Guayaquil tiene una serie de problemas y el peor es, sin duda, los cortes constantes. Esta situación, sin embargo, no se compara con la de la Vía a Samborondón donde, aunque hay agua todo el tiempo, su calidad es inferior a la de Guayaquil y tiene residuos de heces fecales.