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En Quito hay cada vez más piernas al aire, ¿por qué es tan importante una prenda tan pequeña?

Hasta hace unos cinco años llevar minifalda en Quito –o el resto de la sierra– era una afrenta. No sólo por los mirones desacostumbrados a ver piel, sino porque realmente, aunque digan lo contrario, el clima no lo permite. Durante pocas horas el sol calentará la atmósfera, pero enseguida es vencido por los vientos andinos. Vientos fríos. La cultura se moldea al clima, es un hecho y no cabe dar más explicaciones al respecto. Los serranos somos introspectivos, vivimos hacia adentro y necesitamos –generalmente– de ayudas para la extroversión. El frío nos hace parcos, menos expresivos. El frío también marca la relación con nuestro cuerpo. No estamos tan en contacto con él. En general, está tapado y dentro de mucha ropa, lo cual nos aleja de nosotros mismos. Porque el cuerpo es un objeto finalmente. De ahí que el serrano se sujetiza y se subjetiviza de otra manera, una mucho más etérea y menos carnal. Al bajar a la costa el cambio es instantáneo: tenemos conciencia de lo concreto de nuestro cuerpo, lo miramos por fin, nos preocupamos por él a otro nivel.

 

Todo esto podría hacernos llegar a la conclusión de que somos una cultura conservadora y puritana. Y lo somos y lo hemos sido durante siglos, pero también hay algo innegable: la introspección y el vivir puertas adentro nos convierte en una cultura tendiente a la reflexión, y eso puede derivar en generación de ideas y de pensamiento, no en todos los casos, obviamente. Y esa es una de las razones por las que es en Quito en donde, irónicamente, se encuentra la fracción más progresista de este país. Esto además por hecho de ser capital y capital política, por supuesto.

Esta última idea precisamente determina muchos factores dentro de la idiosincrasia de los quiteños. El ser capital nos hace romper un poco el cascarón y dejar filtrar algo de "lo otro", del otro, de lo de afuera, del de afuera. Esto sucede en todos los ámbitos –político, social, económico, ideológico, religioso–, pero lo que interesa en este caso son los fenómenos sociales con relación al cuerpo. Empecé este artículo diciendo que hace cinco años atrás era casi impensable ver unas piernas al aire. Hoy no. Y, como me lo han hecho notar varios amigos, cada día las nuevas generaciones tienen menos pudor. O lo que ellos creen que es pudor. Para mí no se trata de una cuestión moral o moralista. Es una simple filtración cultural. Un fenómeno de masas que toma su segundo aire, esta vez uno más comercial y de bambalina, menos ideológico y sin condumio real.

¿Por qué digo segundo aire? Porque ya hubo un primero. Fines de los sesenta, principios de los setenta, como sucedió en el mundo entero. Acá no hubo mayos del 68 ni masacres de Tlatelolco, ni comunas hippies, ni Woodstock. Pero estaba la leyenda viviente del Che y eso era suficiente para romper las reglas. Con esto no digo que gracias a los revolucionarios de izquierda las chicas hayan empezado a usar minifaldas, simplemente había un atmósfera de ruptura de paradigmas y la moda se colaba en los entresijos como una inconsciente forma de protesta hacia los cánones reinantes. Tal como lo fue en el primer mundo, en donde surgió la minifalda, más claro, en Inglaterra, en 1964.

Es realmente inquietante tratar de entender cómo es que en una sociedad tan conservadora –y de clima frío– como la serrana, haya cuajado tan rápidamente una moda que venía a mandar al carajo toda la sensatez de una señorita. Porque estas señoritas quiteñas mostrando las piernas, que estudiaban para secretarías bilingües, igual debían casarse con jóvenes que buscaban una buena esposa. Cinco años atrás ninguna muchacha con minifalda o hotpants habría sido una buena esposa. Pero las de los sesentas y setentas lo fueron. Se casaron, tuvieron hijos y muchas abrieron el campo laboral a las mujeres (otras se divorciaron también). Sí, es innegable que ahí estuvo el cambio. Hubo una transformación del rol femenino que se filtró del primer mundo.

 

Fue un fenómeno colectivo casi inconsciente. Se rompieron moralinas de una década para otra, y sobre todo, cómo se lidió con el frío (aunque suene absurdo). Sí, fuimos un país más que dentro de su permeabilidad cultural dejó pasar facilito al monstruo de la moda. Y hablo de moda, porque por más estandartes de libertad que se han construido al rededor de la minifalda, para la mayoría de mujeres ecuatorianas, serranas, quiteñas, no era una postura consciente y deliberada. Lo hicieron porque esa era la corriente. Lo dictaban los medios de la época, el cine, las revistas, los ídolos musicales. Lo mismo que hoy en día pero con ciertas diferencias medulares.

 

El neo-destape de hoy en día es puro y llano. No está cargado de ideologías en el estricto sentido de la palabra. Es lo que es gracias a la globalización e Internet. Tiene la pureza de la superficialidad. Y si nos ponemos puristas, eso también vendría a ser una postura política dentro de las políticas del cuerpo. Pero dejémoslo hasta ahí. Tal vez los nuevos aires del puritanismo que se observaron en esta ciudad durante los ochentas y noventas, además del sensato reconocimiento climático, correspondieron a la tan manoseada "larga noche neoliberal" que dominaba en el mundo por esos años. La derecha había batido los sueños socialistas. Es sospechosa esta coincidencia y estoy segura de que esta extrapolación no es traída de los cabellos, aunque no puedo asegurar su correspondencia. Es una gran verdad que la atmósfera política influye en la cultura de masas. En el caso del neo-puritanismo, sobre todo por la doble moral. Nos cubrimos por aquí pero por debajo lo que sea. Y si regresamos a nuestro primer destape, pues no estamos muy lejos de esta idea: eran los tiempos de la izquierda latinoamericana y la revolución. ¿No les suena conocida al menos la cantaleta? ¿Coincidencia?

Así que ver a chicas mostrando las piernas en este verano soleado pero igual helado en la sombra, aunque me digan lo contrario, es producto de un fenómeno de masas y cuando digo que es puro y llano, hablo de que no hay un empoderamiento desde el cuerpo con fines políticos en esa moda. No lo hay porque ya lo hubo y ya se rompió ese paradigma en los sesentas. No puede haber dos rupturas respecto a mostrar las piernas. Lo que hay es un fenómeno político exógeno, paralelo al destape, lo cual es interesante de analizar. No obstante, es sólo una teoría. Tal vez si volviera algún gobierno de derecha y las chicas empiezan a vestir con ropa holgada otra vez, podríamos estar hablando con propiedad. Por ahora, queda la inquietud.