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Los gestores culturales de Quito esperan los cambios de la nueva administración

El triunfo de Mauricio Rodas como nuevo alcalde de Quito permite reflexionar sobre el futuro del arte y la cultura en la ciudad. Los gestores están a la expectativa de los cambios. Se espera  que la música y el entretenimiento no sean –nuevamente- el enfoque dominante. Tampoco se aceptaría una visión de la cultura como objeto de emprendimientos productivos. La llegada de Mariana Andrade, ex directora y fundadora del cine Ocho y Medio, a la Secretaría de Cultura del Municipio, nos da algunas pistas. Su agenda incluye temas como la reestructuración de la administración pública de la cultura, una ordenanza municipal para que las políticas en este ámbito trasciendan a otras alcaldías, y la expansión del concepto de cultura distinto a  monumentales eventos artísticos.

Más que tener experiencia política, Andrade ha estado involucrada con la producción cinematográfica, la danza, la música y, en los últimos trece años, en la dirección del cine Ocho y Medio. Se ha movido precisamente en el campo de la gestión. Es ahí donde se cocinan las propuestas y proyectos culturales. Ahora, que está del lado de la administración pública, su responsabilidad es resolver los requerimientos que tiene el diverso espectro cultural de Quito, esas debilidades que alguna vez ella –como gestora- también sufrió. Tres meses antes de asumir su cargo, Andrade escribía en las redes sociales comentarios como: “La política para cultura no se hace entre funcionarios. Se la hace con la participación activa de los gestores para incidir en ella”. Ahora su reto es no cometer los mismos errores de las anteriores administraciones.

Los gestores no olvidan

Aún se siente el eco de los reproches al ex alcalde Augusto Barrera, sobre todo en su enfoque cultural de la ciudad. Una de las críticas negativas gira entorno a la visión del Centro Histórico de Quito visto como museo, como destino turístico. Eso opina Paola De la Vega, quien desde hace once años es la directora de Gescultura, una institución que trabaja a través de la investigación y planteamiento de políticas culturales. Según ella, esa limitada visión se percibe en casos como la 24 de Mayo, donde decenas de vecinos le apostaron a la venta de productos y servicios para el turismo, cambiando así, sus formas de vida, sus oficios, muchas veces por ser considerados ‘no dignos para el turismo’. “Vamos siete años en el Centro Histórico y sabemos que la gente de ahí no vive sino de las compras que hace la gente local. La construcción del boulevard no trajo turismo y además hizo que el sector se fuera vaciando”, señala la gestora.

A decir de la gestora, este enfoque se origina en la visión del gobierno central sobre identidad y nacionalismo, que se macera en la promoción de ciertas manifestaciones culturales. Así, una de las estrategias para una revolución cultural consiste –sobre todo- en la revalorización, conservación y puesta en valor de patrimonios tangible e intangible en los territorios, de modo de potenciar procesos identitarios locales. Sin embargo, existe una ausencia de políticas culturales focalizadas a otros sectores, en particular del arte.

Otra de las críticas se refiere a la organización de magnos espectáculos para entretener a la población, como los conciertos gratuitos en Fiestas de Quito y la Velada Libertaria. Este último, según declaraciones de Miguel Alvear, artista visual y nuevo asesor de la actual Secretaría de Cultura, tuvo una inversión de alrededor de cuatrocientos mil dólares.

Esa liberación de fondos públicos sin un análisis previo de las necesidades reales del sector evidencia la falta de políticas. Javier Cevallos, director ejecutivo de la Fundación Quito Eterno, está de acuerdo en que hacer cultura en torno a la fabricación de eventos de entretenimiento, fue un defecto de la administración anterior. Pero, en cambio, cree que sí hubo grandes pasos respecto a la inclusión del arte en la comunidad. Hubo, por ejemplo, proyectos de mediación comunitaria, en los que el arte salió de los espacios convencionales y llegó a los barrios. Llevar cultura a cada Centro de Desarrollo Comunitario (CDC), que todas las administraciones zonales de la ciudad tienen, son ejemplos que pueden ser reforzados y replicados.

Lo mismo opina otra gestora, Soledad Basantes, para quien proyectos como ‘60 y Piquito’ y de cine en los barrios fueron “un golazo” de la administración pasada. Gracias a estas iniciativas, la socialización de la cultura se expandió a través de una planificación inicial que prometía ‘democratización’. Aunque no siempre se lograron cumplir los alcances, durante los cuatro años de alcaldía de Barrera, la cultura fue algo que en teoría empezó a ser de todos y salió de los círculos exquisitos donde estaba acostumbrada a permanecer. Basantes confía en que, aspectos positivos como este, se conserven en la nueva administración cultural de Mariana Andrade.

Nuevos retos

La ausencia de políticas culturales deja un ambiente difícil a la nueva alcaldía, al menos, para el trabajo que Mariana Andrade aspira desde la Secretaría de Cultura. La estructura de esta división, dice en una entrevista anterior, era “completamente bicéfala y desarticulada en todos sus espacios”.

Ante esta realidad, Cevallos opina que se necesita mucha voluntad política, empezando por la del alcalde Rodas. Además, señala el director de Quito Eterno, se requiere ser terco y estar cuesta arriba constantemente. Pero una cosa son los funcionarios de libre remoción y otra, los que tienen nombramiento. “Algunos son inamovibles por muchas razones. Enfrentar eso, es un proceso muy largo e implica negociación y mucha audacia”, añade.

Una de las primeras cosas que hizo Mariana al llegar a su nuevo cargo, fue hacer una auditoría. ¿Qué ha estado pasando con los fondos y a dónde van? El análisis debe hacerse con detenimiento, más si se trata de una entidad con veintiún millones de dólares de presupuesto. Parte de esta reestructuración implica la coordinación de la Secretaría con otras organizaciones que dependen del Municipio, pero que guardan su autonomía, como la Fundación Museos de la Ciudad y la Fundación Teatro Sucre (mitad pública y mitad privada). En este sentido, Cevallos advierte un riesgo: que instituciones como estas pierdan la autonomía que les ha permitido funcionar con éxito.

Por otro lado, está el reto de la politización y la excesiva burocracia en los procesos. El cambio es urgente tanto, para las gestoras De la Vega y Basante. Ellas han sido víctimas de las trabas del Municipio al momento de desarrollar proyectos culturales. “Hay leyes que piden tantas cosas para legalizar los procesos, que desde el punto de vista de la producción, es difícil llenar las expectativas,  porque son poco amigables para la inmediatez con que la transcurre el mundo del arte, de la cultura”, dice Basante.

Se habla de la responsabilidad de la cultura de Quito desde el Municipio, pero también los gestores culturales tienen su parte. Uno de los riesgos que corren es dejarse llevar por la fiebre de la gratuidad o perder tiempo en su imposibilidad de agremiarse. Hay voces pero no hay un consenso sobre cuál de todas debería representar al sector. “En tantas ocasiones, el Municipio ha buscado desesperadamente a alguien que ponga la cara en la gestión cultural y no encuentra”, explica Cevallos. Lidiar con la descoordinación de los gestores culturales es otro proceso que implicará tiempo. Ese es otro reto.

Acciones más duraderas

En el mundo de la gestión, los modelos exitosos se guardan bajo llave, porque no hay ni el interés ni quien los reproduzca. Por eso Mariana Andrade habla de una crear una ordenanza cultural que facilite la relación entre las instituciones y los gestores.

Los tres gestores distinguen la abundancia de expresiones culturales existentes dentro del distrito y se niegan a pensar que “el eventismo” (como lo llama Cevallos) pueda resumir tantas manifestaciones culturales vistas en diferentes áreas del arte, del patrimonio o de las interacciones humanas. “Ya no más Calle 13, estamos hartos de Calle 13. Es decir, no está mal hacer estos grandes conciertos, pero también deberían apostar por cosas menos efímeras” reclama Basante. “Queremos acciones más de raíz”, dice. Combinar dichos eventos con procesos de valoración, trabajar en la generación de nuevos públicos, que la gente también brinde su aporte de lo que considera que tiene valor para su comunidad, son algunas de sus peticiones.

Para Paola de la Vega, “los discursos deben apuntar a generar espacios de participación real. El sector cultural suele ser siempre el que se vuelve instrumental de otros sectores: del turístico, del económico, en lugar de crear un discurso que responda a la gente”. Ella está convencida de que es en la ciudadanía donde está la verdadera riqueza de la cultura: “Primero, hay que entender que cultura no es ‘bellas artes’. Siempre será más interesante la práctica social del patrimonio. Más allá de la arquitectura, ver cómo se viven esos lugares”, añade.

La cultura mueve industrias tanto como mantiene viva la unidad y la identidad; homogeniza, pero también pronuncia las diferencias. En el juego político de hacer gestión no hay fórmulas, pero se intenta atinar con no romper las telarañas del accionar ciudadano que han enriquecido la cultura de la ciudad en todos los sectores. Quito le apostó a un nuevo alcalde. Él, por su parte, a pocos días de empezar su gestión, ya debe haberse dado cuenta de que la cultura no es ni solo fiestas, ni solo bellas artes.