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¿Qué tan coctelera es la cultura en el puerto principal?

En 2009, Jonathan Lucero escribía en una columna de El Telégrafo sobre lo alegóricos que resultan los cañones negros que reposan sobre la planchada del barrio Las Peñas, donde se encuentra la base que iba a sostener el busto del ex presidente León Febres Cordero. Apuntan hacia el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC), un lugar que –más por romántica nostalgia que por otra cosa– aparece como el centro cultural, al menos desde lo público, de la ciudad: ahí hay exposiciones de arte moderno, de arte contemporáneo, está la muestra 10.000 años del antiguo Ecuador, es la sede de los eventos que organiza el sector público, como la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guayaquil, y es el único lugar de la ciudad con programación continua de cine independiente. O era, pues lleva casi seis meses cerrado, con una breve excepción para el festival de documentales EDOC que termina el miércoles. Es decir, como si fuesen un símbolo elocuente de una muerte lenta y dolorosa, de la que el MAAC no es la única víctima. Lupe Álvarez, curdaora y docente de arte cubana –y parte de los fundadores del Instituto Superior Técnologico de Artes de Ecuador (ITAE)– ya lo decía en una entrevista que le hice en 2012: “En Guayaquil, las instituciones culturales están en su peor momento.

El contexto en que Álvarez hizo su afirmación es el que ella conoce, el de los últimos quince años. Y suena extraño, hasta que aparecen sucesos como la última FIL, en octubre de 2013. Si bien el evento tuvo un despliegue interesante de espectáculos, fue una feria de todo menos del libro (hubo cinco puestos con oferta literaria). Lo más seguro es que las presentaciones musicales, los shows de danza y la –maravillosa– exposición de arte erótico Erotopías (curada por Cristóbal Zapata) estuvieran ahí por la necesidad de convocar a más gente que en las anteriores ediciones. Eso, combinado con la improvisación de un evento que fue anunciado apenas unas semanas antes de su inauguración.

Dos meses después de la FIL, el cine del MAAC dejó de funcionar, porque el Ministerio de Cultura no renovó el contrato con Ochoymedio, la empresa que había administrado la programación del lugar durante casi una década, salvo 2009. Pero seamos justos: el MAAC Cine ha vuelto a abrir en estos días para la proyección de los documentales del festival Encuentros del Otro Cine (EDOC). Luego de eso, nada es certero, salvo que las instalaciones en algún momento pasarán a ser utilizadas por la Universidad de las Artes. ¿Cómo se integrará el uso académico del espacio con su apertura al uso público? Adivinaron: No sabemos.

Y eso que el MAAC está mejor que hace unos seis años, cuando tuve, ahí mismo, mi primera cobertura como periodista –más bien como comunicador contratado en una agencia de publicaciones institucionales–. Se trataba de un homenaje a Chichi Puig, una periodista ecuatoriana, fallecida por esos días, que escribía para publicaciones como Harper's Bazaar. Pero el evento era un coctel de alcurnia con una exposición de diseños de modistas locales. Ese era el homenaje para una persona que alguna vez había entrevistado a John F. Kennedy, Mario Vargas Llosa y Evita Perón.

En ese tiempo, no conocía mucho la escena, pero ya sabía que la agenda cultural del MAAC se llenaba con cocteles de ese tipo, luego del destierro de Freddy Olmedo (que era el director regional de Programas Culturales del Banco Central a inicios del siglo, es decir, el responsable de la creación del MAAC), y el desmontaje de la muestra 'Umbrales' –curada por Lupe Álvarez–, que hacía un recorrido por ciento cincuenta años de arte en Ecuador, no desde un punto de vista cronológico, sino a partir de un hilo conductor que ponía en relación los discursos de las producciones de ese siglo y medio. Cuando 'Umbrales' fue retirada, en 2006, Álvarez dijo que parecía que “la categoría que ahora se impone en el museo es lo de 'qué bonito' en vez del análisis”, Algo que no está muy lejos de lo que hoy opina Melvin Hoyos, director de Cultura y Promoción Cívica de Guayaquil.

Pero claro, eso era otro tiempo. Y ahora el MAAC no es solo un listado de fails. Y en el caso de que lo fuera, no es el único. Por supuesto, esta es una escena donde asoman, casi como si tuvieran que pedir permiso, iniciativas que suenan pequeñas, que la mayor parte del tiempo están invisibilizadas, pero que son enormes. Ya lo decía Rodolfo Kronfle: “Hoy en día inspiran más respeto los espacios independientes”. Es una lástima que no sean suficientes para llenar la agenda.

Cuando uno piensa en cultura, suele imaginar enseguida los lugares legitimados para exhibir arte (del primero al octavo arte o los que sean). Y para los propósitos de este texto, nos vamos a mantener así. Que no por nada, en términos antropológicos, la presencia del arte habla de estadios avanzados en el desarrollo de una civilización.

Cuando uno piensa en cultura, decíamos, piensa en museos, galerías, cines, teatros, bibliotecas, conciertos y parques abiertos a la posibilidad de que alguien lo utilice con fines performáticos. De modo que, a continuación, mencionaré los lugares que conforman la escena local. Y aunque acaso sería más justo –y preciso– hablar también de movimientos y agrupaciones, nos vamos a centrar en los lugares.

Museo Municipal de Guayaquil

Es el hermano de la Biblioteca Municipal, lugar que motivó a José María León, el editor de este medio, a escribir la crónica Guayaquil, la bibliofóbica. Sabemos mucho del MUMG por lo que ha salido en la prensa: por la censura de las escenas sexuales,que reventó en 2011, cuando de la muestra ‘Playlist: Grandes éxitos del arte contemporáneo en Ecuador’, fue retirada la obra Lo violó en un taxi toda la noche, de Graciela Guerrero, y cuatro años después de que la obra Ardo por un semental que me llene toda, de Gabriela Chérrez, ganara el Salón de Julio, un concurso de pintura que constituye el acto emblema del Museo (cuando digo “pintura”, me refiero a que se basa en una anquilosada concepción del arte que discrimina las obras que no sean cuadros).

La censura no es una práctica tan reciente. En la década de los 90, el mismísimo León Febres-Cordero había mandado a retirar la obra ganadora del propio Salón, el cuadro La dolorosa de Bucay, de Hernán Zúñiga. En ese entonces, LFC fue tajante al decir que ese cuadro no se exhibiría mientras él estuviera vivo.

Y lo cumplió: En diciembre de 2008, por los 100 años del MUMG, habría una exposición de las obras ganadoras a lo largo de la historia del concurso pictórico. Todo estaba listo para que Hernán Zúñiga tuviera su revancha: LFC, que agonizaba en la Clínica Guayaquil, no podría detener la exhibición del cuadro. Pero el líder socialcristiano murió, como si fuera un gesto poético, dos días antes de que se inaugurara la exposición.

Hace poco más de una década, el Museo inauguró el Festival de Artes al Aire Libre (FAAL), un pintoresco concurso con varias categorías, según el formato (pintura, dibujo, escultura, etc.), con la introducción de una novedosa modificación: que es a cielo abierto.

Pero, otra vez, seamos justos: Esa no es toda la agenda del MUMG. Los festivales anuales Musimuestras y Teatromuestras constituyen dos espacios que generan una interacción interesante con su audiencia, compuesta muchas veces por -por decirlo de alguna forma- personas de a pie, no siempre involucradas con el mundo de las artes, y a la que empuja a hablar en foros posteriores a las funciones. Hay algo ahí de esfera pública.

Alianza Francesa

La AF exhibe cada martes una película francesa, y una vez al mes, una cinta alemana (junto al Centro Cultural Ecuatoriano Alemán), lo que la constituye como otro lugar en que el subsiste –aunque sea por goteo– el cine independiente. La AF suele estar ahí, abierta para recibir propuestas, suele tener muestras de arte, proyecciones de películas (solo la semana pasada proyectaron 5 Ways To Dario, ópera prima de Darío Aguirre) y otros eventos. Es decir, su agenda cultural está llena y tiene –cómo n– una importante presencia de corrientes francesas.

Sin embargo, no parece tener buen ojo para las obras teatrales, la mayoría son comedias que, desde sus afiches, se dejan adivinar como espectáculos en la misma clave de comedia que tiene la TV de chistes fáciles ecuatoriana.

Casa de la Cultura

Al igual que la Alianza Francesa, la CCE del Guayas mantiene un importante programa de una oferta de cine que no se encuentra en las salas comerciales. Eso sí, son películas de Hollywood. Programado por Jorge Suárez –que es un erudito en esa tradición del cine norteamericano–, la cinemateca comprende un archivo necesario con un gran valor histórico que, además, funciona todos los lunes, martes y miércoles por el precio de $ 1.

Pero la CCE sufre de una brecha generacional más que notoria. Es un espacio… no digamos “exclusivo”, pero sí dirigido a una audiencia no tan joven –y esto es un eufemismo–, algo que se evidencia, por ejemplo, en su Salón de Octubre, que es un Salón de Julio sin polémicas mediáticas. Es decir, en cuestiones de artes plásticas, es un lugar de un corte muy modernoso1. Aunque también habría que poner en tensión lo que implica ser “moderno”.

Y por increíble que parezca, eso no es nuevo. No es coincidencia que, a los treinta y seis años, el pintor guayaquileño Enrique Tábara (hoy tiene ochenta y cuatro), haya pintado el cuadro representado a la Miss Casa de la Cultura como una señora de muy avanzada edad. Era 1966, y la CCE tenía apenas veintidós años.

Hay otros espacios grandes, públicos y conocidos, que no serán citados aquí porque la idea ya debiera estar clara. Pero ahora, vamos con algunos espacios que incluyen  más jóvenes, más independientes, y más solventes (en el discurso):

Danza

La Fábrica: La carta de presentación de Nathalie Elghoul, directora de este espacio, es sin duda Pura, un interesantísimo ensayo de danza contemporánea que sobre las formas en que se presenta la violencia contra la mujer, tanto en sus fases más estridentes como en las más silenciosas. La cartelera de La Fábrica: Recomendada.

Sarao: El espacio que fundó hace veintiséis años Lucho Mueckay ha sabido juntar sus habituales comedias (más que nada, de la profesora Norma Lixta) con una propuesta pura y dura de danza contemporánea, encabezada por el realización anual de su evento Dansedumbre.

Artes Visuales

ITAE: El Instituto Ecuatoriano de Artes de Ecuador es un espacio que hizo crisis en la historia del arte en Guayaquil. Si unas líneas arriba hablábamos de espacios “modernosos”, acá está la antítesis: un conglomerado de estudiantes y profesores que han marcado la pauta de la producción y de la academia artística contemporánea en la ciudad –además de un oportuno trabajo de vínculo con la comunidad –. Pero el ITAE como institución ha pecado de ser demasiado buena onda, y está muriendo poco a poco en una guerra política –anunciada hace tiempo por la vieja guardia de la cultura– que no puede pelear. Artistas jóvenes con currículum internacional, como Óscar Santillán, Anthony Arrobo y José Hidalgo ‘Anastacio’ salieron de ahí.

DPM: Luego de  veinticinco años abierta, la galería de David Pérez McCollum se constituye como una de las pocas plataformas consolidadas del arte contemporáneo en Guayaquil, al hacerles un lugar a los artistas (jóvenes, y no tan jóvenes), que no siempre encontrarían las puertas abiertas en las instituciones más tradicionales.

NoMÍNIMO: Con solo tres años, es una propuesta nueva que ha sabido hacerse -o ser– un espacio para las artes visuales en Samborondón, y a la vez insertarse en circuitos internacionales de ferias y exposiciones. En 2013, NoMÍNIMO organizó la primera edición de Batán, un premio que por fin rompía con la bidimensionalidad del Salón de Julio, de Octubre, del FAAL.

Espacio Vacío: Este es único -y arriesgado- en la manera en que funciona: Valentina Brevi, su fundadora, trabaja mensualmente en una muestra, de distinta naturaleza, que estará abierta un día. Sí, un día. El primer jueves de cada mes. Este lugar de lo efímero (en plena Zona Rosa) está ahí para generar dos tipos de diálogos: ciudad-artistas y público-arte. Hace unos días nomás, la galería, que vende obras de arte entre $ 5 y $ 500, inauguró una sucursal en Quito.

Teatro

Existen tres agrupaciones que marcan la pauta del teatro en Guayaquil: Arawa, Muégano y Daemon. Esta última compañía, que sacan adelante el actor y director Jaime Tamariz y la escritora Denise Nader, no cuentan con un espacio propio, aunque en los últimos años han montado sus obras en el Teatro Sánchez Aguilar.

La producción de Daemon suele tener una onda más insertada en la lógica masiva del mercado, pero con unas ideas profundas y unas ejecuciones impecables que la convierten en una referencia obligada en el contexto de las artes vivas.

A estas se suman, como propuestas interesantes a seguir, Teatro del Cielo (donde Martín Peña y Yanet Gómez promueven y trabajan con la técnica del mimo corporal dramático, que es como una especie de semblante del cuerpo) y Fantoche (que por 30 años, bajo la dirección de Hugo Avilés, ha desarrollado la improvisación con una comedia que es largo más fina que la que acostumbramos en la escena local).

Arawa: Su espacio en la Casona Universitaria es pequeño, pero su escenario se vuelve enorme cada vez que el grupo de la Universidad de Guayaquil se pone en escena. La agrupación está dirigida por Juan Coba –un sujeto con una mirada teatral más que pertinente y necesaria para la escena local–, y que tiene como pupilos, entre otros, a Marcelo Leyton (que pronto estrenará su obra El Ensayo, ganadora de la segunda Maratón de Teatro del Sánchez Aguilar) y Aníbal Páez, autor de Soliloquio épico coral y de la recién terminada Celeste, una obra que sigue la senda de la anterior para hablar con mucho humor, pero con una elocuente mirada crítica, del “Guayaquil que amamos y odiamos”.

Muégano: A Santiago Roldós lo conocemos desde hace tiempo, primero por su historia familiar y después por su carrera como dramaturgo y director de teatro (su obra Karaoke es parte representativa del teatro en la ciudad), pero recién este año, el hijo de Jaime Roldós ha puesto en marcha el proyecto que originalmente lo trajo de vuelta a Guayaquil: Espacio Muégano, un lugar que además de presentar obras teatrales, intenta constituirse como un foro de discusión de referencia en la ciudad.

Teatro Sánchez Aguilar: El TSA llegó en un momento oportuno, y sirvió para reactivar a las artes escénicas como parte del imaginario colectivo de la ciudad. No, no es que antes no había nada (sería de lo más falso asegurarlo), es que ahora se habla más y con más volumen de teatro. O digámoslo de otra forma: el teatro está presente en la agenda mediática, y gracias a ese síndrome novelero del que padece Guayaquil, fue como si en la ciudad de pronto alguien hubiera dicho “Hágase la catarsis”.

Compuesta por espectáculos musicales, de danza y de teatro, la cartelera del Sánchez Aguilar suele guardar un estándar de calidad más que aceptable (en buena medida, lo que oferta vale lo que cuesta la entrada). Y aunque ha tenido sus tropiezos, ha sido un espacio eficiente para exponer el abanico de propuestas locales de teatro. Lo mejor que ha pasado por ahí: Un dios salvaje, (de Daemon); lo peor: Las burladas por Don Juan (una producción propia del teatro). Curiosamente, hubo apenas un mes de separación entre la primera y la segunda. Después de todo, ahí John Malkovich estuvo a punto de aprender a decir “guatita”.

Hay sin duda otros lugares que no están incluidos. He oído, por ejemplo, que Entelequia, en el sur de la ciudad, es otra propuesta a la que vale la pena seguirle la pista. Pediría perdón por eso, pero es demasiado políticamente correcto. Más bien, juguemos al feedback. Y ahora te estoy retando, querido lector, a que me contradigas y me critiques, en este contexto en el que tanta falta hace la crítica.

1. “El Modernismo (en artes visuales) se caracterizó, entre otras cosas, por el entendimiento de la figura del artista como genio, la búsqueda de la pureza formal como un fin, o considerar a la noción de 'cubo blanco' del museo como el lugar ideal para exhibir porque las obras debían ser autónomas”, me explicaba Gabriela Cabrera, artista graduada del ITAE en periodo sabático –y mi hermana– en un mensaje de Facebook (red social que, por una de esas carambolas del destino, me he venido a enterar que es una plataforma de la crítica del arte contemporáneo en Guayaquil).