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Respuesta al artículo de Andrés Crespo “Un águila no caza moscas”

“La derrota parcial de Alianza País en las elecciones del domingo 23 de febrero de 2014 tiene no uno, sino varios nombres. Tras ellos surge un descontento y una intuición. Cuando ambos se juntan le dan forma (sic) algo más bello, algo que sí tiene un sólo nombre: identidad.”

 ​​–Andrés Crespo

 

He leído muchos análisis sobre la derrota parcial de Alianza País, el partido de Gobierno, en las elecciones seccionales de febrero de 2014 y me parece que la mayoría adolece de un problema: dan por sentado que la misma es producto de la consciencia popular sobre el abuso de poder de Correa. De entre todos, no he leído un sólo escrito que se haya tomado la molestia de pensar en la especificidad de los resultados con respecto a las diferentes circunscripciones. Los ecologistas han visto detrás de ella al Yasuní; las feministas a las penosas posturas del Presidente sobre el aborto y la familia; los demócratas al abuso de poder; etc. De entre este tipo de análisis, el de Andrés Crespo, “Un águila no caza moscas”, publicado en Gkillcity.com el 3 de marzo de este año, me parece el que más adolece de estos males, pues no solo sigue la misma línea argumental, sino que además hace una infinidad de afirmaciones categóricas sobre cómo somos y qué queremos los ecuatorianos.

Resulta complejo y hasta irritante encontrarle un hilo conductor a este artículo. Sin embargo, me parece que su idea central se puede resumir de la siguiente manera: dada la pérdida parcial de Alianza País en las elecciones seccionales, se puede intuir que hay una identidad (al parecer nacional) detrás de la forma en la que se votó. Esta identidad sería el producto de la conciencia que hemos adquirido los ecuatorianos durante el proceso político de la Revolución Ciudadana, conciencia que además ha sido creada o propiciada por el Presidente Correa (Crespo lo afirma sin titubeos), y que ahora, ante los actos de abuso de poder y mal manejo de los casos de corrupción, se ha tornado en su contra. Que el águila se haya puesto a cazar moscas determina la derrota.  

Esta forma argumental está marcada por una vacía autocomplacencia, incluso por una circularidad viciada: dado que Alianza País perdió, se supone que hay un rechazo nacional, pero la única forma de probar tal rechazo es la misma pérdida. Y aquí me pregunto yo, ¿por qué pensar necesariamente que hay rechazo, por qué no existe un solo voto afirmativo por los candidatos vencedores, por qué también suponer que un ciudadano de Tulcán voto de la misma forma y por los mismos motivos que uno de Loja, aun cuando tenían candidatos diferentes? 

La lógica más elemental impone no “probar la falta de pruebas” (y menos las que surgen de una intuición). Eso es absurdo, pero a esto me veo obligado ante un escrito ya publicado. Claro, el señor Crespo podrá decir que su artículo era una simple editorial de opinión y no un estudio –lo cual es obvio–, pero quizá por eso mismo debería ubicarse en los estrechos márgenes de sus propios criterios y no hablar en nombre de todos. El señor Crespo, quizá basado en su propia experiencia o en sus intuiciones, hace toda una teoría, no sólo de los resultados, sino de los gustos y preferencias de los ecuatorianos. A través de la clarividencia de Crespo y de su politología de lo anecdótico, ahora podemos saber cómo somos.  

Crespo cree que el pueblo se cansó del abuso de poder porque Correa nos ha hecho ciudadanos más conscientes (esta afirmación implicaría que antes no lo éramos, ¡gracias señor Presidente por la luz, y gracias señor Crespo por darnos la luz sobre la luz!). “El gobierno ha logrado lo insospechado, quizás sin proponérselo: los ecuatorianos ya no comemos cuento”, dice el texto. ¿Qué se puede contestar a eso? ¡Correa ha creado un monstruo desbocado! ¿Habrá criado cuervos y volveremos por sus ojos? Pero no hay ninguna explicación a esta afirmación ilógica, menos aún una prueba. Imagino que Crespo habla con Dios, o con la sombra abstracta del ecuatoriano promedio, o él mismo estuvo a “boca de urna” preguntando ¿por qué votó como lo hizo?

¿Y cómo somos o qué pensamos, por qué votamos en rechazo? Pongo unos ejemplos de las afirmaciones a las que me refiero: “A la gente no le importa la corrupción tanto como la forma en que se lidie con ella… la gente entiende la existencia de la corrupción, lo que no tolera es que se hagan mal los negocios, y que una vez que dichos negocios se hacen públicos, no se haga lo único valiente y potable: fiscalizar a sus protagonistas.” ¿Qué quiere decir con esto? Parece que somos unos cínicos que a su vez no toleramos ni la estupidez ni el cinismo de otros.

Aparentemente somos una extraña mezcla de liberales conservadores anarquistas que nos conformamos con nuestra realidad. Cito: “Porque hoy, al ecuatoriano le cae mal que le digan lo que tiene que hacer. No es dado a la grandilocuencia de grandes procesos revolucionarios. Sabe que las cosas siempre han sido iguales, y que si bien el cambio debe ser publicitado, no debe ser desde el ángulo de la víctima… Un estilo que, en un país donde el amor por la libertad raya en un afán anárquico, es un error descomunal”.

La fábula detrás de la “explicación”

Yo quisiera contar al señor Crespo otra fábula moralizante que coincide con la estructura de la suya. Se llama “La teoría de la Elección Racional”. En un reino lejano –el de los nuevos conscientes– había un hombre uniforme e invariable, un hombre modelo, un señor cínico y conservador, un tipo casi anarquista que iba siempre a pie. Alguien sin edad, clase social, religión o género. Un día, entre las múltiples elecciones a las que se enfrentaba en su vida, tuvo que elegir dentro del reino, un gobernador para su ciudad. Este hombre tenía acceso a todo lo que se podía conocer, sabía de todos los casos de abuso de poder que el Rey había cometido y las corruptelas de sus acólitos. Aunque el mismo Rey le había entregado al hombre la posibilidad de conocerlo todo, éste decidió elegir a cualquier otro que se contraponga al soberano, sin importar quién fuera. La elección no afirmaba al elegido, sencillamente negaba al Rey. En el fondo de su corazón, el hombre modelo amaba a su Rey y había votado así, esperando a que escarmentara.

Esta historia es igualita a las que se contaba en unos reinos llamados Fondo Monetario Internacional o Banco Mundial. Repite las mismas miserias conceptuales, porque pensar a los ecuatorianos sin raza, religión, ciudad, es hacerlos modélicos. Pensar que los nombres de la derrota son los que da, es pensar que el acceso a la información es igualitario, sin discernimientos y que todos colegimos lo mismo; pensar que por eso se voto en rechazo es pensar que siempre se elige racionalmente y en base a la información disponible, que siempre es completa.

A esta historia le falta todavía el final feliz, pero no lo sé, que nos lo cuente Crespo. Quizá sea cuando Alexis Mera, el único nombre propio del lado de los “derrotados” que Crespo menciona, se vaya “a caleta”. Ojala así sea.   

Las simplificaciones y las intenciones

Como había dicho, el problema no es sólo del artículo que replico, y que en verdad tomo como pretexto para hablar de las eternas simplificaciones y preguntarme por las intenciones de ciertos grupos políticos. Existen colectivos o grupos con poca o ninguna representatividad electoral, que analizando los resultados de la misma forma, pueden comulgar con aspiraciones sociales, que si bien no tendrán carácter nacional, pueden ser de verdadero interés público. Me parece que tal es el caso de colectivos a favor de la libertad de expresión, protección ambiental, derecho al aborto. Pero la misma simplificación con desiguales intereses y resultados podemos encontrar detrás de Lasso felicitando a Nebot y Rodas por la victoria, intentando capitalizarla para sí. Creo yo que ahí radica el peligro de estas simplificaciones, sobre todo si después pueden ser amplificadas para obtener los réditos consecuentes.

Asumir que hay voto de rechazo con la simple evidencia de la derrota, por otra parte, impone cierta postura de inmovilidad; casi como pensar que las cosas “caen por su propio peso”. ¿Por qué hay voto de rechazo? ¿Por qué asumir que Correa ha endosado sus pecados a todos sus representantes? ¿Por qué se vota igual en Bastión Popular como en Samborondón? ¿Por qué no hay votos afirmativos y todos son una negación de algo? ¿Al “ecuatoriano de a pie” (supongamos que esta cosa exista y sea uniforme) le importa el Yasuní, el caso de Jaime Guevara, la libertad de expresión? Estas explicaciones parten de la simpleza acomodaticia de intentar argüir ex post el porqué de un voto de rechazo ya supuesto.

Un análisis medianamente serio por lo menos debería tener en cuenta las especificidades de unas elecciones seccionales, y no hacer groseras generalizaciones de carácter nacional. Probablemente, la típica y ampliamente compartida sentencia de “el todo no es igual a la suma de las partes” no se aplique en este caso. A fin de cuentas, aquí el todo es una suma simple de partes reducidas a un único acto: el voto. Habría que considerar que el sufragio siempre es una reducción y una inducción a la elección, del que difícilmente se puede sacar siempre conclusiones fácilmente validables (fuera de este tipo de “hermenéuticas” de pacotilla).

Pero cómo enfrentarse a esta problemática sin que se impongan los límites del acceso a la “realidad”. Si en verdad estas elecciones son un síntoma de cierto desgaste del poder central, la falacia de las identidades no puede ser una respuesta válida, tomando en cuenta la dificultad de clasificar la diversidad de los resultados bajo una expresión única. Existen heurísticos que pueden dar ciertas claves dependiendo del caso. Quizá para el de Quito, la premisa del sociólogo francés Gilles Lipovetsky, de que los electores se comportan como simples consumidores, pueda esclarecer en algo lo que sucedió. En el caso de Guayaquil, a esta perspectiva debería unírsele la legitimación de un poder clientelar y fuerte, propio del gran bastión de la oligarquía. Cierta continuidad del movimiento indígena podría ayudar a explicar algunos de los resultados en la Sierra ecuatoriana. Las posiciones en contra del gran extractivismo –que no necesariamente sintonizan con las luchas ecologistas de las ciudades centrales–, pueden dar más luces sobre de lo que sucedió en provincias amazónicas. Existirán casos en los que el voto fue totalmente afirmativo por el candidato y no simplemente un rechazo al poder central. Claro está, estas generalizaciones, no son más que meros ejemplos y no explicaciones (de otra forma haría casi lo mismo que Crespo), pero podrían dar pistas desde dónde se podría empezar a buscar.

Coda

En el pecado de la generalización y el rechazo, Crespo no es el único; pero un pecado que en los otros casos parece ser venial, en él cobra dimensiones mortales por todas las aseveraciones gratuitas sobre nuestra identidad y el origen de nuestra consciencia. Por fin se ha podido resolver aquella pregunta sin respuesta: ¿qué somos los ecuatorianos? Argumento autocomplaciente y circular, presunciones salidas de la nada, conclusiones ilícitas, algún problema sintáctico; todo esto se puede perdonar; pero que nos haya dicho que los “ciudadanos de a pie” ahora tenemos conciencia por este proceso, por el Presidente; ¡eso, eso es para esta y otras respuestas!