¿Qué hay detrás de los dibujos de sátira?
Durante la presentación del libro Bonil Cartoons, el periodista Carlos Ycaza le preguntó a su autor sobre la trascendencia y frontalidad de su trabajo. “El humorismo es una forma de ver al ser humano en su verdadera dimensión de fragilidad" -contestó Xavier Bonilla, el hombre cuyas caricaturas le han hecho ganar menciones de honor en el World Press Cartoon o el Renan Lurie & United Nations Cartoon Award, dos de los reconocimientos más importantes que puede recibir un caricaturista.
Para Bonil, el ser humano suele recurrir a la pompa o a la seriedad para creerse trascendente. “El humorista no busca trascendencia”. Dice que puede haber mucho de vanidad, de creer que uno está en una posición de verdad. “Hacia donde yo pretendo llegar con el pasar del tiempo es a esa posición de dudar de que se está en la verdad”, explica.
Ninguno de los caricaturistas que publican su trabajo en el siglo veintiuno se han inventado una nueva forma de comunicación. La tradición del periodismo de sátira es larga. En 1796 el pintor español Francisco de Goya se aventuró a graficar a la duquesa de Alba con rasgos satíricos y caricaturescos, a pesar de que, se dice, habrían tenido una relación amorosa luego de que esta quedara viuda. O, tal vez, por eso mismo. Suiho Tagawa creó a Norakuro, un perro que se unía al ejército imperial durante la Segunda Guerra Mundial para derrotar a los chinos, representados como cerdos. En Ecuador, los registros de la caricatura son de inicios del siglo veinte, con autores como Estrella, Jorge A. Diez, Guillermo Latorre, Enrique Terán y Aníbal Batallas. Hoy, entre los humoristas políticos de más recorrido están Roque, Asdrúbal de la Torre y Bonil.
El historiador de arte Robert de la Sizeranne dijo que la caricatura primero hizo reír, después hizo ver y ahora hace pensar. La evolución del género está acompañada por una serie de reacciones de los gobiernos con la crítica. En un gobierno como el de India, que se reconoce como democrático pero en el que una mujer es violada cada veinte minutos a pesar de la igualdad establecida constitucionalmente, se armó un escándalo en 2012 por las críticas del caricaturista Aseem Trivedi publicadas en internet. Trivedi fue encarcelado por publicar unas viñetas que satirizaban la Constitución. En varios países convertidos al islam hay historias similares. En diciembre de 2013, Bonil publicó una caricatura que no lo llevaría a la cárcel, como a su par indio, pero sí ante un tribunal administrativo, la recién creada Superintendencia de Comunicación.
En su caricatura, Bonil graficó la supuesta violencia con la que la Policía y la Fiscalía allanaron la casa de Fernando Villavicencio, asesor del entonces asambleísta opositor Kléver Jiménez. El dibujo tenía una línea al pie que decía, sin comillas, “Policía y Fiscalía allanan domicilio de Fernando Villavicencio y se llevan documentación de denuncias de corrupción”. Jiménez es un acérrimo enemigo de Rafael Correa. Jiménez lo demandó en 2010 por genocidio, luego de que Correa ordenara ser rescatado del hospital de Quito donde unos policías insurrectos lo tenían secuestrado, a finales de septiembre de ese año. Según Villavicencio, todo fue un montaje. La Corte Nacional de Justicia declaró que la denuncia de Jiménez era maliciosa. En 2013, la Fiscalía lo investigaba bajo acusaciones de que había hackeado las cuentas de correo del presidente Correa. Fue entonces que irrumpieron en su casa. Fue entonces que Bonil hizo la caricatura polémica.
La Superintendencia de Comunicación le ordenó una rectificación de la caricatura, que El Universo publicó el 5 de febrero. Esta vez el allanamiento es gentil. Las autoridades tocan el timbre, Villavicencio los invita a pasar pues dice haberlos estado esperando, pide que se lleven lo que necesiten sin fijarse en los detalles de seguridad, cuidado vaya a pensar que le enseñarían la información a alguien más. “Yo sé que en sus manos habrá total independencia”, contesta Villavicencio. El dibujo con el que enmendaba la caricatura inicial llegó a reproducirse en varios periódicos internacionales, incluido el popular Le Monde de Francia. Bonil, cuya carrera ha sido meritoria, vive hoy el momento de mayor popularidad que haya tenido. Según cuenta el caricaturista, hasta le han pedido que tenga electores, en lugar de lectores.
Para hacer humor político existen ciertas técnicas gráficas aprendidas en la academia. Sin embargo, las intenciones y las reflexiones de cada caricatura dependen de la experiencia y audacia del autor. Trabajar en humor político no es contar chistes. Su labor principal no es dibujar narizones, feos o chiquitos a los políticos que nos gobiernan. Tampoco es replicar reacciones sin comillas ni con ellas y tiene más sentido en la opinión que en el periodismo porque su propósito no es informar. “Yo cada vez veo menos al humor como crítica, es más bien presentar al espectador una imagen”, explica Bonil, cuyo trabajo se publica desde hace treinta años en diferentes medios ecuatorianos y mundiales. “Quizás, lo sienta como sinónimo de rechazo pero a veces puede ser una humorización”. Al final del día, dice Bonil, el propósito es que el espectador se ría, simplemente como un ejercicio para respirar.
Bonil dice que en Facebook le dicen de todo. Él lo tolera hasta que se pasan de tono los insultos. Por esa vía lo contacté. Intercambiamos mensajes. Un jueves lo llamé por teléfono a las once de la noche. Dijo que quería matarme: tenía un viaje al día siguiente y una cola de pendientes por resolver antes de las cuatro, hora en que se levantaría para irse al aeropuerto. Viajaba a Cartagena de Indias por un encuentro de Periodismo. Pero no fui yo quien le jugó la peor pasada de ese día, pues lo bajaron del avión, que no despegó por una avería.
Bonil asegura que los problemas con sus caricaturas se han acentuado con el gobierno de Rafael Correa, en especial desde que se aprobó la Ley de comunicación. No sólo le han impedido publicar caricaturas políticas por controles editoriales sino también aquellas en las que usa detalles como nombres comerciales, bajo el criterio de que podrían sancionarlos por derechos de copyright. Pero dice que jamás en su vida le han dicho qué dibujar. A pesar de que se puede presumir que su opinión caricaturizada está en sintonía con lo que el medio revela a través del tratamiento de noticias, específicamente El Universo, donde Bonil publica a diario. “Es un mito creer que el dueño del diario tengan sus intereses, y como si eso fuera algo malo” asegura.
-Está bien asumir una postura -le digo- pero hay que decirlo.
-Habría que preguntar a los dueños de medios, o a los jefes de páginas editoriales si lo hay, y es que eso no escapa a la actividad humana.
Para Bonil, es un lugar común creer que uno tiene sus intereses y postura política en términos grandilocuentes. Dice que a veces es más sencillo. “No es que yo tenga una postura ideológica si yo veo que un funcionario del estado comente alguna tontería, abuso o atropello” -sostiene el caricaturista de nariz amplia, tez morena, cincuenta años- “Yo dibujo sobre ese tema porque me parece importante visibilizarlo”. Eso no implica, cree él, que eso signifique que tenga determinada simpatía política. Tal vez, si uno debe tenerla no es de ser de izquierda ni derecha, sino situarse cerca del ciudadano que está vigilando, o que está observando los actos de quienes administran el Estado.
Le comento a Bonil que, después de todo, la caricatura siempre dice algo que el resto del diario ni siquiera investiga. Le hablo del dibujo que publicó sobre el año viejo de la “metrosardina” con Nebot manejando y un comentario que dice “¡Qué creerán! ¿Que solo los del Mashi estaban prohibidos?” ¿Es tal vez la caricatura un as bajo la manga de lo que no puede publicar el diario?
-Creo que tu pregunta tiene un prejuicio de entrada -me responde y sigue-, porque la caricatura no es un recurso del periódico. En mi caso es la opinión de Xavier Bonilla que ha tenido la suerte de que alguien quiera publicar en sus páginas.
Bonil se tomó la vida de Xavier Bonilla, y el humor es su forma de vida. No parece tenso, siempre responde con calma, como lo hizo con la Superintendencia, aunque sus caricaturas se discutan como un trastorno de odio y mala intención. A pesar de las multas y sanciones de la Superintendencia de Comunicación, Bonil dice que no hay que tomarse demasiado en serio el humor. No se ancla en el temor porque asegura ya tiene una técnica que le permite manejarse bien. Dice, además, que no es posible hacer reír cuando se está asustado.