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¿Qué hora es esa cuya llegada ha ofrecido Nicolás Maduro?

El presidente Nicolás Maduro encara la crisis y la protesta en Venezuela de la peor forma. Muestra los dientes y muerde a sus detractores, sobre todo a la prensa. Cuando un estallido social es posible, la censura dice presente.

La libreta al lado de mi laptop es una mina de riesgos. Contiene apuntes que en Venezuela perfectamente me valdrían encarar a la justicia. No soy arquitecto de planes golpistas. Tampoco me valoro como un “tirapiedras” anti-establishment. Es simple: ejerzo de periodista desde hace doce años en una nación convulsa y políticamente polarizada. Tuve el descaro de plasmar, con pulso firme, titulares sobre las manifestaciones “anti poder” que pasadas las ocho y cuarenta de la noche de este sábado se multiplican fuera de estas cuatro paredes. Apostillas de denuncias para mí; confesiones de un crimen según mi gobierno.

“El balance”. Así bauticé bajo tinta azul a la primera anotación. Los hechos, sin más, desde el miércoles 12 –conocido como 12-F–: Estudiantes que tomaron las calles en Caracas y al menos en otras nueve ciudades principales, convocados por dirigentes de partidos opositores para protestar contra los maltrechos índices socio-económicos del país. Tres muertos y sesenta y seis heridos tras enfrentamientos de fuerzas militares, jóvenes detractores y grupos armados pro oficialistas, el arresto de ciento cincuenta y siete manifestantes y destrozos en dependencias oficiales, como la Fiscalía General de la República en la capital venezolana. Trancas de intersecciones y vías principales. Un febrero con aroma de bomba social.

La jornada cerró con la denuncia del presidente Nicolás Maduro de que un “golpe de Estado” estaba en marcha. Se le sumaron cacerolazos estruendosos en hogares, en repudio a la voz oficial que hablaba en cadena nacional de radio y televisión. Y antes, lo vergonzoso: el retiro del canal colombiano NTN24 de los sistemas de televisión por cable locales, por transmitir mensajes, videos y entrevistas que generaron “zozobra”. Todo según juicio y dictamen del mandatario electo hace poco menos de un año tras la muerte de su padre político, Hugo Chávez Frías.

La protesta, recrudecida en las últimas horas, detona en el contexto de una inestabilidad económica generalizada. Ocurre mientras informes oficiales reportan cifras que llegan al cincuenta y seis por ciento de inflación en doce meses. Se concreta luego de un 2013 que registró veinticuatro mil asesinatos, según datos del Observatorio Venezolano de Violencia. Arde Troya en Venezuela cuando el Banco Central admite que hay 28 por ciento de escasez general y que tres de cada diez productos de primera necesidad bien pudieran reemplazar a Chuck Norris en su película más clásica: “Desaparecido en Acción”. La soledad en los anaqueles, la mermada producción nacional, una corrupción galopante y un constante jaloneo entre Gobierno y oposición, dan figura a una fórmula que deriva en la segunda de mis anotaciones: “Contextos del desastre”.

Apología y censura

Este es un análisis imposible de publicar en prensa, radio o televisión en mi país. Siquiera la advertencia de ese escenario pudiera interpretarse como apología del delito. Un reporte confundido con la afrenta. Escribirlo se interpretaría como promoción de la idea facinerosa, de acuerdo con el Ejecutivo. En esa realidad cobra vida, se engalana y sonríe, burlón, el tercer párrafo de la lista en mi libreta de apuntes: “Censura y autocensura”.

De él nacen las líneas que podrían ganarme una boleta de cárcel o que mi nombre resalte subrayado en alguna lista azabache del servicio nacional de inteligencia. Y es que nada de esto es casual. El miércoles no solo se asfixió a NTN24. La autoridad, con conocimiento del dignatario nacional, arrestó temporalmente en Caracas al fotógrafo de la revista Exceso, Rafael Hernández, quien eternizaba con su cámara la batalla campal del 12-F. Maduro, además, dio “palo” a los corresponsables de la agencia de noticias AFP en la capital. Los acusó de estar a la cabeza de la “manipulación” y ordenó a su ministra de Comunicación “hablarles claro” sobre lo que deben –y no deben– informar.

El primer día legó un balance pesimista: dos periodistas heridos, un fotógrafo arrestado por la Policía Científica –órgano encargado de las investigaciones criminales-, otro par de colegas amenazados de muerte y, especialmente, los hechos manoseados y la autocensura bochornosa de los canales de transmisión abierta. Un desfile de televisoras complacientes con Miraflores. TVes, el canal pro oficialista que en 2008 suplió en la parrilla a la incómoda RCTV. Venezolana de Televisión, la ventana del Estado que se transmuta al aire en la palestra del partido de Gobierno, reproduce solo el ángulo y el audio que conviene al status quo. Televén y Venevisión, palestras audiovisuales que moderaron su línea desde 2004 hasta hacerse, como decimos en Venezuela, los “Willy Mays”, los indiferentes. Y Globovisión, considerado como el único podio de la voz disidente hasta el año pasado –cuando cambió de dueño–, transmite enlatados y programas de temas light mientras las piedras, los disparos y las lacrimógenas pululan en las calles. Comiquitas, novelas y reality en vez de la noticia peregrina y cruda.

Es la misma fórmula comunicacional de abril de 2002 pero a la inversa; ahora a beneficio del Gobierno. Cuando Chávez cayó por poco más de un día tras una revuelta en la calle, las televisoras de entonces apostaban por una programación de día cotidiano. Pero la realidad era que el golpismo se desmoronaba y las tropas leales, junto al pueblo chavista, se lanzó a la calle para recuperar a su líder. Un mutis condenable ayer e igualmente repudiable en tiempos corrientes.

Y en el trámite surgen alternativas. Repuntan las armas del multimedia y la interconexión. Los chamos “disparan” en la red. Los teléfonos inteligentes, combinados con Twitter, Facebook, Skype y otras aplicaciones de difusión masiva, han sido el calvario de un gobierno que solo permite dos opciones: el silencio o su versión. Se catapultan al mundo voces e imágenes que no retratan una intentona golpista. Esbozan represión y tortura. Pintan a grupos paramilitares atacando a mansalva. Verdades dicotómicas, separadas por un abismo de ideología sin puente de enlace.

Mientras redacto mi texto provocador, la Comisión Nacional de Telecomunicación hace su juego sucio. Combate el lodo con más barro y agua de cloaca. Ha comenzado a tumbar sitios web clave pero no especificados, esgrimiendo que se defiende ante ataques de hackers extranjeros. Se han escuchado reportes de fallas masivas en los servicios de internet, especialmente de los de Cantv, la empresa de telecomunicaciones controlada por el Poder Ejecutivo. Twitter confirmó el bloqueo de su red por parte del Gobierno. En Venezuela la censura no solo es retórica, también es acción.

El Tyson de la política

Nicolás Maduro lo justifica todo sin ruborizarse. Su propósito es el filtro político. Solo se informa lo que el gendarme quiere. Hacer lo contrario tendrá sus consecuencias. La orden contra NTN24 fue para “defender el derecho a la tranquilidad”. Para él, es plausible y perfectamente legal vetar a las cadenas foráneas que tratan de “influir, perturbar y hacerle daño a la verdad de Venezuela”, a la verdad del heredero de Chávez, querrá decir.

Hablamos del discípulo que pisa sobre la sombra de un líder socialista y mesiánico que trotaba mundos con tufillo de interrogantes democráticas. Es el aprendiz de un dirigente continental que se pavoneaba cual boxeador feroz ante los medios críticos. Se trata de un Presidente incipiente que, a cuatro días de la marcha del 12-F, advirtió a la prensa escrita que la censuraría de tajo. El golpe autoritario contra el último resquicio de periodismo serio y libre: “¡Les llegará su hora! Me llamarán dictador, no me importa: voy a endurecer las normas para acabar con el amarillismo y la propaganda que alimentan la muerte. ¡O se montan o se encaraman!”. El pupilo corrió hasta alcanzar al maestro. Y en su baile por el ring ha mordido, cual Tyson, la oreja de las leyes universales de la libre prensa y la libre expresión.

El mote no le avergüenza. En lo comunicacional, claro que lo es. Repite con crudeza fórmulas vetustas que restringen y ahogan a la noticia. Lo escribí resaltado en la libreta, en mayúsculas, entre un par de comillas y sobre un par de rayas trazadas con tal fuerza que por poco traspasan la hoja: “DICTADOR (de la prensa)”. Maduro viste y calza como uno. Me equivoqué cuando le di el beneficio de la duda ante el hecho de que una treintena de periódicos han dejado de circular o han debido reducir el tamaño de sus ediciones por la escasez de papel prensa –que desde hace meses se importa a cuentagotas por trabas gubernamentales–. Es momento de exorcizar los eufemismos.

El delfín se ha emperifollado esta semana con traje de hiena. Limita, sofoca, asusta. Muestra los dientes el que en sus tiempos de canciller estrechaba manos y proyectaba sonrisas. Es de escandalizarse. Hoy a Venezuela la preside un hombre que estornuda su germen de dictador sobre el rostro del periodismo. Para él, da igual redactar un titular revelador que arrojar una “molotov” a una vidriera. Pues escribiré entonces la confesión de mi crimen: seguiré siendo un sospechoso eterno en tiempos de revolución.