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Somos mucho más que macho o hembra: el cuerpo intersexual es un signo de nuestra capacidad de evolucionar y comprendernos como especie.

“…Ni dos son, sino su forma doble, ni que mujer decirse

ni que muchacho, pueda, y ni lo uno y lo otro, y también lo uno y lo otro, parece”

Ovidio, Metamorfosis

 

Anne Fausto Sterling, filósofa y bióloga feminista, publicó en 1993 un ensayo provocador y fundamental para los estudios de género: “The Five Sexes: Why Male and Female Are not Enough”, y partió del mito griego de Hermadrofita para evidenciar cómo hemos aprendido a pensar en lo que necesitamos comprender y no condenar. Hermafrodito, hijo de Hermes -mensajero de los dioses– y de Afrodita -diosa del amor sexual- se bañaba desnudo en el lago cercano de donde vivía la náyade Salmacis. La ninfa se enamoró al verlo desnudo y se metió al lago para conquistarlo. Él la rechazó pero ella logró forcejear y abrazarse a su cuerpo mientras pedía a los dioses que jamás los separaran. El deseo le fue concedido y Hermafrodito y Salmacis se fundieron en un solo cuerpo con un rostro, dos brazos, dos piernas y dos sexos. Una vez transformada, Hermafrodita pidió otro deseo a los dioses: que todo aquel que entrara a bañarse en ese lago se transformara de igual manera. El deseo del cuerpo intersexual le fue concedido.

El ensayo de Fausto Sterling explora las explicaciones que la humanidad se ha dado a misma para comprender la diversidad de los cuerpos que la conforman. En su investigación, lista tres estados intersexuados para ilustrar cómo un cuerpo humano es capaz de acoger en su anatomía el aparato genital masculino y el femenino. Su provocación fue cuestionada pero reforzó el debate en torno a los sexos y a la díada sexo-género sobre la que se ha construido toda la sociedad occidental, en sus instituciones, en su lógica, en su sensibilidad. Romper este binarismo no es fácil, requiere de procesos, de disposición y de luchas permanentes. Más aún cuando va acompañado de presupuestos y fobias.

En el enlace ciudadano 354 del día el 28 de diciembre de 2013, el presidente Rafael Correa se refirió a la población transgénero en Ecuador. Un par de semanas antes se había reunido con activistas LGBT. El presidente habló también de los derechos sexuales de la población ecuatoriana. Dijo que “La libertad es incluso elegir si uno es hombre o mujer. Por favor, eso no resiste el menor análisis.” El "menor análisis" lleva fraguándose en la ciencia desde hace más o menos quinientos años y, en el mundo, hace unos… ¿cuatro mil? “Lo que les puedo decir” –continuó Correa– “académicamente, son barbaridades.” Los derechos humanos y sexuales, los esfuerzos de la ciencia y de las Humanidades por mostrarnos que somos más diversos de lo que nos han dicho las instituciones, y que esa diversidad es nuestro derecho más básico, eso debe mirarse como algo más que una barbaridad.

Esos mismos derechos se inscriben en realidades concretas que afectan la vida de la población todos los días, y por eso deben discutirse, por eso necesitamos la reflexión, no la deslegitimación de estos temas. A inicios de enero, por ejemplo, el colectivo Silueta X denunció el despido del empleado Juan García de la empresa Sweet and Coffee. El gerente aclara, según una nota publicada en diario El Universo, que el despido fue por asuntos internos, a pesar de que la encargada de RRHH manifestaría que el despido fue por “vestirse de mujer”, lo cual vulneraría los derechos de García, quien se autoidentifica como una ciudadana transgénero, según Silueta X.

Si esta persona fue despedida por su identidad sexual hay una violación a sus derechos laborales. Y también hay una enorme limitación, por parte de esta empresa, y por parte de muchos sectores de la sociedad, de qué es una persona y porqué merece respeto y reconocimiento en su diferencia y en su particularidad. Nuevamente, no se trata de una ligereza, sino de una limitación en nuestra concepción de la idea de persona, derechos e identidad sexual.

Dos no es suficiente. Una de estas razones es que no siempre los cromosomas XX para varón y XY para hembra corresponden al aparato genital con el que nace una persona. En ese hecho se despliega una diversidad sexual, emocional, quizás insospechada que es parte de nuestra humanidad y debe ser un elemento funcional en nuestra sociedad. Fausto Sterling habla de 4% de nacimientos hermafroditas en la población. Este 4%, sin embargo, se dispersa y se camufla dentro de las prácticas biomédicas contemporáneas. Al nacer y ser identificados como hermafroditas, muchos bebés empiezan a recibir tratamiento para ser modelados según uno u otro sexo.

"Casi enseguida del nacimiento –explica F. Sterling– los niños son inscritos en un programa de manejo hormonal y quirúrgico para poder deslizarse silenciosamente en la sociedad, como machos o hembras heterosexuales ‘normales’. Enfatizo en que la motivación para ello no es, de ninguna manera, conspirativa. Los afanes de esta norma son genuinamente humanitarios, reflejando el deseo de la gente de ‘caber’ tanto física como psicológicamente. En la comunidad médica, sin embargo, los presupuestos detrás de ese deseo –de que haya solo dos sexos, de que sólo la heterosexualidad es normal, de que sólo hay un modelo verdadero de salud psicológica– han permanecido sin examinar". Es decir, antes de que un recién nacido hermafrodita haya tenido tiempo de convertirse en niño o niña, sin haber podido buscar una identidad sexual, emocional, psicológica, con un sexo y un género, su cuerpo ya ha recibido altas dosis de hormonas, cirugías que pueden incluir extracción de órganos, tratamiento psicológico y educación sexual. Esta educación sexual le dice qué debe ser, o cómo debe sentirse.

Es lo que hace la biomedicina: legitima los principios biológicos de la díada sexo-género. Juan Carlos Jorge, científico puertorriqueño y nombre fundamental en el mundo de la geopolítica del conocimiento, cree que urge ahora, en el siglo veintiuno, denunciar “las inconsistencias teóricas y prácticas de la lógica biomédica cuando se trata del corpus sexual”, es decir, cuestiona la insuficiencia de la díada macho-hembra.

Dos no es suficiente, tampoco, cuando nacemos con un sexo claramente asignado. Al nacer, se reconoce y se examina nuestro cuerpo, lo que incluye examinar nuestro aparato genital. Si una mujer decide no conocer el sexo del bebé que espera, lo primero que se le revela en el lugar del parto es si su bebé es un varón o si es una hembra. ¿Qué se dice frente al nacimiento de un bebé hermafrodita?

En sus investigaciones, Juan Carlos Jorge cita, casos en que el aparato genital de la persona se ha desarrollado apenas a los cinco o incluso a los diez años de edad. Hasta entonces, la persona fluctúa en su identidad sexual explorando si se siente como un niño o una niña. Socialmente, un género ya le ha sido indicado, muchas veces de manera violenta, temerosa, impositiva.  El trabajo de Jorge está centrado en demostrar lo obsoleto de la división macho (XY)-hembra (XX) para dar a los seres humanos cuerpos socialmente aceptables. Esa comunidad científica propone, incluso, que la reasignación de sexo por vía quirúrgica sea viable en la niñez, para que podamos crecer con el sexo que elegimos. Esto, cuando hemos tenido tiempo de descubrirnos, sin la vehemencia por asignarnos sexo y género que proviene de la familia, la Iglesia y la sociedad.

El intersexo nos incomoda, nos desorienta, porque estamos habituadas a reconocernos como hombres o mujeres. Pero el intersexo ha estado allí siempre, y Hermafrodita es sólo una de las explicaciones que nos hemos dado. Otras culturas, otros mundos, han hecho del hermafroditismo el símbolo de la armonía y la unión, la totalidad. Cuando una persona elige cambiar de sexo a lo largo de su vida, por cualquier razón que tuviera, ya fuera total o parcialmente, esa persona nos está demostrando que nos podemos comprender mucho más allá de la tajante división marcho-hembra. Esa persona nos confronta con nuestras propias ambigüedades, afortunadamente.  

Cuando nacemos con un sexo biológicamente legible dentro del par macho-hembra, la vida “está cantada”. Ese sexo empieza a ser modelado según el acuerdo de género que nos corresponde: hombre-mujer. Heterosexual. Masculino. Femenino. Pero esas correspondencias no son estables, no son sempiternas, y la condición humana es más compleja y más poderosa que estos pares. Por eso, la identidad sexual debe considerarse como diversa, inestable y cambiante. Nacer con un sexo biológicamente claro no puede ser el eje inamovible de la humanidad de una persona. Afortunadamente, podemos transformarnos como parte fundamental del devenir de nuestra propia humanidad. Para convertirnos en quienes somos, necesitamos una sociedad que no nos estigmatice por esa transformación, ya sea física, quirúrgica, hormonal, mental o emocional. Nuestros viajes interiores son un derecho, y no podemos ser vulneradas por emprenderlos.

En octubre del 2013, Argentina reconoció legalmente la identidad de un niño transgénero y la cambió de Manuel a Lulú. Al referirse a la identidad sexual de las personas, el primer mandatario ecuatoriano afirmó: “La igualdad consiste en que los hombres parezcan mujeres y las mujeres, hombres. ¡Ya basta!” Esto, tras su reunión con activistas LGBTI en Guayaquil. Este abismo entre los derechos ganados para Lulú en Argentina, por citar un ejemplo, y la situación ecuatoriana es profundamente preocupante.

Ante la ciencia, la reflexión sobre nuestra propia naturaleza, los derechos sexuales, Correa dijo: “Yo prefiero una mujer que parezca mujer”. Esta incomprensión es desoladora. Resulta difícil no pensar en funcionarias como Carina Vance, respetada por su activismo lésbico, o en las asambleístas feministas aludidas por las afirmaciones del mandatario respecto a la “ideología de género”. ¿Cómo van a reaccionar? ¿Qué dice el colectivo LGBTI que homenajeó a Correa al escuchar su transfobia, cuando dice que “eso”, es decir, la conciencia de los derechos sexuales, el respeto a la diferencia, “no se imponga a los chicos”? “Me dirán retardatario, cavernícola”, dijo el Presidente. La intolerancia es una poderosa arma para la violencia. Que la máxima autoridad de un país haga oficial un discurso obsoleto frente a los derechos sexuales de su población constituye una ofensa para dicha población, y la pone en riesgo, porque deslegitima sus derechos. Lo de cavernícola es lo de menos.