¿Hasta dónde llegará el alcalde Barrera para terminar su obra emblemática y ser reelegido?
Llueve a cantaros, el frío carcome los huesos y las rodillas vacilan. El planeta de Alfonso y José esta hecho de lodo por los diez grados que registró Quito el martes ocho de enero de 2013.
Se turnan para cuidar un tractor Hyundai en la incipiente Ruta Viva, esa vía que conectará la Simón Bolívar con el aeropuerto de Tababela y cuya construcción está a medias. Medirá casi trece kilómetros, pero solo se ha construido un tramo siete. Los juicios de expropiación continúan y, en Cumbayá y Tumbaco, son tema de debate vecinal.
Más allá del apetito del alcalde y el premio a la cuestionable Odebrecht hay dos pequeñas historias que hablan con claridad sobre los atrasos e incumplimientos en la construcción de la vía. Alfonso y José son dos guardias que duermen en los tractores “por buena voluntad del maquinista” que les deja las llaves, “porque sino durmiéramos afuera en la lluvia, el lodo y el frío”.
Desde la cabina del tractor, con la cabeza inclinada hacia abajo y sosteniendo con su brazo la puerta para que no se cierre, José cumple con su turno de la noche. Son las ocho y aún le quedan nueve horas para completar la jornada. Trabaja veinticuatro horas seguidas y recibe quinientos cincuenta dólares y seguridad social. Lleva una gorra, una chompa y un calentador que, para una noche fría como esta, parecen insuficientes.
– ¿No tiene frío?
– Sí, pero uno se acostumbra. Ahora porque tengo la puerta del tractor abierta para conversar pero si la cierro no entra tanto viento.
José tiene cincuenta y cuatro años, una sonrisa que contagia y ganas de trabajar. Su esposa no conoce las condiciones en las que lo hace. “A veces se enoja porque me pregunta si seguro mi turno es tan largo o es que tengo a otra”, dice riendo. Hoy acabará a las cinco de la mañana, llegará a su casa en el sur de Quito, descansará un par de horas y en el día compartirá con su mujer. Ya se acostumbró a esos horarios. Lleva cuatro meses cuidando esa enorme máquina amarilla estacionada junto a una zanja con lodo.
Cuando le asignaron la tarea, no entendía por qué debía permanecer en la intemperie toda la madrugada para cuidar un “simple tractor”. Pero en una ocasión, se robaron unas piezas de la máquina y el valor fue descontado de su sueldo. José tiene tres hijas, todas casadas, por eso su salario es para la vejez que compartirá con su esposa. Por los dos titirita de frío.
José no sabe cuántos meses más tendrá ese turno. No hay una fecha concreta para terminar la Fase II de la Ruta Viva. La construcción va desde el sector La Primavera hasta la parroquia de Puembo –casi siete kilómetros y medio– e incluye la construcción de los intercambiadores Tumbaco 2, Puembo, Intervalles, el escalón La Cerámica y los puentes sobre los ríos San Pedro y Chiche.
“Un obrero que palea a lo largo de la Ruta Viva gana trescientos treinta. Sus horarios son menores, pero si el maquinista es brasileño gana sobre los mil porque es brasileño como Odebrecht”, dice José. La inversión para la obra completa es de ciento ochenta millones de dólares. José dice que todas las noches anhela una merienda caliente “Eso sí que es injusto, uno trabaja 24 horas y no hay la comida”. Esta noche no hay obreros a lo largo de la ruta porque llueve y el agua impide la construcción. José está solo esperando que pasen las horas.
Al día siguiente hay cambio de turno. Alfonso, de treinta y dos años, releva a José. También trabaja veinticuatro horas seguidas pero recibe el sueldo básico y no está afiliado a la seguridad social. Lleva seis meses trabajando en la empresa que el Municipio de Quito subcontrata para la seguridad de la maquinaria. No ha reclamado por las condiciones laborales porque necesita el trabajo. Usa el dinero para mantener a sus tres hijos. Es de Calceta, Manabí, y cuando llegó a Quito, hace casi un año, el empleo como guardia de seguridad fue el único que encontró.
Alfonso cuenta que el amor por su familia es lo que lo motiva a pasar las veinticuatro horas contiguas junto al enorme talud donde está el tractor. Él no votará en Quito durante las elecciones seccionales y tampoco podrá viajar a su natal Calceta porque tiene que cumplir con su turno, ahora mismo en pleno clímax de la campaña electoral.