Un par de reflexiones sobre inmovilidad, la gente, y la política pública
Hoy se cumple el último día de una tortura china. Durante las últimas cuatro semanas he tenido que llevar un yeso desde la muñeca hasta el hombro. Una caída mal ejecutada con una calificación total de 0 en arte y 10 en destrucción ósea (en tu carota Nadia Comanecci) me obligó a pasar un mes en esta extraña situación.
Pero ese no es el objetivo de este texto. Las lamentaciones de estar con un yeso las dejaremos para otra ocasión. Lo que realmente quiero hacer es: a.- Hablar un poco de las consecuencias que uno tiene cuando tiene que quedarse bastante quieto y enfermo durante un tiempo, y b.- Cuáles son mis observaciones respecto al comportamiento social en relación una persona que tiene un problema de salud.
En relación a las consecuencias personales de haberse quedado quieto durante todo noviembre y casi medio diciembre, hay tres aspectos. El primero es que al final del día, todos los ecuatorianos somos muy latinos, no solo por nuestro swing y manera casi suicida de enfrentar la vida, sino porque realmente no solo hablamos con la boca, sino con las manos. Realmente siento que he perdido como el 30% de mi vocabulario durante este mes que no he utilizado mi mano derecha; cosa que conlleva muchos problemas cuando tu trabajo es dar clases o capacitar personas, como el mío. Siento que tengo un caso complicado de alzheimer juvenil. Se proyecta en periodos, entre el olvido y la senilidad, cuando quieres tratar de explicar algo que implica gesticular con las manos. Finalmente llega un momento en que te miras la mano buscando respuestas, y la encuentras atrapada bajo un par de centímetros de piedra y gasa.
La segunda consecuencia es de índole más prosaica. Uno no se da cuenta de las barreras diarias de una persona con una limitación física, hasta que lo vives. Desde amarrarse los zapatos y tratar de tomar un autobús hasta subir escaleras o poder firmar. Todas se vuelven actividades complicadas que implican enfrentarse a un sistema burocrático oculto y nada práctico.
Por ejemplo, pedí un certificado bancario en un institución X. El amable funcionario de ventanilla me pidió firmar cinco veces y después decirme “no creo que no pueda firmar con el yeso puesto” y pedirme un certificado médico, reportó mi firma como “falsificada”. Está en el manual, me dijo. No me quiero imaginar lo que le pasa una persona con una discapacidad permanente cuando trata de explicar que tiene un problema y necesita la colaboración de los demás.
Un claro ejemplo es el transporte (movilidad humana dirían los intelectuales). Toda la vida he sido orgulloso y arriesgado usuario del transporte público quiteño. Al momento de subirme a mi clásico autobús Cotocollao-Congreso, realmente estaba preparándome mentalmente para ser vejado de forma sistemática por parte de la parroquia. En efecto, intentar explicar a las personas que no te puedes sostener porque estás tratando de que no te rompan el brazo, lleva a escenas de lo más graciosas. Cuando me subí a uno de los buses tratando de buscar un asiento libre, vi adultos inteligentes pero inmaduros haciéndose los dormidos para no darme puesto. Si eso no es una definición perfecta de viveza criolla, no sé lo que es.
Finalmente, con todo este problema me puse a pensar. Considero que estamos construyendo una sociedad donde la inclusión y el trabajo a favor de las personas con discapacidad son un producto publicitario a favor de una minoría acomodada que tiene acceso a los recursos necesarios para poder vivir con una discapacidad.
Las ciudades no están construidas en favor de las personas que van a necesitar un poco más de ayuda que el resto para poder suscribir sus vidas con tranquilidad. Realmente admiro ahora a las personas que se levantan todos los días con una discapacidad permanente y ejercen un trabajo digno y decente para traer el pan a sus casas. Ahora entiendo la frustración de una sociedad que dice ayudarte y que realmente lo que hace es darte la espalda cuando realmente necesitas una ayuda en el aquí y el ahora. Ahora me toca entender que los derechos muchas veces suelen ser para limpiar la conciencia de una sociedad que todavía ve en el otro una amenaza, un peligro, una carga que hace mucho más incómoda la vida.
En este último día de la tortura china, yo me declaro en resistencia. Nuestra constitución, con todos los errores que puede tener tiene un artículo que podemos utilizar de manera creativa: el 98. Este establece el derecho los ciudadanos de “ejercer el derecho a la resistencia frente a acciones u omisiones del poder público o de las personas naturales o jurídicas no estatales, que vulneren o puedan vulnerar sus derechos constitucionales, y demandar el reconocimiento de nuevos derechos”.
Creo que es necesario construir una política pública que pase de entregar cosas a cambiar conductas a favor de las personas con discapacidad. No importa si se entregan camillas y otras ayudas, también hay que empezar a generar mejores seres humanos y mejorar las condiciones para el ejercicio del proyecto de vida de todos.
¿Son reflexiones muy complicadas entorno a una rotura de radio, cubito y húmero? Probablemente. Pero si un día nos imaginamos todos con un faltante real en nuestras herramientas de vida, las de nuestro cuerpo, podríamos darnos cuenta de lo frágil que es la estructura social y cómo dependemos de nuestro cuerpo para poder vivir en sociedad. Sólo así podríamos ser un poquito más sensatos y más completos no solo de cuerpo sino de sentido común. En la tierra misteriosa, llena de aventuras y peligros como el Ecuador, desgraciadamente ese es el recurso natural menos renovable que tenemos.
(Texto escrito con una sola mano)