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Como hace unos meses firmé una declaración a favor de la Unión Civil o Matrimonio Civil para individuos del mismo sexo en el Perú, deseo abusar de la hospitalidad de GkillCity para exponer mi punto de vista al respecto.

Hace cien años sugerir que una mujer podía votar era considerado un disparate en muchas democracias occidentales. Hace ciento cincuenta años, numerosos pensadores europeos promovieron la «democracia censitaria» para evitar que el voto de un analfabeto tuviera el mismo valor que el de un catedrático. Hace doscientos años, la mayoría de constituciones europeas reconocía la igualdad de todos los hombres, siempre que hubieran nacido en Europa. Propugnar cualquiera de estas posturas provocaría hoy hilaridad y vergüenza ajena, pero en su tiempo fueron consideradas verdades casi absolutas y contaron con valedores cualificados. Ampliar el matrimonio civil a todos los contribuyentes, con independencia de su identidad sexual o de su potencial procreador es una reivindicación razonable y que dentro de cien años nadie discutirá.

¿Por qué un Estado sostenido por todos los ciudadanos permite que sólo algunos contribuyentes se casen?, ¿cuál es la razón jurídica o económica que le impide contraer matrimonio a dos individuos del mismo sexo? Ampliar el matrimonio civil a todas las combinaciones posibles de ciudadanos no debería ser una reivindicación política sino constitucional, y en este razonamiento incluyo a los homosexuales y además a los hermanos y hermanas solteras que viven juntos, y a quienes han convertido la amistad y la lealtad en una fraternidad tan duradera como la familiar. El matrimonio civil es una suerte de contrato que permite a dos ciudadanos libres declarar impuestos en régimen de bienes gananciales, percibir pensiones en caso de fallecimiento del cónyuge y eventualmente adoptar niños. Por lo tanto, el matrimonio civil no tiene nada que ver ni con la sexualidad ni con la religión.
 

Finalmente, mi defensa del matrimonio civil supone un rechazo a los registros de «parejas de hecho», pues los tales registros se me antojan una mescolanza de ventajismo y discriminación. La pareja heterosexual que convive al margen de la ley ha tomado una decisión respetable, pero su origen no es la marginación sino la disidencia. ¿Cómo se puede descreer de las obligaciones de los papeles y al mismo tiempo creer en los derechos de los papeles? Quienes renieguen del código civil deberían sufrir todas las consecuencias que conlleva vivir fuera de la ley, porque todos somos iguales ante la ley. Por eso defiendo el matrimonio civil para los homosexuales y más bien impugno los registros de «parejas de hecho».
    

No aspiro a vivir en una sociedad más «tolerante», «solidaria» y «multicultural», esa moderna versión políticamente correcta de los antiguos cuentos de hadas, pues me bastaría con que la gente sea más educada, generosa y razonable. En esa sociedad ideal los ciudadanos serían más discretos y respetarían la intimidad de todas las parejas que vivan juntas, porque el sexo y la sexualidad del prójimo no debería interesarnos en absoluto.