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Nunca antes en nuestro país los temas de la comunidad LGBTI habían tenido el protagonismo del que han gozado en estos días. Este gran debate nacional ha servido para que se visibilice quienes son y qué reivindican los ecuatorianos y ecuatorianas que pertenecen a la diversidad sexo genérica. 

Pero no es suficiente que en nuestro país esté dándose diariamente esta discusión sobre los derechos humanos de las minorías sexuales. Hace falta conocer más sobre su realidad cotidiana. Es por esto que ha sido una excelente iniciativa que el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos INEC realice una minuciosa entrevista a la población LGBTI para determinar por primera vez en nuestra historia cómo viven y cuáles son los principales obstáculos que encuentra la población sexo diversa para lograr la inclusión en la sociedad ecuatoriana. Los resultados que ha publicado el INEC han sido como mirarnos en el espejo de nuestra idiosincrática homofobia y ver qué tan lejos estamos de poner en práctica las vanguardistas leyes que respecto a los derechos humanos tenemos en nuestro marco legal.

Nuestra Constitución señala expresamente que todas la personas somos iguales y gozamos de los mismos derechos, deberes y oportunidades y que nadie podrá ser discriminado, entre otras cosas, por su orientación sexual o su identidad de género. Sin embargo, entender esto aún es difícil para gran parte de la sociedad debido a la homofobia.

La homofobia es un problema humano grave y profundo que nace de consideraciones que pueden ser religiosas, morales, tradicionales, históricas, familiares, y que tiene múltiples resonancias.

El origen primordial de la homofobia está en el hecho de pensar que la única sexualidad posible, legítima y obligatoria es la heterosexual y que cualquier otra sería impensable. Esto explica el que alguna gente haya vivido toda su vida sin siquiera imaginar la existencia de la homosexualidad, y cuando se topan con esta realidad sienten que su mundo se cae a pedazos. Algo así debió sucederle a la curuchupa sociedad europea del siglo XVI cuando Copérnico osó decir que la Tierra no era el centro del universo.  

Por otro lado, las teorías teológicas, morales, jurídicas, médicas, biológicas que durante muchos años han utilizado la homofobia como sustento, no son otra cosa que razones inventadas para justificar los prejuicios predominantes de ese momento histórico. Con los años, la ciencia se ha ido abriendo paso  hacia el entendimiento de una sexualidad humana diversa y compleja. Sin embargo, es una tarea que implica esfuerzos titánicos hacerle entender a aquella persona que ve en la homosexualidad una especie de tara o de patología, que su creencia obsoleta ya ha sido invalidada desde hace tiempo por aquella misma ciencia que un día la señaló como enfermedad.

La homofobia es ejercida con mayor fuerza y efectos devastadores en el ámbito social: la familia, el barrio, la escuela, el trabajo. Es en la familia donde los niños y las niñas toman conocimiento por primera vez de que no son como los demás. Allí crecen con el miedo a que se les note su homosexualidad. Eso que no se dice, el tema del cual no se habla o que es motivo de burla, el tabú, ese marco establecido de violencia cotidiana que tal vez no es física, pero que sí es moral. Una violencia simbólica que a veces no necesita expresarse para ser ejercida, desgraciadamente, por la parentela más cercana. Si fuera de su casa sufren violencia por ser diferentes, para no recibir represalias o llamar la atención sobre esa diferencia, los adolescentes homosexuales se resignarán al silencio. Ese silencio los convierte en víctimas más vulnerables. El silencio, la vergüenza, la desesperación, el pánico, encerrarán a estos individuos en una prisión  interior inexpugnable. 

En la primera investigación sobre condiciones de vida e inclusión social de la población LGBTI que publicó el INEC en Octubre de este año se arroja como dato estadístico que el 70,9% de la población LGBTI asegura haber experimentado discriminación debido a su orientación sexual/identidad de género principalmente en su entorno familiar.  

Cualquier adolescente homosexual o transexual comprende bien, a medida que crece, que su circunstancia está fuera de la norma, de la ley, del lenguaje. Solo figura en los insultos más bajos, en la ridiculización, en la burla, en el eufemismo. Estas circunstancias de la vida de una persona que aprende desde su niñez a negar lo que es, a temer lo que es, la lleva a auto propinarse una herida mortal: la homofobia interiorizada. Como si no fuera suficiente la homofobia social. 

El informe estadístico publicado por el INEC nos demuestra que si bien es cierto es la familia el primer y más frecuente lugar en donde se vulneran los derechos de la población LGBTI,  no es el único. De la población encuestada por el INEC para confeccionar su estudio, el 27,3% señaló haber experimentado actos de violencia por parte de la agentes del orden, de los cuales el 94% manifestó haber sufrido gritos, insultos, amenazas y burlas; y un 45,8% ha sido detenido de forma arbitraria. Denunciar estos abusos por parte de funcionarios públicos y agentes de policía pone a las personas LGBTI en la delicada situación de visibilizar completamente su orientación sexual/identidad de género, lo  cual no es lo que ellas desean. Por el contrario, exponerse es algo que quieren evitar. Esto hace que los abusos y vulneraciones de los derechos de la población LGBTI queden en la impunidad. Otros espacios en los que la comunidad sexo diversa ha denunciado sufrir discrimen, exclusión y rechazo son los ámbitos de salud, educación, laboral y de justicia.

Esto nos permite diagnosticar que existe una homofobia estructural profundamente arraigada en la sociedad ecuatoriana, desgraciadamente a todo nivel. Pese al hecho de que hoy contemos en nuestro país con leyes que en teoría propician la inclusión y buscan erradicar todo tipo de discrimen…la realidad nos muestra otra cosa. 

Como vemos, en prácticas privadas y públicas en Ecuador, una y otra vez se están vulnerando los derechos constitucionales de la población LGBTI, aduciendo razones morales, costumbre, principios religiosos, falta de formularios oficiales, inexistencia de ley o de reforma de ley, o desconocimiento de esta. El marco jurídico nacional o internacional que garantiza derechos humanos a la población sexo diversa de nada sirve si  estos derechos no se hacen carne en el día a día de las poblaciones vulnerables. Porque los derechos, donde realmente cuentan, son en la práctica. No en las leyes. 

Por eso es imprescindible ubicar el lugar desde donde nos vulnera la homofobia. Solo se pueden desmontar los mecanismos sociales, sicológicos y políticos de rechazo y de intolerancia cuando los combatimos con la evidencia de que la diversidad es fuente inagotable de enriquecimiento  colectivo. Cuando educamos y nos educamos para mirar al otro con respeto, generosidad y empatía.

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