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En la discusión sobre el aborto por violación, se está olvidando que las mujeres son, también, personas
 
Gabriela está embarazada de su padrastro. Pide no ser mencionada por su nombre original así que para este texto su nombre será Gabriela. Ella nació en el mes de diciembre de 1999 y en su partida figura como lugar de nacimiento la maternidad de Chillogallo en Quito. 
Luego de algunos años de maltrato el padre de Gabriela abandonó a su madre y a sus cuatro hijas. Gabriela y sus hermanas no pudieron terminar la escuela primaria y hoy se dedican a limpiar baños en locales comerciales o de asistentes de cocina en un comedor. Paola, su hermana de dieciséis años tiene ya dos hijos de tres y dos. Por la pobreza en la que su familia vive, Gabriela comparte el colchón con su madre y su padrastro, algo que se repite en muchas familias ecuatorianas.
Una noche su padrastro llegó ebrio a casa y mientras dormía hizo que Gabriela tocara sus genitales. Su madre había salido a trabajar. Lo que ocurrió después quedará sólo para las cifras de estadísticas que nunca conoceremos.  
Al cabo de pocas semanas Gabriela contó que estaba embarazada de su “novio”. Su abuela  –quien  nunca aprobó la nueva relación de su hija– presentó una denuncia en contra del padrastro de Gabriela. ¿Qué opciones tiene Gabriela en el Ecuador?
Alejémonos por un momento del debate político, legal y moral, de los artículos de prensa, de las marchas y manifestaciones, de las conferencias por la vida y por los derechos de la mujer, de la opinión de la Iglesia y pensemos en el ser humano. En las discusiones políticas y académicas mucho se menciona la vida del no nacido, pero pocas veces se habla de la vida de quien lo gesta durante nueve meses. Poco se habla de su voluntad, casi nada se dice sobre qué opciones tiene, de su dignidad y plan de vida.
Gabriela es esa mujer. Más allá de tener derechos –que distintos cuerpos normativos los quitan, los ponen y los restringen a discreción– es humana. Hay algo inherente a lo humano sin importar su sexo, raza o edad: la dignidad. Ese intangible que es innato a la calidad propia de ser humano y no viene dado por ninguna legislación. 
Gabriela es esa mujer a quien se pretende revictimizar, señalar con el dedo y tachar de “abortista” o “feminista”, como si cualquiera de los dos calificativos fuesen insultos. Esa mujer, esa persona, ese ser humano siente, disiente, opina pero, sobre todo, decide. La procreación que deviene en la maternidad no sólo es un acto biológico sino que es un acto de conciencia y de voluntad. Jamás de imposición.
Hay quienes piensan que el no sancionar el aborto es equivalente a no sancionar el asesinato. Es indiscutible el hecho de que para comparar las dos conductas debemos de analizar hechos similares, pero se trata de procesos psicológicos muy distintos los que se encuentran detrás de estos tipos penales. 
La persona que asesina a otra tiene, muchas veces,  perturbaciones psicológicas. La mujer que aborta se encuentra, también en la mayoría de los casos, en situaciones de extrema pobreza, necesidad, ignorancia, angustia y desesperación. Un asesinato ocurre en segundos. Basta con apretar un gatillo. Incluso, puede ser una reacción instintiva. Un aborto implica un proceso emocional muy fuerte. Una vez tomada la decisión, la mujer debe acudir a la parte trasera de un restaurante y cruzar los dedos para no desangrarse en una mesa. Si al asesino se le pide que no lo haga lo más seguro es que lleve a cabo su acometido. Si a la mujer que quiere abortar se le da opciones es probable que no aborte o que al final sí lo haga pero en condiciones humanas. Pero la sociedad obliga a este ser humano a “asumir la responsabilidad de sus actos”, que nunca le fueron propios porque fue forzada. 
La sociedad no le brinda opciones a Gabriela. No sólo que es muy probable que Gabriela no vuelva a gozar de una vida sexual placentera y saludable, sino que a su vez un conglomerado de personas que dice llamarse el soberano le impone una moral ajena al útero, al hijo y al plan de vida de Gabriela. 
La sociedad, con un puñal en una mano y con un dedo que señala a Gabriela en la otra, la acorrala contra la pared sin opciones seguras y a su alcance. La “píldora del día después” es un tabú y se consigue en pocas farmacias, la adopción es un proceso tedioso, burocrático y bastante doloroso, más aún para una mujer que fue violada, y la más dura de todas un aborto no seguro. Cual vaca en matadero. 
Estar a favor o en contra del aborto son posturas legítimas. Ninguna debe ser descalificada como ¨inmoral¨ solo porque no se la comparte. Lo que no es dable es imponer una moral determinada a toda una población, en base a mayorías electorales, sea cual fuese esa moral. A veces las democracias son peligrosas. Un periodista hace poco dijo “Cuando veo lo que pasa, no perdono a los griegos el invento de la democracia, 100 fulano(a)s saltan por encima de las mujeres” y no podría estar más de acuerdo. Indiscutiblemente son cosas tan personales y delicadas que estoy segura que el Estado, la legislación y los asambleístas no pueden dimensionar ni decidir por otros. 
Sólo quise ponerme por un instante en los zapatos de ese ser humano que es Gabriela, hoy  revictimizado. Ayer, mientras caminaba a clases, pensaba cómo hasta hace poco tiempo conceptos como la esclavitud y el trabajo forzado, antes aceptados, han sufrido positivos cambios en la mentalidad de los individuos y hoy son totalmente inaceptables. Pensaba además si algún día le pondremos un rostro humano a este tema también y estos episodios, como el de Gabriela, únicamente constarán en los libros de historia que nuestros hijos estudiarán.