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Comer animales es una costumbre aprendida, por lo tanto, reversible.

 

En el siglo XIX, desde el sur de Estados Unidos escapaban en busca de la ‘’estrella del norte’’ miles de esclavos afroamericanos luchando por llegar a tierras donde la esclavitud no estaba vigente. Fueron ayudados por una red clandestina de activistas, que los albergaban en sus hogares o los guiaban hasta rutas y caminos  para que pudieran dejar atrás esa vida de explotación,  maltrato y hasta de ser comprados y vendidos en repulsivas subastas.

 

Durante el holocausto judío en el siglo XX, Irena Sendler salvó a 2500 niños judíos sacándolos clandestinamente del gueto de Varsovia en Polonia. Estos niños jamás conocieron el terror de los campos de concentración y exterminio en los que sí padecieron y perecieron sus familiares y la mayor parte de su comunidad en una Europa devastada por el nazismo.

 

La compra y venta de esclavos, la creación, instalación y funcionamiento de campos de concentración y exterminio fueron todas actividades completamente legales en sus respectivas épocas y contexto. Legalidad y justicia no siempre van a la par y todo avance ético en la sociedad requiere de un proceso de reflexión y abolición para tornar consciencia de la crueldad contra un grupo determinado y que esto se convierta en delito según la ley.

 

Hoy, el racismo es amplia y socialmente rechazado. Los campos de concentración y exterminio para humanos se han convertido en museos y en teoría, ningún ser humano puede explotar o esclavizar a otro en la mayor parte del mundo ‘’civilizado’’. Sin embargo, vivimos en un contexto especista donde los campos de concentración de hoy se llaman granjas industriales y los de exterminio, mataderos. A veces, en un solo campo se cumplen ambas funciones. Las subastas se dan para las especies catalogadas ‘’de consumo’’ y el ser humano promedio come niños, niñas y adolescentes de otras especies, nunca adultos porque la industria es la que determina a qué edad se los mata. Por ejemplo, a la vaca le dan 4 años de vida ‘’productiva’’ y de allí la envían al matadero para convertirse en carne molida destinada a hamburguesas. En un contexto natural, ella podría cumplir alrededor de 20. Las prácticas rutinarias de la industria serían consideradas crímenes en un abrir y cerrar de ojos si las padeciera nuestra especie: corte de cola y extracción de dientes a cerdos bebés sin anestesia, matanza de cerdos bebés estrellándolos contra paredes y piso por nacer débiles o por exceso de crías, gravado a hierro caliente y corte de cachos a  bovinos, corte de pico a gallinas con instrumento caliente, alejamiento de terneros de sus madres, anemia provocada a terneros; trituración, quema o gaseo de pollos recién nacidos por ser machos y por ende, ser considerados ‘’desecho’’ para la industria de los huevos, entre muchas otras. Es en este siglo que nos queda superar la última barrera de todas para lograr un mundo coherente, justo y armonioso para TODOS: el especismo.

 

Así como en la historia ha habido activistas luchando contra todo tipo de discriminación, hay activistas luchando contra la discriminación por motivos de especie, abogando por el cese de la misma y rescatando a aquellos que sea posible rescatar ubicándolos en granjas santuarios para evitar la explotación que es legal y ampliamente aceptada en nuestra sociedad.

 

Carl Saucier Bouffard[1]‘indica que en América del Norte y en Europa, la forma más común de tener contacto con otros animales es a través de nuestro plato: comemos su carne, bebemos su leche y consumimos sus huevos. Por ejemplo, el norteamericano promedio tendrá de dos a cuatro compañeros animales como perros y gatos a lo largo de su vida, pero al mismo tiempo, consumirá un volumen de carne equivalente a más de 2000 animales ‘’de granja’’ como cerdos, bovinos y, en especial, pollos.  

 

Antes que la mente active el modo ‘’justificación’’: la cadena alimenticia que se da en la naturaleza no tiene nada que ver con la matanza constante, mecánica y sistemática de más de sesenta mil millones de animales no humanos anualmente –sin contar las especies marinas– simplemente por lo que Gary Yourofsky llama las (in)justificaciones: tradición, costumbre, conveniencia y gusto.

 

Una granja santuario es  un sitio para compartir en paz con seres que fueron rescatados del maltrato, dolor, sufrimiento psíquico y psicológico, confinación, »cosificación», »mecanización» e indiferencia total hacia sus intereses de parte de los seres humanos. Ayuda a reavivar la conexión que hemos perdido con estas personas no humanas que mueren bajo nuestras manos segundo a segundo sin que esa ‘’maquinaria’’ pare.

Una granja santuario es una manifestación de justicia. Los rescatados llegan allí para vivir totalmente en paz por el resto de su existencia. Residen en los santuarios simplemente ‘’siendo’’, viviendo el presente, algo que los humanos, a pesar de ser animales también, hemos olvidado ¿Por qué cada ser de este mundo debería justificar ante nosotros el fin de su existencia? No son ni deberían, en ninguna instancia, ser nuestra propiedad. Hablamos de seres que tienen emociones, consciencia –de acuerdo a la Declaración de la consciencia animal de Cambridge y que se puede ver en video acá–, interés a permanecer vivos y disfrutar de la vida. Lo que les ocurre es importante para ellos.

En el caso de las especies que la sociedad considera ‘’de consumo’’, los santuarios adquieren un significado especial. Son granjas pero en ellas ni la explotación, ni la relación de dominio, ni la matanza tienen cabida. No está el peón con su látigo ‘’arreando el ganado’’. No existen las ‘’modernas’’ máquinas extractoras de leche. No existen los hornos crematorios, trituradores o cámaras de gas para pollos recién nacidos, considerados desecho de la industria de los huevos. No hacen falta las jaulas de gestación para las cerdas ni el semen de los toros para inseminar artificialmente el aparato reproductor de las vacas (la vaca pasa 305 de los 365 días del año en gestación produciendo leche para humanos y al dar a luz, su hijo le es arrebatado) pues allí no se buscar ‘’crear’’ animales objeto de nuestro dominio, consumo y capricho.

En septiembre organicé una visita a Teja’s Animal Refuge, (Glen Robertson, Canadá) una granja santuario fundada por la activista Nicole Joncas en 1992. Conozco el santuario desde hace muchos años. Esta vez, invitamos a miembros de la Asociación Vegetariana de Montreal para que conozcan el sitio e interactúen con los más de 60 animales no humanos que allí residen y que no estuvieran ni vivos ni felices sino hubieran sido rescatados por Nicole, quien amorosamente les abrió las puertas de su hogar. Ellos son el testimonio viviente de otra manera de vivir, respetar y percibir al resto de terrícolas que comparten este planeta con nosotros.

Baby Marly, una cerdita rescatada hace pocos meses, comparte y juega con la vivacidad que lo haría cualquier niño humano mayor a ella. En Teja’s, Marly tiene acceso a disfrutar de una gran área para vivir loa años más divertidos de su infancia, compartiendo con visitantes y voluntarios. Su historia no tuvo un buen comienzo. Fue encontrada por unos buenos samaritanos después que el camión que la trasladaba al matadero la dejó caer en el camino. Sobrevivió a pesar de las contusiones y evitó terminar en el colon de algunos consumidores omnívoros. Un caso similar tuvo lugar poco tiempo después. Yoda, a tan sólo 1 mes de edad,  fue salvado de un cruento destino y disfruta actualmente de una vida plácida en el santuario Wishing Well en Canadá.

Carl, cuyo nombre le fue dado en honor al profesor Saucier-Bouffard, es un chivo que se ha ganado el cariño de los visitantes asiduos de Teja’s por su personalidad. Le gusta destacarse del resto del grupo. Le fascina comer y si puede comer más que el resto, aún mejor. Le gusta liderar y ser el centro de atención, cuestión que aquel domingo perdió por un buen rato cuando todos disfrutamos anonadados del arribo de una preciosa llama rescatada a la que dieron el nombre de ‘’Dali-lama’’.

 

Vale aclarar que un vegano no es necesariamente un ‘’animal lover’’ es simplemente alguien que ha tomado decisiones consecuentes pues ha tenido inquietudes de tipo ético. Alguien que ha decidido no participar de la violencia innecesaria suscitada en este mundo, alguien que está haciendo su parte. Pero sea el vegano un intelectual o un activista de campo, cae seguramente rendido ante el afecto que son capaces de prodigar todos estos seres maravillosos que decidieron darnos una segunda oportunidad cuando les demostramos que muchos de su lado y no los vemos como productos de uso, consumo y explotación. Se es o no se es justo, se contribuye o no se contribuye, se es o no se es parte. Es así de sencillo.

 

Ismael López Dobarganes es uno de los fundadores del Santuario Gaia, situado en Girona, España. Para él, un santuario es una ‘’fábrica de hacer veganos’’ ¿Cómo no va a decirlo? Es normal que cualquiera de nosotros se sienta conmovido por las historias de los habitantes del santuario y cómo transcurren sus vidas en ese paraíso terrenal. Por ejemplo, te invito a conocer la historia de Samuel.

 

Cuando, de manera individual, ponemos un rostro sobre la víctima y descubrimos que efectivamente es un ser consciente, facultado para sentir emociones, sufrir, padecer dolor o disfrutar, es imposible que lo desconectemos del trozo de carne llevado a la mesa. Tan sólo un porcentaje mínimo de seres humanos, hoy por hoy, serían capaces de matar para comer. Es por eso que la injusticia tiene impunidad, es por eso que los mataderos no tienen paredes de cristal y es por eso, que existe el oficio de matarife para hacer el ‘’trabajo sucio’’.

 

Un omnívoro que visita una granja santuario también cae rendido ante sus habitantes. Indudablemente, se enfrentará a una dicotomía. Y es que en el mundo hay gente buena, muy buena, sólo que simplemente no se ha percatado del impacto de sus hábitos, se ha ‘’desconectado’’, ha actuado como el resto de la sociedad carnista, ha hecho exactamente lo que su familia le enseñó frontal y subliminalmente desde la infancia. Y el carnismo, según palabras textuales de la PHD de Harvard Melanie Joy, es una ideología  dominante que “nos desconecta de los animales y que hace invisible  nuestra decisión y responsabilidad al momento de elegir llevar a un animal  muerto a nuestra mesa”.

 

‘’The Ghosts in our Machine’’ es un documental que justamente explora nuestra relación con el resto de animales desde su perspectiva recorriendo junto a Jo-Anne McArthur los sitios en que estos ‘’fantasmas’’ se convierten en comida, vestimenta u objetos para experimentar, siempre presos en los enclaves que hemos creado para ellos en nuestro mundo moderno. Allí yacen ellos olvidados aguardando la función y destino que les hemos impuesto. A pesar de todo el horror que ha atestiguado en el marco de su labor, McArthur está segura de que todos los seres humanos somos capaces de sentir compasión y que si tenemos la oportunidad de actuar en consecuencia, lo haremos.

 



[1] Carl Saucier Bouffard es profesor de ética ambiental y animal en el Dawson College de Montreal, Canadá. Máster en Filosofía de la Universidad de Oxford e investigador asociado del Centro de ética animal de la misma universidad en Reino Unido.