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@marocape

(O por qué la cisticercosis es causada únicamente por comer chancho)

 

Sábado 7 de septiembre. Sabatina. Correa hace el anuncio más esperado del día: la rectificación sobre el caso Jaime Guevara. Veo caras de triunfo y orgullo. «Mi presi es hombre justo», dicen por ahí. «Rectificar es de valientes y de dignos», decía otro por allá. Perfecto, lo estaba esperando. Me siento frente al televisor, subo el volumen, atenta, creyente, ingenua. Seguramente dirá algo escueto para salir del paso, pienso. Tamaña candidez la mía. Correa empieza su soliloquio habitual con su retahíla de descalificaciones.  Luego de anular a su oponente por aquel knockout inventado por él mismo, en un cuadrilátero ideado en su cabeza, con jueces que salen de su imaginación, procedió el presidente a leer su ya mítica rectificación. Léanla, o mejor escúchenla, hagan el favor los que no lo hayan hecho. No la repetiré aquí por respeto a Jaime Guevara y en general a la libertad de expresión. Lo hice ya una vez en mi muro de Facebook, pero dos me parece ya una barbarie. Pero será necesaria para comprender el título de este artículo.

Con una jugarreta que hace mano del más burdo sofisma y a la vez lavándose las manos de las afirmaciones que utiliza para construir su brillante rectificación, Correa destiló una vez más esa animadversión que él sí tiene por todo aquel que piense distinto a él. Pero la jugada es perfecta, según él. No ha dicho nada que no sea cierto, por supuesto, tomó simplemente las palabras de Alexis Ponce, «gran amigo» de Guevara, y las convirtió en peligrosas afirmaciones. De paso, poniendo en duda absurdos basados en la ignorancia, como el «insinuar» que el vegetarianismo del Chamo es falso, ya que «la cisticercosis que yo sepa, da por comer cerdo».  Vaya falacia.  ¿No se acuerda, presidente, que había que lavar las lechugas y las frutillas también?

Pero después de todo lo dicho en la sabatina y de las descalificaciones que no fueron sólo para Guevara sino para otros cuantos críticos del gobierno, lo que más me preocupa es esa legitimación del discurso violento que ha calado tanto en la población, de tal modo que desde ahora en adelante es una barbaridad justificar un yucazo propinado por un ciudadano a la majestad el presidente, o a su majestad el presidente, y se aplaude la grotesca reprimenda en contra de quien lo haga, esto es, un patazo como mínimo. Muchos se olvidan que no ha sido el primero ni el último que ha recibido el gesto obsceno, que la viña de los presidentes está llena de brazos y dedos levantándose al aire. Aquí y en la China, porque este es un gesto universal.  En un artículo publicado el mismo sábado por Martín Pallares del Comercio, se hacía un breve recuento de la historia de este gesto y se recordaba la anécdota de cuando Nebot le hizo yucazo a Borja, cuando éste era presidente. ¿Qué hizo Borja? Nada. Dijo sabiamente «let it be» o «deje así». ¿Desde cuándo los yucazos han sido asunto de estado?

Recuerdo el cenicerazo recibido por Berlusconi o los zapatazos milagrosamente esquivados por Bush y les pregunto, ¿alguno de ellos se dirigió al ofensor en cuestión para resolver el pleito cuerpo a cuerpo? No. Que luego hayan ordenado mandarles presos es harina de otro costal. El punto es la delgada línea entre la reacción «natural» y la desmesura. ¿Debe un presidente que recibe un yucazo bajarse a pelear e insultar a quien se manifestó de esa forma y luego continuar con una sistemática descalificación? Adscribirse al insulto infinito ciertamente sólo promueve una cultura de odio y violencia.  Y naturalizar esa violencia desde el poder es mucho más peligroso que hacerlo desde lo ciudadano.

Por otro lado, rechazo el amedrentamiento del que somos objeto los ciudadanos que queremos expresarnos libremente. Sobre muchos pende la espada de Damocles. Bajo el lema de «prohibido olvidar», se empaqueta a la prensa entera junto con los libre-pensadores y ciudadanos críticos (no opositores ciegos) y prácticamente se niega la posibilidad de divergir en pensamiento. La finalidad de Correa es anular al otro, al que él considera como el otro, porque el resto, quienes le siguen fielmente, son una prolongación de él mismo.

Sólo así se explica que personas como Alexis Ponce bailen con dios y con el diablo al mismo tiempo, se declaren amigos del alma de Jaime Guevara y sin embargo, escriban un comentario de tal mordacidad sobre su supuesto amigo. Comentario que, servido en bandeja, sería el material perfecto para que su majestad construya tan áurea rectificación. Gracias Alexis.

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Henry Darger.

Rocío Carpio