¿Puede un documental devolvernos una memoria que nunca tuvimos?
Hasta el día de hoy, la única memoria que tenía del ex presidente Jaime Roldós era la de un hombre de grandes anteojos con un estilo de oratoria monótono y un tanto forzado. Sabía, además, que fue un político querido por muchos y que su trágica muerte estuvo rodeada de preguntas sin respuesta y teorías de conspiración.
Luego de ver el documental de Manolo Sarmiento y Lisandra Rivera, una de esas primeras impresiones quedó completamente desvirtuada: el ex Presidente era un gran orador.
El discurso más conocido del ex presidente Roldós –aquel donde pronuncia sus últimas palabras en público, ese del que probablemente todos hemos visto los últimos segundos– es, tal vez, el peor de todos. Esto pudo ser por el difícil momento político en el que lo pronunció o por la rechifla inicial en el estadio. También es probable que esa sea la sensación que transmite porque fue un discurso diseñado para un momento de coyuntura en su gobierno, o por lo lejana que hoy suena cualquier frase que haga referencia al Ecuador como un país amazónico.
Pero en el documental se pueden ver otras de sus intervenciones públicas. Por ejemplo, cuando responde ante las insinuaciones de un fraude electoral o el momento en que explica ante las cámaras el costo de comprar armamento. En esas intervenciones se observa a un hombre sereno con una notable habilidad para comunicarse, cultivado por una educación a la que seguramente sólo unos pocos privilegiados podían acceder en su tiempo. Viendo el documental, me quedo con la impresión de que el Roldós que hablaba en espacios pequeños era el hermano mayor del Roldós de la tarima y el estadio. Parecería que era cuestión de tiempo para que el primero tome control sobre el discurso de la tarima. Pero tiempo para hacer ajustes fue precisamente lo que no tuvo.
Roldós pareció empeñarse en llevar adelante una tarea muy grande y muy rápido, como si sospechara que su tiempo en el poder sería corto. Sin apoyo en un congreso liderado por el partido que lo auspició en la campaña para la presidencia, liderando una frágil democracia en un país pequeño y empobrecido, rodeado de poderosas dictaduras militares en los países vecinos y cercado casa adentro por otros militares con agendas colmadas de misterios, hizo la clase de tonterías que hacen los idealistas. Cometió el error de pensar que en el tiempo que le tocó vivir podía enfrentar con una tesis cargada de razones a otras tesis apoyadas en las armas y la táctica militar.
Un hombre con ideas poderosas como Jaime Roldós podría haberse convertido fácilmente en uno de esos líderes que trascienden las fronteras de su país, pero para eso necesitaba vivir en un tiempo en el que las ideas viajen más rápido de lo que toma producirlas. Fantaseo pensando en lo que este hombre podría haber logrado hoy, con unos cuantos años encima, y con la madurez que indudablemente habría obtenido por los azotes de la contienda política. Lo imagino también haciendo declaraciones que luego se volverían virales en las redes sociales.
Pero regresando a la realidad, el documental me dejó también con la necesidad de saber más sobre él. Ya que estamos rescatando parte de la historia reciente de este país, es necesario que también se discuta sobre algunos aspectos más prácticos de su corta administración. Por ejemplo, qué decisiones trascendentales tomó casa adentro, qué leyes quiso aprobar o reformar, qué hizo en lo económico y social, de quienes se rodeó, y qué acciones tomó en respuesta a la enorme tarea de construir una institucionalidad democrática en un país que iniciaba el delicado proceso de salir de la dictadura militar.
Gracias al documental, hoy tengo un memoria mucho más clara sobre Roldós. Pero creo que sé lo suficiente de política como para entender que un discurso conmovedor y lleno de lógica no hace un buen gobierno. También entiendo que la construcción o destrucción de la imagen de una figura histórica es usualmente motivada por intereses políticos. Es por ello que no quisiera que una memoria idealizada del ex Presidente sea utilizada para la propaganda y la comparación fácil con algún personaje del momento.
Nos haría mucho bien analizar su perfil, diseccionar sus propuestas, aprender de sus errores y -por qué no- tratar de poner en vigencia un estilo de hacer política un poco más cercano al que él parecía practicar. Este es un ejercicio que debería hacerse con un enfoque académico y alejado de la influencia de cualquier actor político con intereses inmediatos en la explotación de su memoria.
No puedo dejar de referirme a la hipótesis del documental, según la cual Roldós sería un muerto más del plan Cóndor. Luego de la exposición de tantos datos y de conocer el contexto de la época, es inevitable pensar que la versión oficial de su accidente buscó encajar a la perfección en ese mismo contexto. Y que probablemente Jaime Roldós Aguilera fue un líder democrático viviendo en un tiempo y zona geográfica en los que preferimos rendir culto a los líderes militares, a los caudillos autoritarios y a los hombres con amigos poderosos.