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@veropotes

Tres marchas a favor de que el parque Yasuní se mantenga libre de más intervención oficial. Tres experiencias distintas y una motivación más allá de la expresión pública de una postura: movilizarse por una causa que se va perfilando más allá de la defensa del parque.

Así lo viví.

La primera fue la “velada por el Yasuní”, convocada por diversos colectivos para el 22 de agosto en la simbólica Plaza Grande de Quito. Fue una noche hermosa, de luna grande y acogedora. Una velada de luces y artistas varios, tambores, malabaristas de vereda (más entusiastas que diestros), performances, máscaras, un ataúd. niños, jóvenes, adultos, viejos. jipis, pequeño-burgueses, pata-al-suelo, aniñados, ciclistas, enternados, artistas, funcionarios públicos (sí, más de los que el gobierno querría admitir), encapuchados ¿Cuántos informados, no tan informados, y cuántos noveleros? No lo sé. Éramos los suficientes para llenar un costado de la plaza y esa noche nos hicimos escuchar. Porque si algo hicimos fue gritar, saltar y corretear. Zapateamos, zapateamos; nos agachamos y nos levantamos por el Yasuní; brincamos alto porque “el que no salta es petrolero”. Un público generoso nos acompañó pitando, pitando. Ni las escaramuzas que algunos tuvieron con gente del bando “Yasuní es vialidad” que estaba al otro costado con tarima y altoparlantes y haciendo fila para su ración de fideos “rapidito”, ni el maltrato cobarde de la policía a un grupo de nosotros que según indican, incluyó la retención temporal de un manifestante, nada de eso con lo desagradable que fue, opacó la noche para la mayoría de quienes estuvimos ahí.

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La segunda marcha, la del martes 27, sí fue fea e indignante. Empezando porque esa tarde encontró al centro de la ciudad -y más concretamente, al área circundante al palacio de gobierno- tomada por la policía. Me atrevo a decir que si “un bando” puede proclamar haber movilizado más sostenidamente gente esa noche no fueron los pro ni los contra la decisión del gobierno, fueron esos agentes de verde chillón y los de armadura negra, casco y escudo (a los que, efectivamente parecería que con palos o basura sólo se les podría lastimar el honor). A pie o en moto. Esos que, al final de la noche, nos rompieron el grupo dejando a unos cuantos rodeados de motos por delante y detrás. Esos que, muy “valientes” ellos, arremetieron contra esos cuantos que ante el cerco se habían agarrado de las manos y las sostenían en alto (como se puede ver en video y fotos que han circulado por las redes sociales). Esos que luego, cuando finalmente nos permitieron reagruparnos y nos retirábamos por la callejuela del trole al costado de la Plaza del Teatro, no tuvieron mejor idea que subirse a la plaza (en las motos algunos y otros a pie) y desde ahí seguirnos en una acción que parecía tomada de película de bus interprovincial.

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Esos que detuvieron a un documentalista porque dizque había “lanzado piedras y ¡roto una moto!”. Esos mismos que luego lo soltaron sin parte seguramente porque no tenían cómo justificar siquiera la detención (ni las piedras ni la moto rota fueron verdad; la patada que le dio el que lo detuvo y la mano que le torcieron a la novia para que lo soltara mientras se lo llevaban fueron bien reales, según ellos indican). Esos a los que las autoridades defienden sin vergüenza a pesar de que las imágenes y testimonios de personas que sí estuvimos en las calles esa noche dan buenos motivos para dudar de que hayan “actuado profesionalmente” y que “sólo portaban escudos y toletes”. Quizás el único recuerdo bueno de esa noche fue haber conocido en persona y directamente la solidaridad de ese ícono de la lucha contra los abusos estatales y policiales, Jaime Guevara. que apoyó y se quedó hasta que vio al detenido fuera del cuartel. Ese cuartel que según el mismo Guevara guarda historias de horror de tiempos no tan lejanos. Fue ahí donde vi llegar escuadrón tras escuadrón de policías y aspirantes, de mujeres policía, motos, y los horribles anti motines, y medio entendí el alcance del “operativo”. Fue ahí donde vi también una caja con pistolas y aunque no puedo asegurar que las hayan portado los policías sí son muy parecidas a la que vi en una imagen publicada en este artículo (ver arma que porta el policía que maneja la moto en la foto 3 y que, salvo que sea de juguete, no importa si fue usada o no, importa y mucho que es un arma letal que supuestamente no pueden portar los policías en las manifestaciones).

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La última marcha fue este jueves que pasó. Optimista como soy, fui con la idea de que no vería policías pues bastante mal ya habían quedado con los incidentes del martes y las evasivas del ministro (sí, hubo violencia de parte de los manifestantes, pero no, eso no justifica los abusos de la policía. Llano y simple. La desproporción es significativa y la policía -que tiene el monopolio de la fuerza- está, esperemos, entrenada para la contención, no el ataque). Cuando llegué, ya estaban congregados los marchantes. Varios hablaron y rechazaron la violencia. Estaba ahí la alegría de una semana atrás; la del martes antes de las barricadas policiales, los enfrentamientos y la persecución. Empezaron los cantos y los bailes. Uno por ciento, uno por mil, la juventud unida por el Yasuní. Únete, pueblo, únete a luchar, por el Yasuní, consulta popular. Y, nuevamente, la sentadita, y el zapatea, zapatea. Y también unas cosas impublicables sobre qué se necesita para ser presidente… Caminamos hasta el monumento a Bolívar en La Alameda. Seguidos por policías en motos, camionetas, helicópteros sobrevolando, el bus de placas PEA 2012 llevando al escuadrón negro anti motines -les tomé foto y ellos a mí- y otros tantos a pie que se fueron uniendo en cuanto llegamos al área de la Asamblea Nacional. Éramos grandes, chicos, chiquitos, viejos, pelilargos, pelicortos, caraspintadas, en monociclos, tamboriler@s. ¿También del MPD? ¿Cómo puedo saberlo? Muy posiblemente habrán estado pero de ahí a que eran los líderes de la marcha hay un abismo. La realidad es distinta. Fue una marcha diversa como quedó bien claro cuando nos instalamos en asamblea abierta. Después de los primeros intervinientes que recordaron el carácter no partidista de la marcha “porque no tenemos bandera, todos somos Yasuní”, tomó la palabra todo el que quiso. Soy vida y el Yasuní es vida. Dejemos de ser consumistas. Abajo las políticas extractivistas. Esto no es político. Esto sí es político pero no politiquero. Soy mujer indígena y mi bandera es ésta, el arcoiris que representa lo que somos los indígenas. La defensa del Yasuní es sólo el punto de partida; ésta es una lucha por un modelo distinto… Y así, luego de las explicaciones sobre el trámite legal y administrativo de la consulta, la llamada a la acción: “¿Cómo se defiende al yasuní? Diciendo, haciendo, diciendo, haciendo, diciendo, haciendo, ¡carajo!”

Las marchas seguirán. Están convocadas para los jueves. Y son apenas la expresión conjunta de individuos y colectivos comprometidos y trabajando en labor de hormiga por muchos otros frentes. Es ese entusiasmo lo que parece tener tan irritado al gobierno y sus seguidores acríticos y lo que ha generado una reacción particularmente violenta. Pero ahí seguimos y no, no es para incomodarlos como arrogantemente parecen pensar.

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Verónica Potes