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La entraña del símbolo de una época fallida 

La Licuadora más grande de Quito, es capaz de representar o materializar dos momentos importantes socio-económicos de la segunda mitad del siglo XX en el Ecuador. Por un lado su nacimiento en 1973 coincide con el boom petrolero (1972-1979) y, por el otro, su abandono con la crisis bancaria (1998-2000).

Desde la materialidad predominante del edificio, el vidrio, resulta paradójico pensar cómo a través de este objeto se articularon relaciones sociales que van desde la promesa de “modernidad” y “progreso” hasta el fracaso económico, en donde se congelaron los depósitos de miles de ecuatorianos.

La Licuadora nació bajo la promesa de convertirse en un hito, el edificio logró ser el más moderno de la ciudad mientras fue la sede del Filanbanco en Quito. Tras el colapso del banco y de todo un sistema financiero, fue incautado por el Estado ecuatoriano y posteriormente olvidado.

Hace casi 15 años La Licuadora está en desuso. Sus ruinas arquitectónicas, a través de una experiencia etnográfica revelan voces, silencios, imágenes, recuerdos, olores, fríos y escalofríos capaces de generar reflexiones e interrogantes sobre su presencia física en la ciudad y en un espacio simbólico de los quiteños.

Les compartimos estas fotografías de las entrañas de La Licuadora, altar y lápida de un delirio modernizador.