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@nashiraprime

¿Hacia dónde nos moviliza la literatura?

La primera “Feria del Libro y la Palabra” que se hizo en Guayaquil fue en el 2003 en el MAAC. Las únicas impresiones que guardo de aquel evento tienen que ver con una misteriosa sopa “Poc Pac” que servían en un chifa en el patio de comidas del Malecón 2000: cada vez que le preguntaba a la dependienta del chifa por la sopa, ella me daba una explicación más vaga que la anterior. Las palabras, al igual que los cebollines, flotaban en un caldo transparente, indefinido, al que la señora pretendía llamar sopa y al que nosotros pretendemos llamar lenguaje. Esta barata metáfora es todo lo que me queda de aquel día. Uno siempre es peor lector y peor escritor de lo que quiere creer.

Mito: Leer nos hace mejores personas.

Contemplemos lo que sucede en este duelo de egos y palabras llamado “Escritores contra escritores” que recopila Albert Angelo. De Ángeles Mastretta, dice Marcela Serrano: “Ellas son un fenómeno internacional; la Mastretta y la Esquivel son un tiro al aire con una sola novela.” Y ahora, de Marcela Serrano dice Roberto Bolaño: “Una escritora es Silvina Ocampo. Una escribidora es Marcela Serrano. Los años luz que median entre una y otra”. ¿Y de Roberto Bolaño, qué dice Isabel Allende?: “Bolaño hablaba mal de todo el mundo. Era una persona extraordinariamente conflictiva que nunca dijo nada bueno de nadie.”

Leer por leer no nos hace mejores personas. Leer por leer no nos va a salvar de nada. Medir a los demás por cuántos y cuáles libros se han leído es un acto casi tan narcisista como el de un autor que habla mal de otros autores porque… «así le hace un bien a la literatura», y de paso, a su propia obra.

Un buen libro, como le escribió Kafka a su compañero Oskar Pollak, debería ser “un hacha que rompe el mar helado dentro de nosotros”. Y un buen autor, por lo tanto, debería aspirar a eso. La primera vez que recuerdo haber experimentado el hachazo fue, irónica y autorreferencialmente, en un mar helado. Hace 20 años, Isabella Falco, una gran profesora de la entonces Escuela de Comunicación Mónica Herrera (y hoy, una querida y añorada amiga), me regaló su única edición de La Conexión Cósmica de Carl Sagan antes de regresar a vivir a su natal Lima. Me llevé el libro a un viaje familiar a Alaska al que también fue mi hermana del alma, Ana María Raad. Me he olvidado de casi todo lo que aprendí en la Universidad, pero no de ese libro que me acompañó a bordo del único barco que no se asemeja al fatídico crucero de David Foster Wallace en “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer”. Sagan tenía la virtud de acercar el universo a “la gente de la calle”, porque escribía guiado, principalmente, por su infinita pasión por la vida, la verdad y la ciencia. Más que una conexión, sufrí una catarsis cósmica, y el mundo se me volvió, desde ese día y hasta hoy y para siempre, más real, más cercano, más bello y más conmovedor. Claro que no todo es ballenas saltarinas y la belleza de los números áureos: es cierto que en mi venerado libro un delfín dice “Hola”, y creo que fue después de esas vacaciones que me dio por usar zapatillas franciscanas con medias de flores, vegetarianismo y tai chi incluidos en el paquete del que hoy solo queda una vergonzante y sedentaria treehugger. Pero valió la pena. Para mí, de eso se trata todo: de que al leer, sintamos que vivir con plena consciencia del mundo, de los demás y de nosotros vale la pena.

Mito 2: ¡Hay que leer más!

(Alerta: exceso de comillas en el siguiente párrafo.)

¿Qué le corresponde hacer a una Feria del Libro en un país donde se lee poco? Primero, ser transparente con sus objetivos. Transparente como una sopa Poc Pac. ¿En qué sentido? Si lo único que le interesa a la FIL o al nuevo Festival del Ministerio de Cultura es que se lea más, entonces, que se lea solo medio libro al año resulta “grave”. Y si se enfatiza la “gravedad” de este hecho, se buscará entonces inflar los números y automáticamente se dará luz verde para tomar medidas de “emergencia”… como convertir a la Feria del Libro en “algo más” (un “festival multidisciplinario”). Algo más, porque el libro no es suficiente, parecen querer decirnos. Habría que preguntarse ¿suficiente para qué?

Tener como objetivo “que la gente lea más” no le hace un favor ni al lector ni al autor; que se compre más libros o “se suba el número de asistentes” a la feria, mucho menos. No se trata de leer más: se trata de leer mejor. Eso no tiene que ver con la calidad del texto, con los premios del autor, con el formato del libro (pasta dura, libro electrónico, fotocopias) o con el valor extrínseco del libro (si es primera o última edición y demás caprichos de coleccionista), sino con la calidad de nuestra lectura.

Sugerir que la literatura ya está caduca o que es “el punto de partida” (y por lo tanto, una minúscula y básica parte) de otras disciplinas que también cumplen con la función narrativa, estética o de memoria histórica, es una forma muy pobre de entender lo literario. Hay un aspecto de lo literario que nutre las otras disciplinas: la narración. Más allá de eso, la literatura cuenta con recursos propios de ella misma, así como otras artes cuentan con los recursos propios de su disciplina. El lenguaje es la herramienta de la literatura, y el lenguaje es también la herramienta con la que comprendemos, registramos, creamos y destruimos el mundo… y por eso mismo hay que dudar de las intenciones de quien insiste en propagar la idea de que la literatura se ha quedado atrás.

En el caso de la literatura, los números grandes no significan nada; y encuentro, respecto a estas nuevas declaraciones ministeriales, más pertinente que nunca la paradoja de Aquiles y la tortuga: siempre han podido y podrán llegar más lejos en la carrera (o más cerca del lector) el entusiasmo y el activismo de pequeños grupos que comprenden que la lectura es una experiencia que moviliza hacia adentro, que visibiliza lo invisible, y que lo opuesto no es sino la retórica de la política y de la propaganda: la feria del vacío en la palabra.

 

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Miler Lagos. El papel lo aguanta todo. 2008

 

Denise Nader