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@pixel_negro

¿OSEA QUE AHORA cualquier gil puede tener un programa de televisión?’ Varios tweets llegaron a nuestra cuenta con esa queja. Las palabras y el tono cambia pero el mensaje es el mismo: no cualquiera debe salir en la pantalla. No cualquiera puede subirse al altar.

Porque fuera de toda crítica, constructiva o no, hacia La Descarga, en estos comentarios se delata un fenómeno de sacralización del medio. Nos hemos creído el cuento de que al aire solo pueden salir o payasos o eruditos. O alguien cuya propia parafernalia lo define como un nadie, o alguien a quien tenemos que creerle per se. Al ciudadano común, a los que hacemos cosas como GkillCity, la señal abierta nos es (y debe sernos) ajena.

De ninguna otra forma se explica que habiendo hecho exactamente lo mismo durante dos años en YouTube, nadie opinó algo así. De hecho, son varias las personas que me han dicho que les gusta el concepto, pero para internet. Porque salen tomando. Y fumando. Y es como que fueran tres panas conversando. Como lo hacemos todos. Casi es un tweetcam glorificado. A la televisión no se puede ir a improvisar. Ni decir ese tipo de cosas. Mucho menos novatos o gente sin experiencia ante las cámaras. No se puede ultrajar el santuario de esta manera, el sacrilegio de Riobamba es huevada si comparamos.

Porque históricamente, la televisión ha sido un medio caro y que el poder estatal entendió lo suficiente para otorgarse la facultad de repartir. Así nació una televisión aristocrática, ligada a una burocracia con intereses. Un medio que se volvió masivo y, al haber pocas frecuencias, se volvió en un educador poco cuestionado. Pablo Huneeus, en su libro ‘La cultura huachaca’ resume 6 constantes tendencias de la televisión tradicional (oligárquica, consumista, a la violencia, a la fragmentación, a la superficialidad y a constituirse en realidad) y concluye acertadamente que ‘lo que contiene el poder totalitario de un canal, es otro distinto’.

Sin embargo, hay una tendencia política que, cuando ve espacios reducidos, no busca ampliarlos, sino más bien hiperegularizarlos al punto que la estrechez termina siendo mayor. La mentira de los poderes fácticos y con ella todos sus males: si la televisión es un medio masivo de tal grado, de seguro es sumamente convincente y puede ser utilizada con fines perversos, entonces llenémosla de reglas.

El interés de señalar la televisión como un conductor de comportamiento ha llevado a que activistas como Jerry Mander, argumenten que es la tecnología en sí misma la causante del embrutecimiento de la población. En su libro ‘Cuatro buenas razones para eliminar la televisión’, llega a decir que es la reacción neurofisiológica a la señal recibida la que crea un estado cuasi hipnótico que hace que el televidente no piense. Cuando ideas como esta son reproducidas y tomadas como verdad, hasta parece razonable regular todo lo que se transmite. Si un ejército de 350mil pixeles invade la casa de las familias ecuatorianas es lógico que el lobby de la corrección política nos defienda de nosotros mismos. Huneeus llega a decir que hay que eliminar la televisión basura (a eso hace referencia cuando utiliza la palabra ‘huachaca’) y dedicar todos los canales para educación y cultura.

Si suponemos que alguien nos está protegiendo del contenido inadecuado porque la caja boba nos puede manipular, y le sumamos un defecto –ese sí real– del medio, la unidireccionalidad, da como resultado la percepción de que lo que sale en televisión es, de alguna forma, correcto o beneficioso. Y no hay mentira más grande que esa. Primero, porque nadie nos ha cuidado de décadas de mediocridad televisiva y segundo, porque no hay razón para que haya debido ser de otra manera. ¿De qué forma salir en televisión te otorga la verdad de la palabra? Porque la única razón para pedirle carnet al que se sienta a hablar de determinado tema, es que su opinión fuese un veredicto final. ¿En qué momento dejamos de discutir para prender la televisión y que el anchor del programa nos diga lo que debemos pensar? ¿Por qué preferimos escuchar a un erudito que nos eduque, en vez de a un imperfecto con argumentos con quien se puede debatir? ¿Por qué esperamos que la pantalla no bote dudas sino tan solo respuestas?

Internet es un medio maravilloso por dos razones: primero, rompe la unidirección con que se manejan los medios tradicionales; y segundo, nadie espera que lo que en él veamos sea, siquiera, decente. En la red se vive una desregulación absoluta de información, como son las cosas realmente, como es la naturaleza. La televisión es vertical y es masiva pero ¿vale un ajuste de formas por haber aumentado los espectadores? ¿Qué diferencia hay entre hablar para 3mil visitas semanales a descargar frente a 30mil televidentes al aire? Quien es auténtico dice lo mismo en un café como frente a un estadio.

Nadie espera que YouTube le de pensando y es esa pluralidad de contenidos imperfectos lo que lo vuelve grandioso. Esa es la verdadera democratización de los medios, no una frecuencia VHF del Estado, ni la burocracia regulando contenido. Si queremos cambiar la televisión, dejemos de esperar respuestas y empecemos a lanzar preguntas. Hay que llevar lo bueno del internet a la señal abierta y parar con ese pensamiento pueblerino de que el que se sienta frente a las cámaras tiene que ser o una modelo a quien podemos rayar de no pensante o alguien enternado con la verdad en la boca. Ojalá cualquier gil pudiese tener un programa de televisión. La idea no es llegar y ser otra figurita en el altar, la idea es destruir esa falsa noción de altar.

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Ernesto Yitux