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El legado del Delta Blues y Robert Johnson

QUE EL BLUES SEA una de las expresiones artísticas más importantes del siglo XX, si no la más importante, no es una elucubración retórica, sino más bien una afirmación categórica.

Sabemos que toda la música moderna de occidente tiene el blues en su ADN. El R&B, el hip hop, pop, el rock y sus ramificaciones –hasta llegar a los estilos inclasificables de hoy– deben, además de su origen, su riqueza acústica al blues, que como afirma Ted Gioia en su libro Blues: la música del Delta de Mississippi, “encontró una mina explorando los espacios que hay entre las notas de nuestras escalas occidentales”.

El pensamiento occidental acerca de la música fue desarrollado por filósofos científicos en la antigua Grecia –por aquel entonces no había una división entre ciencia y filosofía–, encabezados por Pitágoras, que buscaron explicaciones cuantitativas a la expresión musical, y cuya evolución fue siempre rigurosamente matemática: un ordenamiento de notas en partituras y compases de tiempo marcialmente ordenados bajo un esquema numérico. “Lo que en África siguió siendo una cuestión de sentir y hacer, en occidente se convirtió en algo que pensar y contar”, resume Gioia.

Cuando el blues, derivado de las tradiciones africanas, pasó a formar parte del ámbito musical en el sur de Estados Unidos, puso en evidencia las limitaciones de la organización jerárquica que lo regía. El sistema europeo –proveniente, como apuntábamos, de la antigua Grecia– se vio imposibilitado de encasillar en su sistema de ordenamiento musical algunas características propias del blues: las notas deslizantes obtenidas en la guitarra con el uso de cuellos de botella, los cambios súbitos de tiempos o la ambigüedad tonal de la voz, obtenida con inflexiones vocales que permitían alcanzar distintos tonos en una misma estrofa. Estas características hacían del blues una música que no se podía escribir en una partitura. “Lo emocional había superado a lo matemático para regresar a un ethos de inmediatez emocional e intrepretativa”, concluye Gioia. Nuevos sistemas de notación musical y medida tuvieron que ser implementados para poder plasmar sobre el papel los matices de la interpretación del blues.

Existen muchas hipótesis sobre el nacimiento del blues y muchas otras sobre su herencia africana. No se puede marcar con precisión su origen, puesto que cada tradición señala una tradición previa. Algunos ven los “field hollers” –las canciones que entonaban los esclavos africanos en las plantaciones del sur de Estados Unidos– como el génesis. Otros historiadores van más allá y encuentran sus antecedentes en las canciones de los “griots” , que eran los rapsodas y narradores de cuentos de África Occidental.

Pero lo que sí se sabe a ciencia cierta es esto: cuando W.C. Handy –considerado el padre del blues, por ser el responsable de lograr encasillarlo dentro del sistema occidental, creando una progresión de 12 compases– esperaba un tren en la estación de Tutwiller, Mississippi, escuchó a un músico anónimo del área arrancarle un sonido crudo y profundo a una primitiva guitarra. Lo hacía con un cuchillo, presionando los trastes del cuello del instrumento y deslizándolo sobre él sin sutileza alguna, produciendo la música “más rara que él haya oído jamás”, la música occidental se topó con un fenómeno que alteraría su curso para siempre: el blues del Delta.

El blues se extendió por toda el sur de los Estados Unidos donde existían plantaciones con mano de obra esclava. Texas, Louisiana, Georgia, Alabama, Mississippi, entre otros Estados, fueron cuna de músicos excepcionales e influyentes. Sin embargo ninguna zona fue tan prolífica como la región conocida como el Delta del Mississippi, una llanura entre los ríos Mississippi y Yazoo, de aproximadamente 16,200 km cuadrados. Fue una de las áreas más fértiles para el cultivo de algodón, cuyo suelo ejercía un cruel dominio sobre la economía del sector: hizo ricos a unos pocos, e infrahumanamente pobres a muchos. Son House, Charlie Patton, Muddy Waters, Howlin’ Wolf, B.B. King, John Lee Hooker, todos ellos salieron de poblaciones en esta región, pero ninguno ejerció tanta influencia en el desarrollo de la música que escuchamos hoy en día, como Robert LeRoy Johnson.

Robert Johnson nació en Hazlehurst, Mississippi aparentemente el 8 de Mayo de 1911, de acuerdo a “En Búsqueda de Robert Johnson”, biografía escrita por Peter Guralnick, que es lo más cercano a una biografía definitiva de este misterioso personaje. Muchos historiadores han tratado de separar el mito del hombre, pero hay ciertos elementos esotéricos que perduran hoy y perdurarán por siempre en su historia, debido al colorido recuento del músico y su relación con el diablo, que han pasado a formar un vínculo inseparable en la tradición del blues.

Robert Johnson no fue el primero en ser vinculado con Satanás. El blues tradicionalmente era tildado como “música del diablo”. Es más, la famosa historia del pacto con el diablo en la intersección de las avenidas 61 y 49 de Clarksdale, Mississippi en realidad fue atribuida primero a otro Johnson: Tommy. Para muchos músicos, el estar relacionado con el diablo era una estrategia de promoción para su imagen. Peetie Wheatstraw, músico contemporáneo de Robert Johnson por ejemplo, se autodefinía como “el Yerno del Diablo”, o el “Alto Alguacil del Infierno”, así que el estar asociado con el diablo era un recurso común de los músicos de blues de finales de los años 20’s y durante los 30’s, para ganar notoriedad.

Pero la influencia de Robert Johnson no tiene relación con alguna transacción en la que su alma haya estado involucrada. Durante este período del siglo XX denominado la pre-guerra, habían formidables guitarristas y cantantes que aprendieron de otros músicos su oficio, pero a diferencia de ellos, Johnson aprendió mucho escuchando radios y discos. Su visión del blues procede más del fonógrafo que de la plantación.

Era consciente de cómo debía sonar o sonaba un “hit” record. Lo que causó profundo impacto a Dylan, Clapton, los Stones, etc. no eran los elementos de su arte aprendido de otros en especial de Ike Zimmerman, de quien Robert aprendió los refinamientos de la guitarra, sino la manera en que estructuraba sus canciones, concebidas como historias concisas, en vez de narrativas inconexas. Cada grabación era una obra maestra con lírica, voz y guitarra trabajando en conjunto para un efecto artístico unificado.

Robert Johnson pudo haber aprendido el oficio de otro músico, pero evolucionó su técnica solo, ayudado de sus largos dedos, su clara visión de cómo proyectar su música y su agudo oído musical. Tal era el privilegio auditivo de Johnson que Johnny Shines –quien recorrió el sur de Estados Unidos junto a él– decía que Robert podía mantener una conversación mientras escuchaba una canción por la radio y reproducirla nota por nota horas o incluso días después. Elija Wald, en su libro “Escapando del Delta: Robert Johnson y la Invención del blues”, va más allá y afirma que Johnson en el estudio de grabación se ponía de espaldas, frente a la pared para obtener más fidelidad de sonido, especialmente en su voz. Aunque también fue su costumbre tocar de espaldas al publico, cuando era ya famoso, para que no copien su técnica.

La técnica de Johnson fue revolucionaria. Su contribución más importante fue el acompañarse el mismo con una línea de bajo (boogie bass), lo cual hasta la fecha solo se lograba en piano y que al escucharlo daba inicialmente la impresión de que había otro guitarrista acompañándolo. Esto se volvió uno de los patrones rítmicos estándar en el blues y el rock n’ roll.

Más que ningún otro músico, Johnson contribuyó a que el blues del Delta deje de ser un arte folk para convertirse en una fuerza comercial. El metódico cuidado que ponía Johnson al construir sus canciones chocaba con la manera de grabar de la época, en la que se esperaba que cada toma grabada sea un momento de inspiración espontánea. Robert Johnson era capaz de hacer exactamente lo mismo con la guitarra en otra toma. En ese sentido se parecía más a un compositor de canciones de género pop que se basan en el oficio para dar con la receta adecuada–, que a un músico de jazz que se esfuerza por tocar algo diferente en cada toma.

Robert Johnson murió el sábado 13 de Agosto de 1938. Su muerte también ha sido motivo de muchos rumores, pero la historia más aceptada es que fue envenenado por un marido celoso. Esto a pesar de que en el reverso del certificado de defunción que fue encontrado en 1968, se halló una nota en la que se sugería que la causa de muerte podría haber sido la sífilis. Tenía 27 años.

He ahí otra razón por la cual es difícil separar el mito del hombre. Robert Johnson, la figura más relevante del country blues, que dejó para la posteridad obras claves como Love In Vain, Terraplane Blues, Hellhound on My Trail, Crossroad Blues entre otras, además fue el “fundador” del fatídico “Club de los 27”.