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@AparicioCC

Llevo una semana respondiendo esta simple pregunta que me hizo GkillCity: ¿por qué no votaría por Nebot? Me han hecho pensar. Ha sido una oportunidad para meditar sobre el escenario político de esta mole ardiente de asfalto, humedad y prepotencia que amo y odio a intervalos.

Lo primero que me vino a la mente fue: los guayacos tenemos aún una profunda vocación tribal. Aquí se está con la tribu o en contra de ella, con el gran jefe o contra él. Por una parte, se calla, no se critica, se celebra lo bueno y se oculta lo malo. En ciertos círculos guayacos—llamémoslos de derecha—criticar a la administración Nebot es herejía, una muestra de ingratitud, falta de memoria histórica (“…es que no te acuerdas lo que era esto antes”, bla-bla-bla), hacerle el juego al Gobierno, o alguna babosada por el estilo. Guayaquil es una ciudad modélica y un buen lugar para vivir, no se discute más. La Muy Ilustre funciona maravillosamente, y cuando no lo hace es por culpa del Gobierno central, de malos contratistas o de los alienígenas. Y créanme: si dices lo contrario hasta se cabrean. Aunque generalizo, lo sé.

Por otra parte, en algunos ambientes—digamos de izquierda—te encontrarás con una batería de clichés que se desmoronan al menor análisis: que si la “desigualdad social” de la ciudad se debe al modelo de desarrollo del Municipio, que si nos queremos parecer a Miami (bueno sería que se parezca), etc. Hasta llegué a leer que el término “regeneración urbana” tiene claras implicaciones religiosas por eso de “regenerar”, lo cual denotaría la influencia del Opus Dei (sí, así de absurdo). Aquí encuentro poses de rebeldía y odio visceral hacia Nebot. Lo llamo actitud “si Mashi malo, Nebot más malo” (claro, pasa lo mismo en el anticorreísmo irracional, pero al revés). Aquí vuelvo a generalizar injustamente, ya sé.

Obviamente, existen excepciones puntuales en ambos bandos y mucha gente crítica racional que no se puede etiquetar en ninguna de esas categorías. Pero creo que la atmósfera es, a grandes rasgos, como la pinto.

Así llego a la primera razón por la que no votaría por Nebot: para que Guayaquil deje ser una tribu, en lo político, y nuestra autoestima no dependa de un caudillo que nos haga gritar bunga-bunga cada vez que se acerquen elecciones. Para ello necesitamos institucionalizar nuestro Gobierno municipal, para que su funcionamiento no dependa de la mano dura de un patrón, sino de una burocracia preparada y eficiente que no esté sujeta a los vaivenes electorales. Eso no lo tenemos. Por el contrario, los mandos medios municipales dejan mucho que desear (y “vuelta” generalizo, está claro). Siguen habiendo problemas graves. No ha habido, por ejemplo, avance en una descentralización administrativa que acerque el municipio a los ciudadanos que todavía tienen que ir hasta Malecón para realizar pesados trámites. Los comerciantes y empresarios se quejan de lo mucho que demoran los distintos permisos y una parte de la obra pública está simplemente mal hecha (miren la Av. del Bombero, por ejemplo).

Por otro lado, se encuentra un tema espinoso y que muchos consideran trillado: el de los informales, otra cuestión que me llevaría a no votar por el alcalde. Aquí el bando derechoso minusvalora el problema, porque no lo viven de cerca y desprecian la libertad económica cuando de vender caramelos en la esquina se trata. Ahí sí son fanáticos de la mano dura. El bando de la izquierda en cambio se desgarra las vestiduras y clama a los cielos libertad para esos pobrecillos. Pero luego solapan la ofensiva burocrática del Gobierno central contra los empresarios. No se dan cuenta que se trata del mismo principio vulnerado: la libertad de ganarte la vida pacíficamente, sin robar o matar a nadie. Por ello es absolutamente absurdo que se los persiga de la forma que se lo hace en Guayaquil, con la brutalidad que se lo hace, y que encima les roben (decomisar, le llaman) sus medios de vida. Esta es una realidad que he podido apreciar en persona: desde ciegos que se quejan de cómo los municipales le quitaban sus caramelos, ancianos que no tenían de qué más vivir, y madres solteras convertidas en Usain Bolt una vez al día para que no les quiten su puesto de papi-pollo.

Si hay algo de lo que esta ciudad debe enorgullecerse es de que surgió gracias al sudor de informales, contrabandistas y toda clase de emprendedores que no tuvieron otra opción que burlar las absurdas trabas impuestas por el político de turno para comerciar pacíficamente. De ahí la cacareada vocación comercial de puerto, ¿recuerdan? En esta ciudad debería haber un monumento gigantesco al informal (y otro para el inventor del aire acondicionado, pero esa es otra historia). Y esta no es una cuestión menor. Porque los niveles de subempleo en Ecuador son altísimos, y la informalidad es una válvula de escape importantísima para millones de personas que no encuentran trabajo y necesitan un cachuelo. Tanto es así que, de acuerdo al Global Entrepeneurship Monitor, tenemos la tasa más alta de América Latina de «emprendimientos por necesidad», es decir, aquellos motivados por subsistencia: puesto de papi-pollo, venta ambulante de caramelos, DVDs, etc.

Hay más que decir, claro. Pero ya me alargué demasiado para mis estándares. Pero creo que he resumido lo esencial de mi crítica en contra.

Solo una última aclaración, porque debo ser sincero. Al final de cuentas, si no hay otra opción, votaré por Jaime Nebot en las próximas elecciones. Me parece que es un gran ejecutor, a pesar de las críticas que le hago aquí. Y tampoco me parece tan grave. Porque el Municipio, en contraste con el Gobierno central, tiene poderes escasos y muy limitados sobre nuestras vidas (y ojalá siga así). Pero me gustaría mucho que surja una alternativa auténticamente liberal para la alcaldía, que añada a la capacidad de ejecución un profundo respeto por las libertades individuales y una vocación institucional (es decir, no caudillista) más sólida. Ojalá pase.

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Aparicio Caicedo