Shakespeare and Company
HAY TRES LUGARES que nunca dejo de visitar cuando voy a París y uno de ellos es una librería de viejo: «Shakespeare and Company», en el número 37 de la rue de Bûcherie. No es la mejor librería de viejo del mundo (ni siquiera de París), aunque sin duda es la más especial y la única que posee una leyenda acrecentada por el cine, la bohemia, el turismo y la mitomanía literaria. Y para colmo además se folla.
La primera vez que fui a París era un mochilero ignaro que viajaba por Europa con la famosa guía para estudiantes editada por la Universidad de Harvard, Let’s go Europe, cuya edición de 1985 exhortaba a los lectores a visitar «Shakespeare and Company». ¿Qué librería era aquella que tenía tantos visitantes como los museos parisinos y unos baños tan infectos como los billares limeños? Para que el asombro fuera rotundo, la guía de Harvard aseguraba que la librería también funcionaba como pensión, porque a los interesados en pernoctar allí se les adjudicaba un colchón a cambio de unas horas de trabajo en «Shakespeare and Company». Recuerdo que me fascinaron las primeras ediciones, las empinadísimas escaleras, los catres que descubrí entre las estanterías y las gringas que trabajaban en la librería. Si los baños hubieran sido más limpios, me habría puesto en la cola del voluntariado libresco.
Veinticinco años después «Shakespeare and Company» es mucho más famosa y su celebridad ya nadie la asocia ni a la primera edición del Ulysses (1922) ni a las cumbres borrachosas que los poetas de la generación «beat» celebraban en la tercera planta del edificio, sino a escenas de películas romántico-intelectualoides como Before Sunset o a series de televisión como Highlander. Mas no nos engañemos, la mítica librería jamás se habría convertido en icono audiovisual de no ser por su leyenda, una de las más bellas de la historia de las librerías de lance.
La primera «Shakespeare and Company» fue fundada en 1919 por Sylvia Beach, quien acogió a sus paisanos de la «Generación Perdida» en el número 12 de la rue de l’Odeon. Así, Ezra Pound, Gertrude Stein, Henry Miller y Scott Fitzgerald bebieron, leyeron y escribieron a costa de Sylvia Beach -genuina mecenas del frasco y la bohemia- hasta que James Joyce se instaló en París y arrampló con todo. Por entonces Joyce sobrevivía impartiendo clases de inglés y vendiéndole los capítulos inéditos del Ulysses al abogado neoyorkino de origen irlandés John Quinn, quien los compraba a medida que Joyce los pasaba en limpio. Enterada de los problemas de Joyce con la censura, Sylvia Beach se ofreció a editar el Ulysses y la obra se publicó gracias a una suscripción en 1922. La librería de la rue d l’Odeon cerró en 1941 a causa de la ocupación nazi y las memorias de librera de Sylvia Beach pueden consultarse en la traducción española de su Shakespeare and Company (Ediciones de Nuevo Arte Thor, Barcelona, 1984), pero la pesquisa quedaría incompleta si no se le da un vistazo a la web de Abebooks, tan sólo para comprobar que un ejemplar de la primera edición del Ulysses de Shakespeare and Company cuesta hoy más de cien mil euros.
La actual librería de la rue de Bûcherie fue fundada por George Whitman en 1951 bajo el nombre de «Le Mistral», aunque tras la muerte de Sylvia Beach en 1962 pasó a llamarse «Shakespeare and Company», para escándalo de los amigos de la mítica librera. Obviamente no es ni la misma librería ni la misma familia de libreros, mas sí pienso que el demonio bohemio, la vocación filantrópica, el espíritu independiente y el rabioso diseño dirty-chaos son en el fondo los mismos, porque tanto Sylvia Beach como George Whitman fueron «libreros salvajes», como los detectives de Bolaño. En realidad, los libreros de lance o son salvajes o no son de lance, como esa librera de la madrileña Cuesta del Moyano que amaestraba a las ardillas o ese librero de la Cuesta del Moyano que se fabricaba gorros con las ardillas que se le escapaban a la vecina. ¿Quién no recuerda lo salvaje que era la librería «Renacimiento» cuando estaba en Mateos Gago?
Es verdad, creo que lo que me más me gusta de «Shakespeare and Company» es su caos ordenado, que no es lo mismo que el orden caótico, porque siempre hay alguien que al menos sabe dónde está el libro que uno está buscando. “Voy a preguntar quién lo ha visto por última vez”, me respondió un dependiente pelirrojo cierta vez que pregunté por la primera edición de Here is New York (Harper & Brothers, 1949) de E. B. White y que adquirí por menos de diez euros. Aquí no vamos a encontrar una edición príncipe de Conrad, Oscar Wilde o Herman Melville, aunque sí ediciones que se me antojan golosinas como la bellísima Simplicity and Tolstoy (Humphreys, 1912) de G. K. Chesterton o las cartas con las que Bertrand Russell le respondía a todo quisque, compiladas para nuestro deleite por Barry Feinberg y Ronald Kasrils en Dear Bertrand Russell: A selection of his correspondence with the general public 1950-1968 (George Allen and Unwin, 1969).
Uno de los escritores que ha disfrutado de lectura y posada en «Shakespeare and Company» es el colombiano Juan Gabriel Vásquez, quien narró su experiencia en «A la cama con Shakespeare» (Etiqueta Negra # 4, Lima, 2002), donde no se privó de hablar de las sopas de George Whitman, las pulgas de los colchones y los polvos ilustrados que echaban los pensionistas, especialmente un compañero eslovaco, quien con el viejo truco de “voy a enseñarte la primera edición de El amante de Lady Chatterley” se tiró a media librería.
Todos los amantes de las librerías de viejo tendrían que visitar siquiera una vez la «Shakespeare and Company» en París, y ningún lector de Joyce debería dejar de celebrar al menos un «Bloom’s Day» (parafraseando a los Beatles: “A Bloom’s Day in the Life”) en la librería que mantiene encendido el quinqué de Sylvia Beach, editora del Ulysses, mecenas de letraheridos y la más famosa de las libreras salvajes.
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False Sealing. Richard Wenworth. 1995.
Fernando Iwasaki