De imprevisto, años atrás, luego de un ensayo con una banda, el vocalista me preguntó si quiero ver unas cosas que está vendiendo, – Ojalá no sea venta de tiempo compartido —pensé. Para mi sorpresa, mi entorno se llenó de colores, texturas y en cuestión de segundos, llegó a mis manos un vibrador metálico en forma de bala, tamaño normal, color gris. —Se mete en la refri, por si quieres probar algo diferente —susurró. —Llegó la era del hielo —pensé.
https://gkillcity.com/sites/default/files/images/imagenes/112_varias/600Regalado.jpg
Everyone I Have Ever Slept With 1963–1995. Tracy Emin. 1995
Antes de ese momento, había visto vibradores en fotos o en páginas web, y escuchado su sonido en alguna comedia en la que el hombre eyacula precozmente, ella le jura que tuvo el mejor orgasmo de su vida y corre a encerrarse en el baño, busca y enciende algo. Zumbido.
No se me había ocurrido comprar uno, ni había generado la necesidad, pues esos estímulos visuales y auditivos provocaban poco en mí. No somos hombres, las películas porno o ver un catálogo de lencería no enciende nuestra libido, los hombres son chispa y gasolina — ¿Le lleno el tanque dama? Inicio en cero, confirme, — ¿Desea el combo de bebida y galletas por 75 centavos?
Las mujeres somos el encendido sin combustible aparente, somos la piedra contra la piedra, la percusión que, a punta de perseverancia, va sacando chispas. Las mujeres empezamos a tocarnos de la nada y cerramos los ojos para masturbarnos; los hombres por nada se tocan y andan por la vida llegando al orgasmo con los ojos bien abiertos.
Luego de pedir que le pongan las pilas a la “bala”, supe que el porno de la mujer es táctil, y que todo lo que nos intenta estimular sexualmente, debería estar plasmado en una especie de “braille interactivo”. Con una mano alrededor de aquel vibrador frío, y la otra haciendo girar la base para cambiar la velocidad, cerré mis ojos, dejé que el cerebro haga una triangulación de pensamiento, saqué la plata y pagué. La mano es la catadora de la vagina, ella prueba el vibrador para constatar que no está envenenado y que no matará a la reina.
Ir a comprar un vibrador en tiempos pasados era algo medicinal, las mujeres eran diagnosticadas por los médicos con “Histeria femenina” y debían recibir un tratamiento constante de “masaje” en el área genital, lo cual en resumen quiere decir que, estaban cachondas, necesitaban llegar a un orgasmo, y que los médicos fueron los primeros vibradores, o quizá en este caso “masturbadores” quienes cansados de aplicar terapia, se las ingeniaron para encontrar un método mecánico de satisfacer a la mujer y evitar que les crezcan pelos en sus profesionales manos.
Este hubiera sido un proceso bastante interesante (especialmente para nosotras) si la masturbación femenina hubiera conservado este estatus científico y profesional, los competitivos hombres podrían, en lugar de ser simples doctores, ser un ginecólogo con “Máster en Técnicas del Tratamiento de la Histeria Femenina”, con talleres prácticos de “Dactilopresión”, Ingenierías en “Elaboración de Dispositivos para el Control del Paroxismo” y hasta especializaciones en “Bondage, 30 formas de amarrar a una histérica”.
No sé en qué momento el vibrador tomó una connotación negativa y se convirtió en un instrumento de perversión, pero sugiero que busquemos ese (desgraciado) eslabón perdido y hagamos una marca de vibradores que lleve su nombre y, luego de devolver su nobleza a este tratamiento médico, luchemos porque además sea cubierto por el seguro. ¡Feliz día del orgasmo femenino!
Rose Regalado