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Hace poco tuve el privilegio de acompañar a mi buen amigo y editor gráfico de Gkill, Pablo Cozzaglio, a un viaje de documentación de las fiestas de la Pachamama en el pueblo indígena de Sarayaku.

El verdor de la zona, el clima en constante cambio, las competencias, las celebraciones, la comida y la danza eran todos grandes motivos para fotografiar. El recibimiento, las atenciones, las conversaciones y las enseñanzas, sin embargo, suelen ir más allá de lo «capturable» por el lente. Esto dificultó la elección de la foto para esta nota, porque quería transmitir en ella un poco de aquello intangible. De esa sabiduría que no puede ser contada en las más de mil palabras que dice una foto.

Los Sarayaku son gente muy especial. Soy una comunidad pequeña (entre 1000 y 2000 personas), pero que han logrado tener una gran influencia a nivel nacional e internacional. Pese a vivir «aislados» (no hay carreteras hacia Sarayaku, sólo se llega por avioneta o por un viaje en lancha que requiere una buena corva debido a su extensión), los Sarayaku están muy conectados con el mundo «civilizado» (quizás debí usar triple comillas). No sólo tienen amplios conocimientos de la tierra y sus bondades, sino también del mundo exterior y sus mañas (y bondades también, no soy un extremista). No es raro caminar y ver al pasar como unos hacen una ceremonia de limpieza, mientras otros editan un video, aprender sobre las fases lunares y su influencia en la madera para la construcción y luego postearlo en su blog, o conocer miembros que sean fluidos en 3 ó 4 idiomas.  Esta amplitud de miras y capacidad de absorber lo bueno de lo nuevo y mantener lo imprescindible de lo ancestral, los hacen una población de la cual se puede rescatar mucho en la creación de nuevas verdades para el desarrollo humano futuro.

Además, son muy buena onda por allá …y estaban de fiesta, lo que significa una cosa: ¡Chicha! Sí, hubo competencias y bailes, ceremonias y comida. Pero, por sobretodo, hubo chicha (para quien no sepa que es la chicha, https://justfuckinggoogleit.com/). Más allá de los efectos que una chicha bien fermentada pueda tener, o del sabor de una chicha bien hecha (la que se hace con trozos de maní es genial), es muy interesante lo que circunda alrededor de la misma. La camaradería, la bienvenida. Las caras y cuerpos pintados con Wituk –pintura hecha con una fruta, que puede llegar durar semanas–, no sólo tienen como fin dar un buen aspecto y energía a la persona, sino que también significa «en casa hay chicha». Es una invitación.

Y es la razón por la cual elegí esta foto. Porque la postura de la mujer fotografiada lleva la firmeza no agresiva de los Sarayaku. Porque el esmalte y el estampado reflejan la asimilación de lo moderno, mientras que las manos «manchadas» con wituk (con el que, seguramente, esta persona pintó a otras en su comunidad. Ergo, las manchas) nos muestra lo atávico. Porque la chicha que queda en sus manos nos habla de las invitaciones a compartir. Y por los evidenciados (por el wituk) poros que, para mí, son el recuerdo de una comunidad que, como el wituk, se te mete por debajo de la piel.

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Enrique Avilés Silva