La violencia es parte de ser. No está sujeta a condiciones culturales o sociales, Uno es la violencia. Si se mira detenidamente, esta se manifiesta en cualquier estrato, espacio, condición o necesidad. No es algo que se limite o encasille en algún formato o candidato. Pertenece al mundo y por ende, a quienes estamos en él.
Pese a que nos acompaña desde hace tanto, aún nos sorprende, irrita, incomoda. Basta con que se manifieste en alguna imagen cercana a nuestra burbuja de la realidad para que se vuelve objeto de nuestro odio, repugnancia, Violencia recibe violencia, y es de esa forma como el círculo se termina haciendo vicioso, luego viene la calma, la resignación, la rutina, el olvido. Ese proceso no se detiene, una y otra vez, parece inalterable.
Sin embargo, lo más sorprendente es que su origen nos es esquivo, oculto, siniestro. O eso queremos creer. Los vemos en todos y todas partes, sin imaginar que creció en nuestras miradas, palabras, gestos, acciones, pensamientos, sentimientos. No es la bala lo único que destruye, porque violencia es destrucción, así como lo es el amor, en ocasiones. Aquí no cabe hablar de muerte, porque ella es otra cosa, es verdadera paz.
Mientras sigamos viendo a la violencia como ajena, su camino es libre y sin obstáculos. Las noticias nos acercan al drama y lastiman un alma que en el fondo dibuja venganza. Porque la acción ante la violencia es eso, venganza. Se disfraza de justicia, penas, cárcel, castigo, pero no pasa del conocido ojo por ojo. Más policías, más armas, más peligro, más violencia. Puede retrasarse, esconderse por un tiempo, bajar sus decibeles, pero descansa ahí, en la forma despectiva en que miras al vecino.
Ser no violento o pacifista, se convierte en otro parche. Es reacción a la acción, y por consiguiente, causa división, que a su vez, genera conflicto. Krishnamurti dijo una vez que se es violento cuando nos llamamos a nosotros mismos cristianos, hindúes, musulmanes. Para nosotros, sería cuando nos llamamos ecuatorianos, colombianos, peruanos. La separación produce violencia y odio, que se fundamenta en cada línea imaginaria y absurda que divide a los que es una sola Tierra, un solo planeta, una sola humanidad.
Acabar con la violencia no es posible si nos vemos como extraños, como ajenos, como otros. Quien desea librarse de la violencia se examina a sí mismo y asume el reto de aceptarla como parte de sí, porque negarla es división, y el conflicto no se toca. La violencia acabará cuando en lo profundo de nuestras consciencias observemos cada temor que nos limita a mirarnos como iguales, con respeto, con eso que llaman amor. Aunque el amor, ese tampoco sabemos de dónde viene…
La violencia eres tú y soy yo. Reconocerlo es el principio, y puede ser el fin.
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Ángel Largo