A inicios de este año, los usuarios de Tripadvisor hicieron una lista de las 10 mejores playas del mundo en donde constan lugares de Australia, Brasil, Puerto Rico, España, Bermuda, Aruba, Gales… Al final, el destino preferido fue Isola dei Conigli (Isla del Conejo), una diminuta isla italiana casi pegada a la ya pequeña Lampedusa, un pedazo de tierra de 20 km² que está entre Italia y Túnez, en pleno Mar Mediterráneo. Pero lo que para unos es el destino predilecto de unas lujosas vacaciones, para otros es el sueño al cual llegarán en barcas, sin haberse alimentado en días, rodeados de cadáveres que ojalá no sean conocidos. En ambos casos pagaron pasajes –unos a una agencia de viajes, otros a traficantes de personas– y mayor esfuerzo les significó a aquellos que llegan en cementerios móviles. Quienes, además, no querían boleto de ida y vuelta, sino de ida o muerte.
https://gkillcity.com/sites/default/files/images/imagenes/109_varias/Cardenas.jpg
Se calcula que en los últimos 20 años unas 25 mil personas han perdido la vida en el intento de llegar a costa europea. En su mayoría son inmigrantes de África Subsahariana, sobre todo de Nigeria, Ghana y Somalia. El caso más famoso fue el de la somalí Samia Yusuf Omar que participó en las Olimpiadas de Pekín el año 2008. Ver el video de la carrera de los 200 m. en velocidad en la que terminó diez segundos por detrás de las siete competidoras restantes es estremecedor. Es la atleta sin músculo a la que todos queremos abrazar en la meta, regalarle todas las medallas y dar por terminado el evento. En la siguiente cita olímpica ya no pudo estar porque murió en una carrera de resistencia hacia Lampedusa vía barca el mes de abril del año pasado. Y los casos se prolongan hasta el infinito: esos 25 que viajaban en el cuarto de máquinas y murieron asfixiados por los gases del motor, los 89 que se ahogaron cuando naufragó su bote por sobrecarga y falta de combustible, los que ya encuentran la muerte en tierra firme huyendo de la indocumentación, etc.
No estamos hablando del resignado tercer mundo. Estamos hablando de una de las diez potencias mundiales. El año 2011, en medio de la ola más numerosa de inmigrantes, el entonces primer ministro, Silvio Berlusconi, se dignó en incomodarse y viajar hacia allá. Y con su estupidez característica hizo que limpiaran la isla de los desechos humanos que la cubrían, ofreció barcos que dentro de sesenta horas se llevarían a todos los inmigrantes, compró una casa en un millón y medio de euros para ser “un lampedusiano más”, anunció la elaboración de un campo de golf en la isla y la futura postulación de aquel territorio para el Premio Nobel de la Paz. Puro populismo mágico.
El Papa Francisco, por su parte, leyó hace algún tiempo un titular de los tantos naufragios que se dan en el intento por saltar el Mediterráneo y decidió que su primer viaje sería a Lampedusa. Una visita muy distinta a la del anterior primer ministro. El Papa tuvo un encuentro con inmigrantes africanos, arrojó una corona de flores al mar en memoria de los allí fallecidos, celebró una misa con una barca como altar y la cruz hecha con la madera de los navíos que llegaron la primavera del 2011, rebajó la seguridad para que cualquiera pudiera acercarse a hablar con él. Y en la homilía se dedicó a meter el dedo en la herida que causamos todos con la “globalización de la indiferencia” que nos tiene tan tranquilos conviviendo con dramas como aquellos. Toma el relato del Génesis en el que Dios le pregunta a Caín por su hermano asesinado:
¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? ¡Ninguno! Todos respondemos igual: no he sido yo, yo no tengo nada que ver, serán otros, ciertamente. (…). En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!
Las palabras del Papa, que vale la pena leerlas completas, trascienden la situación de Lampedusa para clavarse en cualquiera que le escucha y aplicarlas a su entorno. Más sencillo para nosotros, que vivimos en un país en el que alrededor de dos millones de personas viven del bono de “desarrollo humano”. En un país en el que de seguro en nuestro kilómetro cuadrado hay personas que han pensado embarcarse en travesías parecidas a las de Samia Yusuf Omar. Ya es inhumano que eso suceda pero que nos hayamos anestesiado ante esa realidad no tiene nombre. Que no la veamos. Que no nos engañemos con postergaciones. Que hagamos algo como un deber de justicia y una muestra de cordura. Y el Papa va más allá con sus interrogantes. Lo verdaderamente humano antes estas realidades sería llorar, compartir el sufrimiento como un primer paso hacia la acción. Sin embargo, ¿quién de nosotros ha derramado lágrimas por el sufrimiento ajeno?
¿Quién ha llorado por esas personas que iban en la barca? ¿Por las madres jóvenes que llevaban a sus hijos? ¿Por estos hombres que deseaban algo para mantener a sus propias familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de “sufrir con”: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar!
Andrés Cárdenas