@mariasolborja

Dos muertos y un sobreviviente de milagro. Es la consecuencia más dolorosa de la caída del túnel de las calles Luis Tufiño y Gualaquiza, junto a la cabecera norte del ex Aeropuerto Mariscal Sucre, sobre una vía de circulación de autos y personas. El túnel –construido hace más de 20 años reforzado hace por lo menos diez– colapsó el lunes pasado. Los vecinos dicen que había maquinaría pesada sobre él y quienes pasaron en los días previos por ahí también lo aseguran

El Municipio lo ha negado, pero ahí mismo, en el interior del ex aeropuerto –convertido ahora en “parque”– se removía tierra y se hacían trabajos para el nuevo Colegio Municipal Benalcázar. La tarde del lunes, pocas horas después de que se desplomara el túnel, llegó hasta el sitio del accidente Germánico Pinto, gerente de la Empresa Pública Metropolitana de Movilidad y Obras Públicas, rimbombante nombre para rimbombante personaje. Entró pateando al perro, como dicen las abuelas.

Bravísimo con todos, prensa incluida, por supuesto. En lugar de estorbar en la zona del derrumbe esta prensa debería buscar oficio, parecía ser la actitud del personaje. Dijo, fastidiado, que no iba a hablar, que primero se informaría de lo ocurrido. Después, de mala gana exigió a los camarógrafos y reporteros que se acomoden bien porque caso contrarío, no daría declaraciones. Cuando los desordenados se pusieron a gusto del funcionario, confirmó la muerte de una persona. Más tarde, el alcalde Barrera anunciaría oficialmente que fueron dos: Milton Cóndor de 38 años y su esposa María Nela Quishpe de 34.

En esa primera intervención Germánico Pinto se refirió a lo ocurrido como “una situación absolutamente fortuita debido a la caída de un muro de concreto en la parte de inicio del túnel”. Cuando un reportero le preguntó por qué no cerraron las vías durante los trabajos de remoción que darán paso a la construcción del nuevo Colegio Benalcázar, Pinto aseguró que no se realizaba ninguna obra sobre el túnel y que las obras del municipio se daban “en el lado interno del parque”.

Los moradores de la zona sin embargo tenían otras versiones. Mariana Hernández dijo que había visto maquinaria pesada sobre el túnel hace ya varias semanas, que permaneció ahí incluso minutos antes del derrumbe. Indignada, dijo ante las cámaras que era una irresponsabilidad por parte del Municipio que no se haya cerrado la vía, “hay un colegio que está aquí arriba, las estudiantes pasan por ahí todo el tiempo, pudo ser cualquier de nosotros”. Un vendedor de Bon Ice no pudo evitar el llanto ante la cámara de un canal de televisión: “me da pena que se quede una niña huérfana por algo que podíamos evitar”. Decenas de testimonios convergen en un hecho: la maquinaria estuvo sobre el túnel.

Incluso un diario presentó fotografías de lo que serían las huellas de una retroexcavadora sobre las estructuras caídas. Pero el Municipio lo negaba. Pinto fue enfático en su primera intervención; dos veces negó la posibilidad de que hubiera maquinaria pesada sobre el túnel, la tercera ya dijo que “eventualmente” pudo haber cruzado el túnel por arriba pero que esta estructura estaba prevista para soportar aviones, lo cual no es del todo cierto, pues ningún avión jamás se quedó sobre el túnel sin que se desplome. Recordó que esta estructura fue construida en 1986 y reasegurada en el año 2000, pues esta era una zona de riesgo: varios aviones se accidentaron ahí, entre ellos el de Cubana de Aviación en 1998 que terminó con la muerte de 86 personas (más de una decena de fallecidos no viajaban en el avión; eran habitantes de la zona y transeúntes) y dejó heridos a más de veinte.

Más de 24 horas después finalmente apareció el alcalde. Que venía a dar la cara, dijo en rueda de prensa, aunque hasta ese momento no había aparecido ni en medios ni en la zona del accidente. Dio condolencias a la familia, ofreció “no desamparar a la hija de 13 años” de los fallecidos. Dijo, además, que analizaban la posibilidad de otorgarle una beca y con voz teatral sentenció: “En otros lados se muere la gente y alcanza a ser máximo noticia de crónica roja, aquí nos duele”. En el mismo tono prosiguió “jamás encubriré ningún acto de negligencia o irresponsabilidad, me iré primero a mi casa”. Deslindó nuevamente la responsabilidad del Municipio en el hecho, se indignó, fue elevando el tono, de consternado a molesto, anunció que dispuso la intervención del laboratorio de ingeniería de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador para que presente un estudio “externo e independiente” que determine las causas, razones, negligencias y fallas en la operación.

Y, claro, tenía que volar alguna cabeza. Por supuesto no la suya, él nada tiene que ver con las obras en el Bicentenario, ni con la vialidad en la capital, mucho menos con la maquinaria pesada, pero alguien tenía que ser el culpable, a ver si así, la indignación de los que vivimos en “el mejor lugar del mundo” amainaba un poco. Y obviamente él que es un hombre sensible, dijo: “No quiero que paguen los últimos obreros” y por eso, para que no sean justos por pecadores los que caigan, anunció, con voz firme y sin espacio a la duda, que separará de sus cargos a dos cabezas técnicas: el Jefe de Obras del Parque Bicentenario (insiste en llamar parque a la pista del ex aeropuerto) y el Director de Conservación Vial del Distrito Metropolitano de Quito, mientras dure la investigación, al menos. Porque eso sí, no va a permitir una “cacería de brujas”. Lo dijo muy claro, para que escuche cualquiera al que se le ocurra mencionar que quizás la cabezas que deben volar no son las de esos dos mandos medios. En su escenario, no pudo dejar de “solidarizarse” con el periodista de RTS que fue detenido mientras cubría la noticias. Una barbaridad le parece eso. Rapidísimo, como nunca, salió volando. Antes de que se le pueda preguntar nada, antes de que la prensa insista en responsabilidades e irresponsabilidades, antes de que haya que dar explicaciones. Él que le encanta ser el blanco de las cámaras, que es puro sonrisas con los periodistas; él, que tras ruedas de prensa y recorridos le fascina que le sigan preguntando algo más, cualquier cosita, para que nadie se olvide de su nombre, del Ilustre. Esta vez, él voló ante la sorpresa de la prensa que tuvo que conformarse con Germánico Pinto. Mismo discurso. Ante la insistencia de que hay videos y fotos que prueban que había trabajos sobre el túnel él dijo que no es posible, que él ha visto las imágenes y que no hay registro de maquinaria sobre el túnel. Mismo discurso. Morir antes que ceder parecía ser la consigna. Niégalo todo.

El Concejo Metropolitano se reunió finalmente a tratar el tema y, en un desborde de generosidad, decidieron entregar dos remuneraciones básicas unificadas a la hija de las dos personas fallecidas. 632 dólares mensuales hasta que termine la universidad, que también ofrecieron pagar, cualquiera que ella elija. Se comprometieron a devolver un vehículo y a pagar ayuda psicológica a la adolescente y sus abuelos. En esa misma reunión, Pinto reconoció que hubo negligencia al no aplicar los protocolos de seguridad y admitió que se debió cerrar la vía.

Tres días después del hecho finalmente el Municipio reconoció que hubo algún tipo de responsabilidad ¿La arrogancia de nuestras autoridades es tal que tuvieron que esperar la presión de los ciudadanos para reconocer un error? ¿Dos salarios mínimos son compensación decente para una adolescente que perdió a sus padres? Nadie reemplazará la presencia de los papás de la joven que queda huérfana pero un poco más de humildad de las autoridades, un poco más de humanidad, de solidaridad, no estorbaría. Un alcalde que se presente enseguida en el sitio del accidente, que esté más preocupado por las vidas humanas que por el discurso que debe mantener para la campaña de reelección, un gerente menos arrogante, unos funcionarios que dejen abierta la posibilidad de que se hayan equivocado, porque quizás ahí, con más humildad en quienes hoy tienen el poder, y mañana son sombras olvidadas, empezaremos a tener no solo el Quito que queremos, si no el país que merecemos.