La tarde del veintisiete de junio de 2013 los medios locales reportaban, escuetamente, el cierre de Revista Vanguardia. La decisión había sido tomada por el grupo empresarial que la producía y tenía como fundamento la aprobación de la Ley de Comunicación por parte de la Asamblea Nacional. Así lo explicaba en un comunicado titulado La Censura de Vanguardia. Fue como sacudir el avispero. Reacciones de toda naturaleza comenzaron a ir y venir: medios, redes sociales, conversaciones de sobremesa y, por supuesto, la Sociedad Interamericana de Prensa tenían algo que decir sobre el cierre de la revista cuyos reportajes investigativos –que sumaban ciento cuarenta– terminaron en más de cien informes en la Contraloría General del Estado. Unas de las reacciones más esperadas era la de sus periodistas, encabezados por Juan Carlos Calderón –a quien el presidente Correa enjuició por varios millones de dólares por la publicación del libro “El Gran Hermano”–. Lo que nadie esperaba era que el pronunciamiento de la redacción de la revista deslinde cualquier responsabilidad a gobierno y legislativo y enfilase sus cuestionamientos hacia los dueños de la revista fundada en 2005.
El último número de la revista se imprimiría, según se anunció en el comunicado empresarial, y circularía desde el lunes 1 de julio de 2013. Esa publicación, a pesar de que se envió a la imprenta, jamás hubiera sido conocida por el país, de no mediar la actuación en rebeldía de la redacción de Vanguardia (siete periodistas, tres diseñadores, dos fotógrafos, un corrector y un caricaturista) que decidieron ponerla a circular en versión digital.
Calderón, director de la revista desde el 30 de septiembre de 2010, respondió estas preguntas sobre el fin de la revista, lo que significa para el periodismo y dónde deben recaer las responsabilidades por la desaparición de Vanguardia.
¿Cuál era la situación general de Vanguardia?
Hicimos un rediseño de la revista. Lo lanzamos tres números antes de la desaparición de la revista. Se gastaron su plata en eso, no sé cuánto, pero estuvimos seis meses rediseñando la revista con un equipo de rediseño de México ¿A quién se le ocurre en su sana lógica rediseñar una revista para cerrarla? Además, montamos un bellísimo estudio fotográfico: trajimos equipos de Estados Unidos. Eso también costó su plata, era un estudio con todas las de ley. Lo terminamos de inaugurar una semana antes (el 10 de junio). Nosotros como equipo de redacción qué íbamos a pensar que se iba a cerrar en medio de todo eso.
Siempre se ha hablado que Vanguardia trabajaba en medio de muchas dificultades, pero ¿eran dificultades económicas o los problemas que se han ventilado, como los embargos por parte de autoridades laborales?
Hay dos cosas. Vanguardia estaba con un déficit desde hacía mucho tiempo. No era un rentable, pero seguía funcionando. Jamás dejó de pagar su nómina, obligaciones laborales y se venía imprimiendo –incluyendo ciertas inversiones como el rediseño–. Todos estábamos conscientes de aquello, por eso teníamos un trato austero; una austeridad que no había en el equipo administrativo. Ese trato austero en la redacción no nos impedía trabajar pero, para ejemplificar lo que te quiero decir con austero, cuando hicimos la entrevista a Gastón Duzac en Buenos Aires fue con el dinero de un premio de periodismo, a la empresa no le costó un centavo. La redacción puso la plata para que Pablo Jaramillo viaje y logre la entrevista. Lo que quiero decir es que el espíritu de la redacción era que no nos iban a derrotar ni los problemas económicos, ni supuestas persecuciones del gobierno, ni la Ley de Comunicación, ni nada. Pero sí estábamos conscientes de que las cuestiones empresariales que afectaron a la revista –incautaciones y demás– fueron un golpe fuerte para Vanguardia. Pero esos eran temas administrativos, porque en temas de contenidos nosotros no teníamos ninguna polémica con el gobierno. El presidente solía referirse a nuestros artículos pero jamás como para justificar una supuesta persecución en ese sentido.
¿Más allá del caso puntual del libro “El Gran Hermano, nunca más hubo una acción judicial por un texto tuyo o que se haya publicado en Vanguardia?
No, no hubo, jamás. Tuvimos dos requerimientos formales de la fiscalía. Uno por el caso Pedro Delgado y el otro por un asunto del Pacific National Bank de Miami. Se contestaron y no sé qué pasaría con eso, pero nada más. Sí llegaban cartas, obviamente, de algunos funcionarios que se sentían tocados con algunas historias que hicimos pero eso es normal. Obviamente, nadie está nunca contento con lo que le estás diciendo. Pedían derechos a réplicas, algo bastante paradójico porque cuando pedíamos su versión decían que tenían prohibición de hablar pero cuando les publicábamos diciendo que no quisieron dar su versión, nos mandaban la carta diciendo que no habíamos dado espacio a su versión. Igual les dábamos la réplica, como procede. Eso es algo que me ha pasado toda la vida, en todos los medios en los que he trabajado. No era la gran cosa.
Ahora, todo el mundo sabía que la ley se iba aprobar. Después de las elecciones de febrero, quedaba muy claro que lo primero que haría la nueva Asamblea al posesionarse era pasar la Ley de Comunicación. En ese sentido, parecería bastante inexplicable la decisión abrupta del cierre. Sobre ese cierre hay una versión hacia fuera que era esa aprobación y que ustedes se encargaron de desmentir ¿Cuál fue la explicación casa adentro?
Así es. Todos sabíamos eso. Primero quisiera diseccionar la versión “casa afuera”. Quiero morigerar y relativizar, en este sentido: la redacción jamás tuvo siquiera un intento de censura desde la empresa porque no la dejábamos, no lo hubiésemos permitido y, además, era un trato que se respetó. Eso hay que dejarlo muy claro. Ahora, el argumento de la ley. Nosotros sabíamos que se veía venir esa ley. Nosotros estábamos en pleno rediseño. Justo la semana que se discutió la ley era nuestra edición de rediseño. Ese rediseño contemplaba –qué pena hablar del pasado, me parece terrible– que siguiéramos trabajando mucha investigación pero que nos alejarnos del tema político…
¿Alejarse en qué sentido?
En no convertirnos en voceros de sectores de ninguna naturaleza. No queríamos serlo del gobierno –no lo hemos sido nunca–, ni de otros grupos. Por ejemplo en el tema de la ley, mi postura dentro de la redacción era: el tema ya lo hemos tratado cuatro años, ya por Dios, dejemos de llorar, de quejarnos de un tema que se nos viene encima y respetemos a los lectores en el sentido de que con la ley se puede hacer gran periodismo, que la ley no iba a ser impedimento para dejar el buen periodismo. Así como no lo fueron ni las incautaciones, ni las demandas, ni lo que sea. Por eso elegimos para portada un tema incluido en la ley, un trabajo de doce páginas con más de treinta fuentes indagando sobre el estado de la industria musical ecuatoriana. Porque nos parecía que el mayor impacto de la ley tenía que ver con este “uno por uno” ¿Por qué? Uno, porque todo el mundo escucha música; dos: porque decirle a los oyentes que tenían que oír cincuenta por ciento de música producida en el Ecuador podía ser muy polémico; y, tres, por el enorme desafío para los músicos ecuatorianos. Entonces había, para mí, tres elementos que son muy importantes, más allá de que la ley sea buena o mala, que era una realidad que debíamos afrontar periodísticamente. Entonces, hicimos un informe. Ahí el presidente de la compañía me dijo “Oye, Juan Carlos, pero se acaba de aprobar la ley de comunicación, hay que hacer una portada denunciando la ley”. Yo le contesté “A ver, Pancho, éste es nuestro tema de tapa. Hemos invertido mucho esfuerzo de investigación y, además, tiene que ver con la ley. Yo no voy a seguir cansando a los lectores lloriqueando sobre la ley todo el tiempo. Mi obligación es hacer temas periodísticos para los lectores, nunca editoriales. Jamás he editorializado la portada, así que tampoco lo voy a hacer ahora”. Esa era postura de la redacción. Entonces, el pretexto de la ley es una falacia. He sido de los primeros denunciantes de algunos artículos de la ley, creo que hay unos artículos peligrosísimos para el ejercicio, hay una discrecionalidad, etcétera, sí, pero eso no significa que yo tenga que salir corriendo. El argumento de que no podía salir a dar la pelea por el tema de la ley es una falta de respeto y confianza con el equipo de redacción.
¿Cuál es la otra parte de la disección del argumento “casa afuera” a la que te referías?
Lo otro es que en el tema periodístico no éramos un equipo dócil para los intereses de la empresa. No lo fuimos nunca. Por eso ahora la presidencia de la revista anda diciendo que el cierre es por culpa de nosotros, de la redacción. Es chistoso, porque si hubiese sido así simplemente me pedía la renuncia. Yo renuncié dos veces a la revista. Hace dos meses y cuando la puse Vivanco me pidió “por Dios, nos renuncies, vamos adelante, luchemos, no me dejes así”. Si el problema era yo, esa era la oportunidad para despedirme. Podía decirme “Sabes qué Juan Carlos, te agradecemos, toma tu liquidación y ándate”. Eso era todo.
Ahora, para responder a tu pregunta inicial: yo no tengo explicaciones. En la reunión con Vivanco la tarde y noche del jueves 27 de junio, el presidente nos anunció la decisión(algo que me había adelantado la noche del día anterior). Estaba toda la redacción y nos dio el mismo argumento: que la ley, que, con estas palabras, “nos ganaron”. Algo que nosotros aceptamos, así como tampoco aceptamos que diga que este era un país de castrados. Dijo una serie de cosas complicadas.
Era obvio, además, que había problemas de operación económica. Así que hubiese sido más digno decir “¿Saben qué? Quebré” Porque las empresas periodísticas quiebran y no es delito quebrar. Así que era más digno decir “no tengo ya plata para seguir en esto y no hay quién ponga”. Entonces, entenderíamos.
¿Crees que esta frase de “nos ganaron” evidencia una diferencia muy grande entre lo que la redacción creía que debía hacer como ejercicio periodístico y cuál era el fin de ese ejercicio periodístico con el propósito que para la administración creía debía tener la revista?
Bueno, sí. A ver, siempre se planteó que un triunfo era sobrevivir como revista. Incluso se llegó a plantear la necesidad, después de algunos debates –porque son cosas que se debaten con las redacciones– de bajar el tono. Entonces nosotros como periodistas dijimos “es que no es un problema de tono o no tono, no es tono alto o bajo”. Entonces es claro que muchos empresarios entienden distinto el trabajo periodístico. Por eso nunca se pueden empatar los intereses de las redacciones con los intereses administrativos. Es muy complicado. En el periodismo tradicional siempre ha habido esa división, que yo siempre he dividido. Vivanco tenía otros conceptos. Decía que debíamos andar juntos, que comprometernos juntos. Yo creo que no. Creo que la redacción tiene una responsabilidad con el público. Esa es nuestra responsabilidad esencial. Siempre he dicho, aunque algunos me hayan malinterpretado, que el lector es nuestro jefe, en función de que nos debemos a sus intereses y a sus derechos de comunicación. No quiero hablar por todos los empresarios, he trabajo con excelentes, pero parecería que en este caso efectivamente tenían otro criterio que salió a la luz en este momento de crisis. Ese es el punto. Yo creo que es sano que no haya una compatibilidad extrema entre ambos, porque la obligación de la redacción es hacer periodismo y la obligación de la administración de la empresa es sostener ese proyecto periodístico. Así que si me preguntas, sí había visiones distintas, te contestaré que sí, que yo siempre la he tenido. Yo soy periodista. Vigilo cosas del periodismo y la empresa es la herramienta en la que se embarca ese proyecto para ser viable. Siempre he rechazado que cuando alguien crea empresas por encima del lector, yo me he salido. Me ido de ocho medios por broncas de estas. Es una cuestión de principios
¿No crees que esta dicotomía en la concepción de quienes hacen el proyecto periodístico y quienes deben sostenerlo no es darle la razón al presidente Correa sobre qué es la libertad de prensa y lo que significa defender una agenda marcada desde el ámbito empresarial que pone la plata?
Es que el argumento del presidente Correa también es una falacia, porque él aplica lo mismo desde el gobierno. El interés del gobierno va por encima de los intereses de los lectores. Es lo mismo acá: si hay un interés mercantil por encima del proyecto es cuestionable. Lo que cambia es el dueño de la plata, si vamos al fondo: por una lado lo financia la empresa privada y por el otro el Estado y en este último caso es más grave, porque es plata de todos.
Entonces, en este juego de medias verdades en que se ha convertido esta pelea hay que entender la verdad del otro. Insisto, lo ha hecho el presidente Correa es satanizar la inversión en los medios a cuenta de cosas que todos vivimos por ejemplo cómo los grupos bancarios como Egas, Aspiazu, Isaías tenían medios de comunicación. Ahí es correcto, no es compatible en la ciencia del periodismo este tipo de propiedades. Por eso se ha satanizado desde algunos sectores del gobierno el tema de la inversión de dinero en los medios. Como si fuese pecado poner plata en los medios, cuando hacer periodismo cuesta y hacer periodismo de investigación cuesta el doble. Entonces el debate está en el modelo del negocio. Inventemos un nuevo modelo en el que los lectores financien nuestros trabajos, en otros países se está aplicando, pero en el Ecuador seguimos en este debate arcaico entre el empresario troglodita y el gobierno buena gente. No es por ahí, es cuestión de desarrollar otro modelo de negocio que evite esa discusión.
¿En un sentido más abstracto, lo que ha pasado con Vanguardia habla sobre una crisis en la manera no en la manera de hacer periodismo pero sí en la manera en que los medios funcionan?
Sí. Pero no creo que Francisco Vivanco no es el presente del prototipo de los empresarios de comunicación de este país. Hay que ser bastante justo en eso. Por otra parte, el argumento de la empresa para cerrar la revista es una falacia. Lo que a la empresa no le ha gustado es que la redacción no acolite el argumento de culpar a la ley o al gobierno o a quien sea por el cierre de la revista. El cierre de Vanguardia, la renuncia a luchar, esta autocensura es un acto gravísimo en la historia del periodismo y quien lo hizo tiene que asumirlo. Y tiene que asumirlo con valentía y diciéndole la verdad al país. Yo aún no conozco las razones de fondo para el cierre, eso ya la historia lo dirá. Es más, nosotros estamos con la intención de investigarlo nosotros. Es importante aclarar eso. En la historia del periodismo han desaparecido medios pero que e los momentos actuales el simbolismo que tiene este cierre es muy grave para todo el mundo: para los lectores, para la pelea medios privado versus gobierno, para el gobierno. La historia se encargará de mostrar el teje y maneje de esto.
Pero sí, hay una crisis. Y en las crisis se ve el verdadero carácter de las personas, porque a la final este es un tema de personas. Un tema de liderazgos, de cómo afrontar las situaciones límites y de los caminos que uno toma y el camino que tomó la empresa es el peor posible. Porque si el argumento es que la redacción no servía, saque la redacción y si el problema era la ley, ese argumento se caía porque era una ley que ni siquiera había sido aplicada. No es que hubo una multa. Si te dicen es que por una multa la podían quebrar a la revista, ¿cómo se explica, entonces, toda la inversión en el rediseño? Ahora están diciendo que no es un problema de plata. Hay un montón de contradicciones. Se están empezando a enredar en su propio discurso y solo hay una cosa clara: Revista Vanguardia no existe más y quien decidió cerrarla tiene nombre y apellido.
Mi penúltima pregunta: el último número que salió en rebeldía, ¿cómo llegan a esa determinación? ¿No les podría causar un problema legal por uso de marcas y demás?
Hemos tenido amenazas al respecto, esperemos que no llegue más allá. A nosotros se nos ordenó hacer el último número y se anunció públicamente. Fue un compromiso de la empresa con sus lectores, suscriptores, auspiciantes y con el país. Nos dijeron que nos pagarían el sueldo de junio si es que el doctor Vivanco estaba de acuerdo con lo que habíamos hecho en la revista. Nosotros no aceptamos ese chantaje. Entregamos a la imprenta la revista a las tres de la mañana del viernes. Por cumplir una orden empresarial. Yo, como director, jamás tuve una contraorden. Nunca se me dijo “hemos decidido no sacar la entrevista”. Supe que había habido la orden de parar la impresión, porque el dueño de la imprenta me dijo que se estaba imprimiendo y que tenía planeado entregarla a las dos de la tarde del sábado. Lo que teníamos listo era la edición digital. Como no recibimos una contraorden de publicarla, nadie a mí me dijo y si es así que lo demuestren, entonces se subió esa versión, respondiendo al compromiso que la revista había asumido con lectores, auspiciantes y con el país. Hasta ahora no hay ninguna explicación de por qué no circuló ese número.
Ya para cerrar ¿Crees que esta crisis pueda servir como oportunidad para intentar resolver el conflicto entre los medios privados y el gobierno?
Martin Luther King decía que siempre es el mejor momento para hacer lo correcto. Y lo correcto es tender puente. El gobierno tiene, a veces, visiones arcaicas en temas de periodismo. Por ejemplo, no entiende lo que es el periodismo independiente. Algo que para algunos es hasta imposible. Pero poder conciliar posturas sobre las formas de hacer postura es complejo porque en el gobierno prima una lógica corporativista, casi de relaciones públicas. No es un delito, es una forma de ver el periodismo. Es decir, el boletín de prensa y el periodismo vinculado a la decisiones institucionales. Ahora, yo creo que es la hora de los periodistas. Es el tiempo en que los periodistas vayamos tomando posturas frente a estos hechos. Este es un gremio demasiado pasivo, poco proactivo. Es importante que los periodistas seamos conscientes que esta es una oportunidad única para el periodismo y los periodistas.