*Con un texto de José María León Cabrera
Te mostraré el miedo en un puñado de polvo
– T.S. Eliot
La espada de Damocles que se cernía sobre Las Marías en Monte Sinaí cayó la mañana del dieciocho de junio pasado.
Cuando lo supe, pensé de inmediato en las casitas de caña, los castillos de humo y los sueños de pobres de sus habitantes.
Me repiten los entendidos y las autoridades que hay un problema complejo en Monte Sinaí pero, por más que lo intento, lo único que veo es gente desesperada. Gente que piensa en su tierra, en su refri, en su negocio de plumas y forros de cuaderno, en sus cuatro paredes. En ese poco que la pobreza les ha permitido juntar.
Veo un muchacho con los ojos vaciados por la resignación y niños con las barrigas templadas por el hambre.
Veo policías avanzar con sus escudos antimotines en alto, como un cohorte romano y me pregunto qué piensan. Otros están inmóviles, circunspectos, con la mirada perdida en esa idea que les cruza la cabeza.
Veo mujeres que gritan, hombres que lloran, niños que no entienden nada.
Veo escombros y despojos y me resulta difícil entender cómo es que esta gente es la tiene que pagar las consecuencias de las trapazas de las que han sido víctimas.
Podría cubrirme el rostro para dejar de ver, pero el sonido insistente del rotor del helicóptero que sobrevuela el operativo me impediría escapar del dolor ajeno.
Veo, en medio de la angustia, banderas blancas. Me parecen insuficientes recodos de esperanza en el Monte donde se esfuman, volátiles, los castillos de humo, donde se derrocan las endebles casitas de caña, donde los pobres despiertan a sus pesadillas.