Recientemente se ha dado a conocer que Chile, cual niño aventajado en la clase, muestra el mejor IDH de Latinoamérica ubicándose en el lugar 40. Su reciente ingreso al selecto grupo de la OECD y su éxito con los indicadores macroeconómicos hacen que constantemente escuchemos que, como en la escuela, debemos parecernos al alumno aventajado de la clase, conseguirnos los deberes con él y pedirle ayuda en los estudios. Pero, ¿qué esconden esas calificaciones del buen alumno? ¿Hay aprendizaje y desarrollo de capacidades que servirán en la vida adulta o sólo se esconde el repetir de memoria lo que el profesor le ha dicho que haga sin necesariamente entender de qué se trata?
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Patrick Hamilton, Baldes, 2009
Lo que intentaré discutir en este artículo es precisamente eso, que el éxito económico de Chile se debe, en parte, a que ha hecho lo que el profesor le ha dicho y ha repetido de memoria los manuales de economía del FMI o el BM o los EUA. Y claro, si ha seguido al dedillo lo que han ordenado los profesores, éstos no han tenido más opción que resaltar los éxitos de su pupilo más disciplinado construyendo el mito de desarrollo chileno, el ejemplo a imitar por el resto de países latinoamericanos. Examinaré elementos del presunto éxito chileno, como el sistema tributario, la inversión extranjera, la productividad y la distribución del ingreso.
“Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona”
No es un secreto que Chile ha crecido de manera desigual, es decir, que lo ricos han crecido más que el resto. Para dimensionar qué tan agudo es el problema, sólo pensemos en que las tres personas más ricas obtienen el 5.6% del PNB. El promedio del ingreso de las cinco personas más ricas, al menos, es mayor que el de los cinco millones de personas más pobres (López, 2011). Es como decir que hay cinco millones de panes. Cinco personas se comen cinco millones de panes, el resto (4.999.995), ninguno. Consumo promedio, un pan por persona.
Por otra parte, el 0.01% más rico de la población (uno por cada diez mil) entre 2005 y 2010 se lleva el 11.5% de los ingresos (López, Figueroa, Gutiérrez, 2013). Hay que tomarse tiempo para digerir esas cifras. Estamos hablando de tres y cinco personas, de los más ricos entre los ricos (Luksic, Matte, Paulmann, Angelini, y Piñera).
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Si miramos gráficamente la distribución del ingreso por percentil (Azócar y Mayol, 2011), es una curva que se proyecta asintótica al eje Y. La más acentuada de todos los países de los que se disponen datos. No hay una curva más acentuada que esta, no hay concentración de la riqueza más obscena que la chilena.
A veces uno piensa que basta con decir la cifra y que todos entendemos que no es deseable, pero no siempre es tan claro. Este nivel de acumulación de riqueza atenta contra la democracia, el sistema político, la estabilidad económica, incluso la soberanía. ¿Por qué? Porque si el día de mañana esas personas deciden hacer malas inversiones o se declaran en quiebra, adiós crecimiento. Así de simple, de cinco personas depende el crecimiento de un país de casi 17 millones de habitantes, ninguna economía puede vanagloriarse de exitosa y estable con semejante dependencia. Eso significa que ninguna persona sensata querrá hacer enojar a esas cincos personas, y los políticos (cuya permanencia en sus cargos depende en parte de los resultados económicos del país) no querrán tomar decisiones que vayan en perjuicio de los cinco gigantes, menos cuando uno de ellos es actualmente el presidente.
¿Pero cuál es la causa de esa distribución? Es porque los incentivos tributarios están enfocados en eso, tal como lo muestra el gráfico usado en un reciente informe del BID (2010), y contrario al patrón esperado, la evasión fiscal y los subsidios estatales aumentan con el tamaño de las empresas (aumentando la desigualdad). Los beneficios tributarios son para los más ricos, los impuestos más regresivos, como el IVA, bordea el 20% y el impuesto a las empresas también, impuesto que muchas veces no pagan vía evasión (ver informe OCDE, en este mismo artículo).
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Crecimiento sin productividad, una realidad no tan lejana
El 2010 el BID publicó un informe en el que decía que Chile era el país con mejor productividad de la región entre 1960 y 2005, superando incluso a Estados Unidos. Claro, es un informe del BID, difícil de contradecir a primera vista –pensará el agudo lector- pero desglosemos un poco qué quiere decir el BID con productividad o cómo la midió. Para el común de los mortales, la productividad es una relación entre producción y un intervalo de tiempo determinado. Es decir, si un alfarero produce 10 jarrones de barro en una hora y otro alfarero produce 15 jarrones de barro equivalentes a los anteriores, entonces la productividad del segundo alfarero es mayor que la del primero.
Pero la gente del BID, quizá visionarios, ha querido hacer algunos cambios. Entonces, en este informe, no se dice que el primer alfarero trabaja quince horas diarias, produciendo 150 jarrones al día, y el segundo alfarero sólo trabaja 8 horas, lo que le da un total de 120 jarrones. Chile es el alfarero que hace diez jarrones en una hora. El BID y los titulares, no dicen que Chile es ineficiente, y confunden productividad con producción. El BID sí dice que Chile produce 150 jarrones en un día mientras otros países sólo 120.
Lo cierto es que “la productividad de la economía (chilena) se ha contraído de manera alarmante en los últimos 15 años, a un ritmo de 0,3 % anual promedio.” (Figueroa y López, 2010) Pero entonces, ¿cómo se entiende el crecimiento de su economía si su productividad ha disminuido? ¿Es eso posible? Sí, lo es, pues lo que ha hecho Chile es vender sus recursos naturales. Al venderlos, claro, recibe dinero a cambio y así perfectamente puede disminuir su productividad sostenidamente al mismo tiempo que sigue creciendo, pues sigue vendiendo y la presión de la demanda internacional por el cobre, por ejemplo, ha hecho que reciba más dinero por iguales o menores niveles de producción, manteniendo indicadores como el crecimiento en alza. Por ahora, claro, porque ese crecimiento no será indefinido, y ya se pronostica un enfriamiento de la economía para los próximos años.
Chile es el segundo país de la región en recibir inversión extranjera, sobre México y sólo detrás de Brasil, países que por lo menos triplican la población de Chile. Suena bonito así, sólo el titular. Pero hay que preguntarse dos cosas: qué tipo de inversión es esa y a qué costo. Uno de los problemas más graves del espejismo del desarrollo chilenos es su sistema tributario. No sólo tiene casi nulo impacto en la redistribución (regresivo), sino que en el afán de atraer inversión extranjera (o lo que podrían llamar una política de incentivo a la inversión extranjera), genera beneficios tributarios que hacen rentables proyectos para los inversores que en condiciones normales no lo son.
Si hay otro país que tiene una tasa de un 40%, se queda con los mejores proyectos y el otro con los peores, con el subsecuente efecto negativo sobre el ingreso nacional. La estructura tributaria chilena hace que proyectos que rentan por ejemplo un 8% sean viables vía incentivos a la inversión. Pero el costo para el país es de un 10%. Esos proyectos no deberían llevarse a cabo, porque atraen pérdida y no ganancias a nivel agregado, pero el sistema tributario chileno atrae ese tipo de proyectos quedándose con pérdida y con los peores proyectos.
Por otro lado, un reciente informe de la CEPAL (2013) sobre Inversión Extranjera Directa (IED) muestra hechos no tan alentadores sobre la IED en Chile, por ejemplo, que aproximadamente el 50% de ésta corresponde a extracción de recursos naturales. En lo que a generación de empleo refiere, por ejemplo, el sector minero (que en 2012 representó un 50 % de la inversión extranjera) genera un puesto de trabajo por cada un millón de dólares. Asimismo, las empresas transnacionales repatrían a sus lugares de origen un 55% de sus utilidades.
En Chile, por tanto, la IED no genera empleos, agota los recursos naturales casi sin pagar impuestos (gracias a la “política de incentivos tributarios a la IED”) y las utilidades ni si quiera son reinvertidas completamente, pues un 55% es repatriada.
Sólo para mencionar un ejemplo del modelo de desarrollo que han impuestos estos pocos chilenos que son los que gozan del desarrollo y el crecimiento económico, está el modelo de educación superior. En Chile, todas las universidades se pagan. No hay universidades gratuitas, ni si quiera las estatales, porque el Estado no es capaz de dar recursos suficientes a sus instituciones, y para que no sea que vayan a competir en desventajas los planteles privados, los pocos recursos que hay se reparten también a planteles privados (de dudosa calidad y que lucran con esos recursos). Estudiar una carrera universitaria en una universidad Estatal (pública), puede costar casi 10.000 dólares anuales, por lo que no sólo que no es gratis, es caro. En una universidad privada, por supuesto, una carrera puede costar bastante más. ¿Es Chile realmente un modelo a seguir?
Tomás Leyton