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@g_arosemena

El problema de los “derechos de los animales” es una prueba de las debilidades del pensamiento ético de la modernidad, el que compartimos públicamente, el que usamos de referente en las discusiones colectivas, nuestro “horizonte moral”. No estoy del todo convencido de que nuestras ideas sobre la ética sean capaces de dar una respuesta satisfactoria al problema. Lo que sigue es sólo un esfuerzo de diagnóstico que no lleva a ninguna solución.[i] Evidentemente, muchos podrán no compartir mi diagnóstico.

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Maurizio Cattelan. Sin título. 1997

Para hablar del tema lo primero que hay que hacer es echar a un lado todo el drama de si los animales pueden tener derechos o no. Nada gira alrededor de la palabra “derecho”. El punto no es darles “derechos” sino darles protección y si la palabra “derecho” es inapropiada se la daremos bajo otro rótulo. La cuestión es: (1) tenemos obligaciones pre-jurídicas para con animales, (2) son obligaciones que debamos resguardar jurídicamente?

Para mí la respuesta obvia es sí y sí: Maltratar a cualquier animal por placer es vil, una persona que maltrata animales merece desprecio. Comer animales en cambio, tiene poco o nada de malo, aunque implica matarlos. Las granjas que tienen a los animales en condiciones miserables son una vergüenza para la humanidad, pero las granjas normales (que son estadísticamente anormales) no tienen nada de malo. Hay ciertos animales que no podemos comer bajo circunstancias ordinarias, por ejemplo los delfines, los gorilas y los perros domesticados. Sin embargo, bajo circunstancias excepcionales no estaría mal hacerlo. Usar a los animales para nuestro beneficio en la forma tradicional (leche, huevos, lana, etc.) no tiene nada de malo. Otros tipos de uso en cambio, deben estar prohibidos. Aunque no debamos esforzarnos por conservar animales individuales, tenemos que esforzarnos por conservar las especies. Hay áreas grises que parecen depender del contexto: matar animales por deporte, usarlos para probar medicinas, comer caballos, etc.

Hoy por hoy, no se puede justificar esta complejidad barroca. Se la puede explicar: tabúes, presiones evolutivas, sedimentos históricas, etc., pero eso es irrelevante. También se puede explicar la violencia doméstica con razones evolutivas, pero eso no la justifica ni un pelo. El problema radica en que nuestro horizonte colectivo de justificación moral se ha reducido a tres opciones: ¿el acto en cuestión causa felicidad o tristeza, placer o dolor? ¿el acto en cuestión se justifica cuando se cuenta con el consentimiento de los afectados o es siempre una imposición? ¿el acto está democráticamente legitimado o no? La complejidad intuitiva descrita arriba no se puede reducir a ninguna de estas opciones de manera satisfactoria: [ii]

–Si la felicidad y la tristeza, el placer y el dolor son los determinantes, siendo que los animales tienen capacidad de sentir estos sentimientos y emociones, no podemos usarlos como los usamos. Dado que la diferencia entre la sensibilidad animal y la sensibilidad humana es meramente cuantitativa, da lo mismo auspiciar a un niño que auspiciar a un número suficientemente grande de vacas (pagarle a la granja para que no las sacrifique).

–Si el consentimiento es lo determinante, habría que tomar una decisión: o los animales son capaces de dar consentimiento o no. Si lo son, serían intocables. Si no lo son, serían objetos, meras cosas sin prerrogativas morales disponibles para nuestro uso y abuso, sin importar que tan perverso sea éste. Alguien podrá decir que lo malo es que estas actitudes crueles hacia los animales tienden a convertirse en actitudes crueles contra los seres humanos, pero eso no aplica, por ejemplo, para el hacinamiento en las granjas.

–Si la democracia es la regla, la preguntas (1) y (2) de arriba son una sola pregunta. Lo ético es lo jurídico. El día que los partidos verdes y el PETA ganen las elecciones será malo consumir animales. Hasta entonces, consumir animales será permitido en la medida en la que las leyes lo permitan. Todo depende del éxito histórico, del poder.

Para mí todo esto ofende al sentido común. No puede ser que comer parrillada sea homicidio, que detener a alguien que maltrata a su perro sea infringir injustificadamente en su propiedad o privacidad y tampoco puedo considerar que mis reacciones más intuitivas dependen exclusivamente del poder. No tiene nada de malo abandonar o modificar el sentido común a la luz de principios rígidos,[iii] pero esta rigidez no puede ser absoluta, tiene que haber un punto en el que abandonamos o reformamos la teoría a la luz del sentido común. Las teorías tienen que hacer las paces con la experiencia humana vivida desde dentro. Esta reacción sólo es parcialmente anti-intelectual: cuando la ética nos aliena, está a un paso de dejarnos de importar (en esto no puedo dejar de referirme a Bernard Williams).

Sin embargo, moderar estos preceptos es casi imposible en la modernidad, porque las reglas de la felicidad, del consentimiento y de la democracia tienen un propósito: sostener el pluralismo moral de la sociedad moderna, el relativismo suave donde fuera de dos o tres reglas mínimas, todo lo demás depende de los gustos del individuo. Cuando comienzan los ajustes siempre cabe preguntar: ¿por qué ajustas el sistema hacia tu lado? (comparemos esto y esto). Desde la perspectiva moderna, en todos los ajustes, es la cola la que mueve al perro. Y no podemos entender el sentido común como algo más que un conjunto de sedimentos históricos y evolutivos irracionales, y a veces eso es todo lo que es. Esto del relativismo suena feo, pero a falta de alternativas, hay que recordar que del otro lado del relativismo suave está el autoritarismo duro. Por eso no me extraña que hayan personas dispuestas a sacrificar al sentido común y conservar las reglas. Pero aun así hay que resolver el conflicto entre los partidarios de la felicidad, los partidarios del consentimiento y los partidarios de la democracia apelando a algo común o superior a los tres.

Hay una expresión en inglés que me parece bastante apropiada para el problema de los derechos de los animales: “you can’t get there from here”. Para mí el asunto de los animales revela que tenemos una falta de recursos éticos para afrontar este tipo de problemas: necesitamos un bisturí, pero sólo tenemos un martillo, un taladro y una llave de tuercas. Creo que sucede más o menos lo mismo en otros temas como la ética sexual y las relaciones entre los géneros y la eutanasia, temas que se ubican en áreas de la vida llenas de cosas que la mente moderna sólo puede comprender como tabúes irracionales. Al decir esto no quiero negar que hay muchas injusticias en estas áreas, sólo me preocupa que las reglas que podemos defender públicamente no sean capaces de combatir estas injusticias sin aplanar varias dimensiones de la experiencia humana. Tengo desconfianza de formas de razonar que vuelven ciertas cosas esenciales absurdas: el respeto a los antepasados, la vergüenza, la tentación, la fidelidad. A lo mejor, en algún lugar de este esquema caen también las parrilladas.

 


[i][i] Debo señalar que uso ética y moral como términos intercambiables, pues no hay razón alguna para hacer la distinción salvo para efectos tendenciosos estilo: “la mío es ética, lo tuyo es moral” (o viceversa). Toda “ética” o “moral” tiene pretensiones de objetividad.

[ii] Hay que aclarar que estas reglas son pedazos de teorías morales mucho más complejas, por ejemplo, las de Kant y Mill. Pero estas teorías son más polémicas que las reglas solas y por eso no cumplen la misma función política de ser mínimos para la sociedad. Así, Kant enfatizaba la autonomía y el consentimiento y esto actualmente nos gusta mucho, pero para él estas palabras tienen un significado muy especial al que nadie hace referencia. Y nadie defiende públicamente la antropología kantiana. Sólo una parte reducida de la teoría realmente pertenece a nuestro horizonte moral colectivo.

[iii] Muchos creen que la adherencia a este tipo de principios es lo que permite superar lo “obvio” de la esclavitud y otras taras morales. Esto no es indiscutible, también se puede pensar que lo obvio era que la esclavitud era mala y que los principios de la época tapaban esta realidad.

Gustavo Arosemena