¿Cómo llega un lomo a nuestro plato? ¿Qué hay detrás del pollo brosterizado que nos invitan a comer alegres caricaturas de pollos con delantales en los enormes letreros de las cadenas de comida rápida? Y tras la elegancia minimalista y chic del sushi… ¿qué realidades nos ocultan? La mayor parte de las personas no se cuestiona los procesos que se requieren para que en supermercados y restaurantes, la carne de animales sea siempre, sin importar la coyuntura económica o social, una opción elegible.
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Lo cierto es que, estemos o no dispuestos a aceptarlo, esa parte oculta tras lo que comemos, lo que las prolijas bandejas herméticamente selladas de las góndolas de supermercado no nos muestran, no tiene nada de elegante ni de apetitoso; su ocultamiento tras la propaganda del buen sabor, de la nutrición sana o de cualquier otro de los mitos asociados a la carne, es parte de una estrategia pensada y calculada por la industria ganadera para evitar por todos los medios que su público consumidor conozca lo que tiene que ocurrir para que tengamos acceso al expendio ilimitado de carne.
Estamos en crisis y aunque algunos no quieren verlo, es una realidad que aumenta. Hemos alcanzado un punto decisivo. No podemos continuar creyendo en la ilusión de que el sistema consumista funciona, debemos dejar en la historia a la obsoleta filosofía antropocéntrica porque si mantenemos el estilo de vida actual, terminaremos de destruir irreversiblemente a la naturaleza, a los animales y, aunque suene a película de ciencia ficción, la humanidad tendrá que vérselas con un escenario apocalíptico. El cambio, por lo tanto, no es una opción.
El veganismo es uno de los cambios que el mundo necesita, y el más abarcador e integral que podamos imaginar. Es una postura política que terminaría con los más grandes problemas actuales: el calentamiento global, el hambre mundial, las enfermedades que hoy en día representan las principales causas de muerte, y la crueldad animal. La finalidad del veganismo es defender los derechos de la naturaleza y de los animales, tanto de los animales humanos, como los de los no humanos. El veganismo es sencillamente buscar un planeta más justo y el modo más práctico para lograrlo.
En el plano teórico un vegano es aquel que no se encuentra conforme con las desigualdades sociales, que está en contra del maltrato animal, que no apoya ningún tipo de discriminación, que se preocupa por su salud y procura preservar el medio ambiente. Hacerse vegano, por tanto, no significaría -para la mayoría- cambiar su manera de pensar, únicamente implica guardar coherencia entre nuestros pensamientos y acciones. Si no somos capaces de torturar a un animal hasta la muerte, ¿por qué pagar para que otro lo haga? Si amamos a algunos animales como miembros de nuestras familias y seríamos incapaces de herirlos ¿por qué comemos a otros que sufrirán incansablemente hasta la muerte?
El veganismo se basa en cuatro pilares:
Primer pilar: no discriminación.
El fundamento de cualquier discriminación ha sido una fuerte convicción de un grupo de personas que se consideran más importantes a otras. En el caso del racismo, se pensaba que debido al color de la piel los blancos eran superiores y por tanto podían abusar de los afrodescendientes, vendiéndolos, torturándolos, tratándolos como si fueran objetos. La misma historia se repite con el machismo. Aún cuando suponemos que estos tipos de discriminación han sido superados, irónicamente aún en el siglo XXI existe el mayor de los holocaustos: esclavizamos, asesinamos y torturamos animales en una cantidad que supera ocho veces a toda la población humana cada año, sólo para comer un trozo de carne.
Los seres humanos hemos hecho de los animales nuestros esclavos, los hemos rebajado al estatus de meras máquinas productoras de recursos por el simple hecho de que se ven diferentes a nosotros, y hemos decidido ignorar lo que tenemos en común: que igual que nosotros, los animales son capaces de sentir dolor y sufrir, de ser felices y experimentar distintas y complejas emociones, ya que todos tenemos un sistema nervioso central que nos lo permite. Los animales son asesinados de manera antinatural para convertirse en alimento, vestimenta u objetos de experimentación; son arrancados de sus hábitats y de sus familias para entretenernos en circos, zoológicos y espectáculos diversos. Hemos construido grandes granjas industriales y mataderos que no son más que campos de concentración modernos. Es hora de entender que los animales son más vulnerables que cualquier otro grupo, porque no tienen voz ni armas para defenderse, ni capacidad de auto organización para combatir la infinita crueldad humana.
Segundo pilar: fin a las injusticias
Las injusticias sociales se derivan de la absurda distribución de alimentos que afecta a millones de personas. Esta es la principal causa del hambre mundial y se disfraza con el nombre falaz de “crisis alimentaria”. El sistema actual es tan retorcido, que contempla que millones de seres humanos mueran de inanición, y sin embargo no admite que un animal utilizado para consumo humano sufra de hambre.
Al contrario, los engordan de tal manera que a muchos se les dificulta apoyarse en sus patas. Así, los granos que podrían nutrir a personas que viven en las condiciones más precarias, sirven para el engorde de ganado. Así: mientras que cada 2-3 segundos en alguna parte del mundo alguien muere por inanición, el 77% de todos los granos que produce la tierra se usa para engordar animales, no a personas.Como dijo Philip Wollen, ex-vicepresidente del Citybank: “cada bocado de carne es una bofetada en el rostro lleno de lágrimas de un niño hambriento”. Si en verdad queremos ayudar a las personas que sufren hambre, la solución no es dar limosna, la respuesta es convertirnos en consumidores conscientes, que entienden que comprar carne y productos de origen animal significa haber fortalecido a las industrias que, para satisfacer la demanda, abaratar costos y aumentar la productividad, le niega el alimento a millones de personas hambreadas. El mismo Wollen lo ha dicho: eliminar el consumo de carne terminaría con el hambre para siempre.
¿Somos capaces de pasar estos hechos por alto?
Tercer pilar: respeto la naturaleza
Debemos proteger la tierra para nuestras siguientes generaciones. Una persona no puede ser ecologista y consumir animales o derivados de ellos. En el 2006, la FAO hizo un estudio en el cual se afirma que la industria ganadera es responsable del 18% de todos los gases de efecto invernadero, porcentaje que es mucho más alto que todos los medios de transporte juntos.
Hoy en día estos porcentajes son aun más alarmantes. En otras palabras, una persona contamina mucho más con la decisión que toma sobre su cena, que con la de su medio de transporte. En Latinoamérica, los gobiernos han convertido nuestras selvas en carne, tres cuartas partes de la selva amazónica sirven para engordar ganado y aves de Europa y Asia, convirtiéndose la ganadería en la principal causa de deforestación en Latinoamérica. Es urgente el cambio, como ManekaGandhi dijo: “La mayoría de la gente piensa que cuando come carne de pollo, es sólo un pollo. No se dan cuenta que cuando han comido el pollo, se han comido el bosque, se han comido el agua, se han comido el aire, se han comido la tierra, y enormes cantidades de ella. Debemos entender, sólo tenemos un planeta, y está muriendo, podemos ser parte del problema o tomar acciones concretas, como el veganismo, que hace una gran diferencia.”
Cuarto pilar: salud.
Una alimentación vegana bien planeada es saludable para todas las etapas de la vida, incluso el embarazo, la infancia y la vejez. Así lo corroboran muchísimas organizaciones de la nutrición y la salud como la Asociación Dietética Americana que cuenta con más de 72 mil miembros, entre doctores y nutricionistas.
Actualmente, la salud representa uno de los principales problemas económicos de los gobiernos. La mala alimentación es la causa de la mayoría de las enfermedades, y grandes cifras de dinero que podrían invertirse en educación, medidas para preservar el medio ambiente o justicia, se invierten en financiar el negocio de las farmacéuticas, que no previenen ni solucionan el problema, sino más bien lo agravan. Es hora de que alguien se arme de valor y diga lo obvio: la respuesta para una vida más saludable no es otra pastilla, son los vegetales.
Existen estudios que indican que una dieta vegetariana estricta basada en productos integrales puede prevenir y en algunos casos revertir los efectos de enfermedades como el cáncer, diabetes, obesidad, afecciones cardiovasculares, impotencia. Si las enfermedades relacionadas con la dieta causan más del 27% de las muertes en el Ecuador y los homicidios junto con los accidentes de tránsito no llegan ni a la mitad de esta cifra, ¿no deberíamos tomarnos más en serio estas investigaciones?
¿No sería coherente y lógico proponer medidas gubernamentales que puedan cambiar radicalmente el rumbo de nuestra salud y economía?
El premio Nobel de literatura y sobreviviente de los campos de concentración nazis, Isaac Bashevis Singer, escribió: “Para los animales todos los humanos somos nazis, para ellos la vida es un eterno Treblinka.” No podemos seguir indiferentes ante el mayor holocausto de todos los tiempos: hoy en día, la industria de la carne mata 3.000 animales por segundo, sin contar peces.
En el tiempo que toma leer este artículo, aproximadamente 1.800.000 animales han muerto llenos de pánico, sin entender porqué, y de los modos más crueles imaginables. Debemos sacar a los animales de nuestros platos porque son individuos que sienten, con sus propias razones para existir, porque seguir abusando de ellos es un crimen moral de proporciones inimaginables, porque su muerte debería avergonzarnos e indignarnos, porque con nuestro dinero se financia el dolor y la esclavitud de nuestros compañeros terrícolas, porque estamos terminando con el planeta, porque el alimento no escasea, sino que la industria lo utiliza para ganar dinero en lugar de alimentar a las personas que lo necesitan desesperadamente. No basta con compadecernos, debemos actuar, y como dijo el activista por la paz más grande el mundo, Mahatma Gandhi, debemos ser el cambio que queremos ver en el mundo.
Pedro Bermeo