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@IvonneGuzmn

Hay un mundo en el que rige la peor igualdad posible. Un mundo en blanco y negro. Sin opción al razonamiento ni a los matices. Es el mundo donde reinan don Prohibido y don Obligatorio, ya sea que lo hagan a la vez o alternándose para achatar nuestras cabezas –y dejarlas lisitas, sin rastro de decisiones y criterio propios–  a punta de martillazos uniformadores.

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Los cristianos han simbolizado ese mundo horrible (infernal, ciertamente) en una manzana: el fruto prohibido. Poderosa imagen bíblica que llama a la obediencia ciega y sin chistar. Y el que no esté dispuesto a someterse y pretenda hacerlo a su manera que se joda, es decir que sufra y que trabaje ¿Que trabaje, dijeron? Cómo puede pretenderse que el trabajo, es decir el fruto de la creatividad y las decisiones propias sea considerado un castigo. La otra opción, la que ofrece el reino de don Obligatorio y/o don Prohibido, es: no trabajes, no te esfuerces, no pienses, no innoves, no cuestiones, no hagas lo que tú quieres y crees que debes hacer; solo obedece y haz lo que se te impone como obligatorio y no hagas, ¡jamás!, aquello que está prohibido.

La religión no es el único territorio donde rige esta lógica perversa de cabezas chatas e impecables (sin un solo pensamiento propio). CNN, en su versión en inglés, está transmitiendo en estos días varios cortos documentales (‘Girl Rising’) sobre las vidas difíciles y valientes de niñas y adolescentes alrededor del mundo. En uno de ellos se puede ver por qué Mariama, oriunda de Sierra Leona, no debería ir al colegio según la tradición de su cultura: las personas que estudian pierden el respeto a sus padres. Léase: tienen una opinión propia, preguntan, disienten… Pero Mariama no se conforma, no obedece y decide hacer lo que está prohibido (es la primera mujer de su familia que va a la escuela), se da las mañas,  y logra que la dejen estudiar.

Pero la prohibición y la obligatoriedad no son exclusividad de las grandes tragedias humanas y sociales. Piensen por 30 segundos a cuántas cosas absurdas están obligados y cuántas otras les están ridículamente prohibidas. Por ejemplo: no poder llevar un frasco de crema si supera cierta cantidad de mililitros en un bolso de mano si uno se va a subir a un avión. O incluso no poder llevar, en el mismo bolso de mano, un tubo de pasta de dientes (que obviamente cumple con la cantidad de mililitros establecida) si este no va dentro de una fundita ziploc. Acaba de pasar el viernes en el aeropuerto de Tababela. La única razón: porque está prohibido. ¿Y por qué está prohibido, cuál es la diferencia entre que el tubo vaya suelto en la mochila o dentro de una ziploc? Ninguna, pero está prohibido.

El mismo tipo de no-razonamiento aplica a lo que es obligatorio. Digamos –cualquier parecido con la vida real es pura coincidencia– que yo asistí el lunes pasado a una reunión y el miércoles de la misma semana me convocan nuevamente a una reunión (con más gente, esa vez) en la que se dirá exactamente lo mismo que me dijeron el lunes. Entonces, como manda mi lógica, decido no asistir a la segunda reunión. Pero me insisten para que vaya. Cuando pregunto para qué y explico que yo ya asistí a la primera reunión, me responden: es que es obligatorio. ¡Plop!

Y así en un sinnúmero de situaciones y en casi todos los territorios por los que nos movemos: obligatorio/prohibido o prohibido/obligatorio.  (No vayan a pensar que los progenitores de la ley de comunicación y su superintendencia se inventaron esta modalidad, ya se quisieran). Un mundo infame, torpe, reduccionista, simplón, tristísimo –me sobran adjetivos, pero ahí paro– en el que todos somos ‘iguales’ en la peor de las maneras, gracias a la ignorancia atrevida de don Prohibido y don Obligatorio.

Ivonne Guzmán