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@escuchaestoEC

Mientras me fumaba un tabaco en la entrada del Teatro Sucre esperando a poder entrar, un tipo se me acercó para hacer conversación. Se movía nerviosamente. Como inyectado de adrenalina me dijo:

Mike Patton loco. Mike Patton.

 

Luego de que la funcionaria del Teatro dio unas instrucciones a la gente de prensa, el tipo se dio cuenta que yo estaba en ese grupo.

Loco, ¿le vas a entrevistar a Patton? No me jodas, ¿en serio? Loco, ¡Mike Patton! ¡Que lechón eres!

Le dije que era poco probable que nos dejen entrevistarlo. Se desilusionó más que yo.

Aunque muchos sabían a lo que iban (quiero pensar que era así), flotaba en el ambiente una sensación de temor, como si estuviesen a punto de enfrentarse a un monstruo, como si estuviesen asistiendo a una especie de iniciación.

Templars es un disco conceptual de John Zorn, un multifacético productor, compositor y músico, en el que dirige una banda integrada por Joey Baron en la batería y percusión, Trevor Dunn en el bajo –proveniente de la banda Mr. Bungle y Tomahawk–, John Medeski –uno de los tecladistas más interesantes del jazz de la actualidad– y Mike Patton, el célebre vocalista de la célebre extinta banda Faith No More. Es un tributo a la célebre orden de los Caballeros Templarios, facción militar-religiosa catolica, famosa por el inmenso poder que amasaron desde aproximadamente el año 1100 hasta el 1307, año en que la operación policial transnacional más efectiva de la historia desbandó y arrestó en cuestión de 48 horas a sus líderes desmantelando la orden bajo acusaciones de herejía y otros crímenes religiosos y financieros. Claro está, las verdaderas razones fueron más políticas y de poder.

El homenaje de Zorn es complejo. Es difícil no pensar en el libro El Péndulo de Foucault de Umberto Eco. Recordé la frase de El Lobo Estepario –el clásico de Hermann Hesse–: “Entrada no para cualquiera, solo para locos”.

El teatro estaba abarrotado. Las entradas se habían vendido en su totalidad desde hacía algunos días. Cuando sonó la tercera llamada, los asistentes se movían nerviosamente en sus asientos. Apareció John Zorn y presentó a los integrantes de la banda, quienes luego de tomar posiciones, pusieron cara de estar al borde del fin del mundo. Mirar el intimidante Patton al frente y a Medeski con una capucha sentado frente a un precioso órgano Hammond me puso la carne de gallina. Enseguida, arrancaron los siniestros acordes del tema Templi Secretum y luego de ese preludio, Patton desgarró hasta el último rincón del teatro con el grito

¡Templars!.

Fue como si hubiese logrado juntar en uno solo gigante, doloroso y brutal grito los de todos los templarios torturados en aquella redada de 1307. Así arrancó un concierto en el que la sensación recurrente fue la de sumisión a un proceso de iniciación en el que no comprendíamos muy bien queénos estaba pasando pero sabíamos que algo cambiaba en nosotros para siempre.

Las sensaciones eran de otro mundo.

El bajo de Trevor Dunn reverberaba en mi pecho, lo sentía dentro de mi caja toráxica. Los altibajos en el ritmo frenético de las canciones se sincronizaban milimétricamente con la batería. La voz de Patton recorrió varios estilos: desde acordes de música gregoriana que, de la mano del órgano de Medeski, se imponían religiosamente como una catedral, pasando por hardcore metal que se aliaba al bajo de Dunn y llegando a susurros desesperantes en latín e inglés que se escurrían gracias a los artilugios de percusión de la batería de Baron, al más puro estilo bizarro y vanguardista de la banda Mr. Bungle.

Siguieron con La evocación de Baphomet . Una de las acusaciones que se hizo contra los Templarios, fue la de adorar a Baphomet, una deidad pagana cuyo nombre aparecía en varias de las confesiones de los torturados. Patton esperaba sus momentos impacientemente, como si estuviera poseído por un espíritu simiesco al acecho, detentor de un instinto primario básico sin el cual sería imposible cantarla de la forma en que se deben cantar esas letras.

Surrounded by devil’s ring

Pure gonfanon bauçant

Une fièvre magique

To the raven swallow

Ya para ese instante, la audiencia no tenía posibilidad de escape. Algunos alcanzaron a taparse los oídos durante los gritos más agudos de Patton, otros ya no atinaban a nada. Solo mecían sus cabezas al ritmo de la música, caótica pero precisa. Unos gritaban. Hubo unos pocos que se salieron, ya que como dije al principio, este concierto no era para cualquiera.

La interpretación avanzó casi sin que nadie se dé cuenta, todos estábamos hipnotizados. Al cabo de un poco menos de una hora, sonaba ya Secret Ceremony, tema con el que se cierra el disco. El teatro hervía, nadie se podía mover de su asiento. Cuando terminó el acorde final, el teatro estalló en un aplauso que no se acercó ni a la mitad de fuerte de lo que fue la parte más tranquila del concierto. La gente se quedó aplaudiendo, los músicos agradecieron y Zorn salió de nuevo a presentarlos. Se marcharon, y volvieron al poco tiempo accediendo a tocar otra. Fue impresionante.

A lo largo de las interpretaciones se notaba la calidad y precisión de los músicos. El concierto sonó exactamente igual que el disco, con el valor agregado de ver a estos genios ejecutando música de vanguardia. El encore (a falta de palabra que defina la “otra, otra, otra” que se le pide a una banda al final del concierto) trajo de vuelta a la banda pero esta vez con Zorn como director, quien se animó a improvisar una “canción”, dirigiendo a los otros cuatro como un maestro titiritero, instruyendo con sus manos de manera precisa a los músicos que se mandaron una canción asombrosa que cerró uno de los mejores conciertos que se han dado en la ciudad. Un compañero tuitero musical decía que con la capacidad de producción del Teatro Sucre, podemos albergar esperanzas de mayor variedad de conciertos de calidad. ¿Quién sabe, y a lo mejor nos sorprenden con Morrisey?

Si quieren escuchar el disco Templars: In Sacred Blood lo pueden hacer aquí.

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Carlo Ruiz Giraldo