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@Ladrillazo

Lograr la comisión de un museo es uno de los puntos más elevados a los que un arquitecto puede aspirar. El Museo se ha vuelto la tipología arquitectónica más emblemática de nuestros tiempos; y quizás también la más representativa de la macro-civilización occidental en que vivimos, al ser la que más ha adaptado a nuestras dinámicas contemporáneas de vida y pensamiento. Lejos ha quedado esa época de mentalidad victoriana, en la que el Museo era un gran relicario de los objetos sacramentados por el arte o por las ciencias. El museo es ahora un espacio testimonial, cambiante, experimental y versátil; algo mucho más complejo que una simple vitrina de objetos valiosos.

En varias declaraciones, el Director de Cultural del Municipio de Guayaquil, Melvin Hoyos, ha compartido su sueño de convertir en un museo de arte contemporáneo, al edificio ubicado en la esquina de Rocafuerte y Loja; aquel donde tiempos atrás viviera Carlos Guevara Moreno, político fundador de C.F.P.

Según Hoyos, este nuevo museo sería el lugar donde se guardarían y exhibirían las obras ganadoras del Salón de Julio. Aparentemente, el motivo que origina la idea de un museo nuevo no es el actual déficit de espacios culturales en la ciudad (para que tengan una idea, París cuenta con 154 museos, Berlín con 175 y Buenos Aires con 149. Si comparamos los museos específicamente municipales, Quito cuenta con 5 museos; Guayaquil con 1), sino los subjetivos principios morales del Director Municipal. Hoyos no quiere que los niños entren y vean obras sexualmente explícitas, las cuales, él descalifica y excluye del mundo del arte. Sin embargo, si la verdadera prioridad fuera no exponer a los menores de edad a obras de arte de alto contenido sexual, podría realizarse una serie de recorridos museográficos exclusivamente dedicados a los niños, tal como ocurre en el Metropolitan Museum, de Nueva York. Así no sólo se enfoca a los pequeños en objetos que estén acorde con su edad; sino que además se corrobora la interacción con las mismas, a través de ejercicios, juegos y talleres. Queda claro que este proyecto de museo es un medio de censura al arte, antes que un medio de difusión cultural.

A Hoyos no le afecta ni le preocupa que el edificio en cuestión tenga deficiencias estructurales. Dicha edificación padece de un hundimiento de la parte sur, la cual ha producido ya una diferencia de alturas mayor al metro y medio, entre la fachada norte y la parte sur del inmueble. En sus declaraciones, Hoyos asegura que quiere “aprovechar” la inclinación del edificio, y hasta “acentuarla”, para lograr así el deseado aire de modernidad para el museo. Tal deformación estructural ha llegado al grado de romper algunos vidrios de las ventanas ubicadas en la fachada este.

Llama mucho la atención que un graduado de arquitectura no esté consciente de los riesgos que significa trabajar con un edificio en tales condiciones. El hundimiento parcial de una edificación suele ser el resultado de una de estas causas: o se ha sometido a la estructura a fuerzas para las cuales no estuvo calculada; o los suelos del lote construido no contaron con la resistencia esperada. Si se revisan los antecedentes históricos del lugar, se descubre que la traza de la calle Loja coincide en gran parte con lo que en tiempos coloniales fue el estero de Villamar. Es muy probable que el lecho fangoso del antiguo estero rellenado haya jugado en contra del edificio, y que haya cedido ante su peso.

Un edificio que se hunde por mala calidad de suelos no suele hacerlo de manera uniforme; lo cual implica que su estructura está siendo sometida a fuerzas no previstas por los ingenieros. Por ende, no se puede saber el comportamiento exacto de dicha estructura ante un proyecto de intervención o remodelación. Resultaría complicado –casi imposible- que alguien pueda prever el comportamiento del edificio, al aumentar o disminuir su peso, como consecuencia de una remodelación. Las ventanas rotas, mencionadas anteriormente, pueden ser síntoma de un fenómeno estructural conocido como “momento de deformación plástica”; lo cual significa que dichas vigas pueden haberse deformado, hasta llegar al punto de no poder recuperar su geometría original. Hechos como el hundimiento de la construcción y el rompimiento de las ventanas ameritan una serie de estudios estructurales; no sólo para poder ejecutar una remodelación, sino para saber si la estructura no pone en riesgo la vida de sus actuales y futuros ocupantes.

Dicho de otra forma, se nos ofrece un museo, vendiéndonos una incertidumbre.

Si es que Hoyos insiste en la realización de este proyecto, en el sitio seleccionado, deberá dar una extensa y profunda documentación, que aclare las dudas existentes sobre las condiciones actuales de la construcción. Estamos hablando de un proyecto sumamente riesgoso, que puede llegar a tener consecuencias penales para quienes se conviertan en los responsables técnicos del mismo, y se arriesguen a poner su firma en los planos correspondientes.

Finalmente, yendo más allá de la parte técnica, expreso mi preocupación ante el significado simbólico del objeto arquitectónico, como expresión de su época y sus creadores. ¿Qué tan loable es contener toda la producción pictórica y plástica de medio siglo de arte contemporáneo guayaquileño, en un edificio que “se hunde”? ¿Acaso les estamos diciendo a nuestros descendientes, que la gestión cultural en Guayaquil “naufragó”?

La ciudad no se merece esta suerte de ruleta rusa. Que se aclaren las dudas, de ser posible. Caso contrario, debería escogerse otro sitio y plantear un mejor proyecto arquitectónico, que se sustente en un programa museográfico más acorde a nuestros tiempos. Tales planteamientos arquitectónicos podrían surgir de un llamamiento a concurso de arquitectura, donde todos los arquitectos puedan compartir públicamente su visión de lo que debe ser un museo contemporáneo, para el Guayaquil contemporáneo.

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John Dunn Insua