Isabela Ponce, amiga del equipo de GKillcity, me escribe por Facebook cada cierto tiempo para preguntarme por Venezuela. Esta vez fue “¿Es verdad que allá los medios informan tan poco que toca hacerlo por otras vías?”. La respuesta es compleja. Y quizás solo estoy en capacidad de responderla en tono fraterno, de pana, como si me lo preguntara tomándonos una cerveza en un bar de Buenos Aires, donde la conocí. Desde mis errores, mi formación, mis años pendejos, mis cobardías y mis pequeñas victorias. Porque con esto no puedo ni me atrevo a hablar en otro tono que no sea el de la primera persona.
Desde que puedo recordar estamos en el pantanal de la polarización. Que es una trampa difícil de salir, más bien como arenas movedizas. Braceando entre los dos lados o te alineas con alguna orilla o tienes el peligro de ahogarte por pusilánime, por guabinoso —un modismo que usamos para aquel inseguro, que un día está de acuerdo con dios y el otro con el diablo—. Al respecto, después de tanto hablar sobre la objetividad en los salones de clases de la universidad, solo me queda claro que, más allá de los bandos, es difícil ser justo cuando se atestigua la injusticia. Que después entre tu injusticia y la mía haya abismos insalvables es lo que nos devuelve al pantano. Pero sigamos.
Hace tiempo que en la televisión no se puede ver nada. El reporteo de sucesos desapareció de los canales del Estado, el acceso a las fuentes oficiales está completamente restringido para los periodistas críticos, las amenazas contra los medios aumentan de forma vertiginosa, las pantallas cada día más optan por lo superficial, frente a la complejidad de un país que exige constantemente voces que ausculten sus cuitas, que interpreten, que denuncien el poder.
Tengo un amigo que cuando supimos que la venta de Globovision, el último canal “opositor” —después les aclaro las comillas— venezolano, me dijo: “Yo conozco a la hija de uno de los dueños. Ella dice que van a seguir resistiendo”. Pero esa apreciación candorosa se enfrentaba con un hecho ineludible: el canal era un negocio en quiebra, presionado con multas y procesos judiciales que hacían imposible su viabilidad económica si mantenían la línea editorial. La justicia administrada como agencia oficial de cobro. El viraje no solo era previsible, sino necesario por puro criterio de negocio.
Muchas veces me senté delante de la pantalla de ese canal con la expectativa de saber sobre el presente. De eso se trata, ¿no? Probablemente lo seguiré haciendo, pero seguramente con menos frecuencia. La punta de lanza de Globovision, además de la cobertura en vivo de los eventos noticiosos en los que los protagonistas son de oposición —desterrados prácticamente de la agenda de los medios oficiales—, es el programa “Aló ciudadano”. Creado como una suerte de respuesta al programa dominical de Chávez, “Aló presidente”, se transformó con los años en el centro del debate televisado de los voceros críticos al gobierno.
Después de el cambio de dueño, la última de las renuncias importantes ha sido la de Elsy Barroeta, quien abandonó la dirección de prensa del canal. Sin embargo, la más altisonante fue la de Vladimir Villegas, hermano del actual ministro de Comunicación, Ernesto Villegas, quien había sido designado por los nuevos accionistas como director del canal, junto con Leopoldo Castillo, el conductor de “Aló Ciudadano”. A raíz de las negociaciones iniciales, Villegas rechazó la propuesta por “diferencias con respecto a las competencias del director”. Eso levantó aún más sospechas: como periodista de amplia trayectoria y solvencia ecuánime, sus reservas hacen pensar en el lento viraje de Globovision hacia una línea editorial menos crítica.
Queda entonces Leopoldo Castillo, el conductor del teledebate opositor durante todo el chavismo, amenazado por un cáncer que se viene tratando desde los últimos meses y cuyo éxito depende de su compromiso al reposo. ¿Quiénes también abandonaron el barco? Los conductores de un late show bastante pobre: “Buenas noches”, una tarima que conjugaba lo más mediocre del periodismo y del espectáculo. Pero, miren, que para no desaprovechar su rating vuelven en formato “teatro”, clasificados como género comedia.
Chavismo comunicacional
Varios hitos han marcado el panorama de los medios en Venezuela: en la crisis del año 2002, que terminó con la salida de Chávez del poder por 48 horas, el papel político de los medios fue altisonante. Ese día las principales estaciones del país: Globovision, Venevision, Radio Caracas Televisión y Televen, decidieron separar la pantalla ante la transmisión obligatoria del presidente —cadena nacional— para mostrar imágenes de una protesta que se había tornado violenta. De un lado Chávez y del otro el humo de las bombas lacrimógenas, los encapuchados, las detonaciones. Más tarde esos mismos canales fueron cómplices de un blackout de doscientas mil caras: mientras se registraban protestas en el país y Chávez retomaba el poder, nada se mostraba. Yo recuerdo, tenía 12 años, estar en la sala de mi casa pegados al radio con mis padres, escuchando incrédulos cómo se resolvía finalmente la crisis. Una década después nada está claro sino que fueron días oscuros. La única certeza que queda es que los mejores libros sobre los sucesos del 11 de abril de 2002 están por escribirse.
Después vinieron las reuniones en Miraflores, el palacio presidencial. Gustavo Cisneros y otros dueños de medios junto con los principales personajes del Gobierno. El resultado fue la moderación de los contenidos políticos y periodísticos de los canales. Allí se comenzó a instaurar el silencio, con mayor fuerza. Globovision y RCTV se mantuvieron como los únicos canales críticos, así las críticas no fueran de las más alta factura o con la mayor inteligencia.
La relación del chavismo con los medios de comunicación siempre ha sido conflictiva, ha estado llena de señalamientos y amenazas. En ese proyecto utópico de reformar al hombre y salvar a la humanidad —seguramente no del kitsch “nuestroamericanista”—, los medios privados siempre han sido el enemigo. Pero la respuesta es una gran contradicción: la hegemonía comunicacional.
En esa desbocada retórica los medios han sido tildados desde prostitutas hasta jinetes del apocalipsis, de muladares de podredumbre y desinformación, de portadores y difusores de todos los males del capitalismo. Hemos vuelto a creer en la aguja hipodérmica, a subestimar a la audiencia. Que la crítica se silencie no ha sido problema para quienes quieren que solo se escuche una voz que ellos asumen redentora, así sea totalitaria o, digamos, única, para no ponernos mezquinos con los adjetivos.
En ese camino proteccionista, militante, y abarcador, Chávez cierra el canal RCTV en el año 2007, uno de los bastiones de rating, artífices de la educación sentimental de generaciones de venezolanos. Se utilizó un argumento legal y, en vez de cierre, fue una “no renovación de la concesión”.
Muchos aplaudieron el deceso de una planta que en sus últimos años basó su programación en el eximio y demagógico: “Si la audiencia quiere teta y culo nosotros vamos mostrar tetas y culos”. Una vez más los ominosos canales de televisión como autores de la decadencia moral de un país, aparentemente. Nunca se habló de educación, de apoyo para producciones culturales, de iniciativas conjuntas entre el Estado y los inversionistas privados, de diálogos, compromisos. Pero eso es ser candoroso, me dirán.
Nuevas adquisiciones
Después de la desaparición de RCTV del espectro radioeléctrico nacional, queda una televisión mermada. Atrás está el país que exportaba telenovelas, que producía una decena al año. La compra de Globovision por parte de un nuevo grupo de inversionistas cercano al gobierno no arroja esperanzas de un periodismo renovado, de fondos para investigaciones y para hacer de perros guardianes —¡no falderos!— del poder.
Por cierto, pareciera que en este país no solo está prohibido el periodismo, también el humor: las leyes impiden chanza de funcionarios públicos, comenzando por el presidente de la República. Como ven, nuestro entretenimiento se puede dedicar a lo que mejor sabe hacer: las tetas operadas.
El panorama asusta. También han comprado la Cadena Capriles, el conglomerado de medios impresos más grande del país. Y se rumora la venta de Televen, otro canal de televisión; FM Center, el circuito más grande de emisoras de radio. Todo a oscuras, sin revelar demasiado. Como afirma este reportaje del diario El Nacional, un asunto “off the record”.
En este asunto periodistas y dueños tendrán que dar la pelea una vez más entre el pan y la solvencia de sus teclados. Es un asunto rudo: no hay demasiado trabajo. La crisis no se solventará llevando tu programa a una comedia para teatro. No es mentira, como periodista a veces tiene uno tiene que tragar amargo y sopesar el peso de sus renuncias.
La libertad de expresión también tiene que estar para que podamos escuchar a los idiotas. Para incomodar con las voces de la razón o de la estulticia. Yo alucino cuando veo el tono y la densidad de muchos trabajos periodísticos afuera: su visibilidad. Cómo se acusa de corrupción con nombre y apellido en primeras planas. Con fotos, números, direcciones. Hace unos meses una periodista veterana nos contaba cómo en su época se podían pasear por el hemiciclo de la Asamblea Nacional, por las comisiones, para escuchar y preguntar; ahora están excluidos a una sala de prensa. Nos recordaba que era y es normal entrevistar a un ministro, hacer preguntas directas en una rueda de prensa. Eso no pasa en Venezuela. Cada día más las autoridades se niegan a ser cuestionadas. Y encuentran, además, el apoyo de algunos en esa actitud hermética, pues los periodistas “son mercenarios”.
En ese vaivén el ciudadano pierde, lo que obtiene es el silencio. Me sorprende cómo a un montón de personas eso le parece justificable. Ese, me perdonan, no es el camino a una sociedad mejor.
A lo que me pregunta Isabela no se puede responder, como diría el psicólogo social Ricardo Sucre, con la “pulsión tanatológica” del venezolano, que parece haberse instaurado desde los disturbios del 27 de febrero de 1989. Ese esperar a que la crisis reviente ya sea por la censura, por la inflación, o por cualquier otra cosa.
La política de la emergencia tampoco debe ser la del periodismo. Luis Carlos Díaz habla de crear medios propios medios. Tejer nuestras redes, tener alerta al infociudadano, al periodista. Él responde mejor que yo, por supuesto. A mí a veces me gana la incertidumbre y me pongo a leer a Paul Auster para pensar en la soledad y el azar. A veces uno se siente culpable por no twittear sobre el país. Pero también me gusta Mad Men y Game of Thrones.
Vivir una crisis es saber administrar las treguas. Umberto Eco lo dice y lo hemos aprendido: para que sea saludable, la cultura siempre debe estar en crisis. No sabemos si saldrá algo bueno de esto, pero ante la avanzada de los banqueros, de los pactos con corbatas, del silencio de los dólares, me reafirmo como un ciudadano con derechos, no como víctima. En cada planta hay buenos periodistas que lo seguirán intentando. No sé qué va a pasar ni con el país ni con el periodismo, pero mi voto es porque no nos gane la flojera.
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Estefanía Peñafiel. La visibilidad es un trampa. 2012.
Jesús Torivilla