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@hpaulcordovav

La Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó al 20 de marzo como Día Internacional de la Felicidad.

La felicidad, asociada al imaginario de un modo de vida sustentado en la economía de consumo, ha creado prácticas y subjetividades orientadas a legitimar la reproducción social basada en la mercantilización de los derechos y servicios, la privatización de oportunidades, la exclusión para el desarrollo de capacidades y el sometimiento de la condición humana a los propósitos y bondades del capital –en su perspectiva de ponerle un precio a todo acto humano y de constreñirlo a la lógica de la oferta-demanda-costo-.

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Frente a ese canon capitalista de la felicidad –para asegurar la autoexpansión capitalista-, nuestro país y algunos de Latinoamérica buscan construir otro paradigma: el Buen Vivir-Sumak Kawsay, como otra forma de desarrollo, que interpele este concepto y empiece por replantear lo que concebimos por vida y cómo vivimos, para sugerir otra forma de crecimiento humano sustentado en la comprensión y apoyo con la naturaleza, la sociedad, el mercado y el Estado.

El Buen Vivir se presenta como un constructo social posneoliberal, que pretende superar las marginaciones y desigualdades existentes, mediante un conjunto de derechos, bienes y sistemas que constituyan las políticas públicas. Y esa dimensión social radica en que es una construcción amplia de quienes conforman la sociedad, no es un concepto dado y acabado, sino una articulación que recoge visiones occidentales, orientales y andinas para también superar ese referente de la felicidad consumista.

Cuando uno de los errores del análisis económico contemporáneo ha consistido en utilizar el poder adquisitivo de las y los consumidores, según su ingreso o su gasto, para formular las condiciones de felicidad-bienestar en la población, cabe problematizar en las siguientes cuestiones: ¿Nos correspondería, acaso, elegir qué queremos buscar en nuestras vidas: Felicidad o Buen Vivir? ¿Puede ser la felicidad una medida para el Buen Vivir (BV)? ¿Podemos medir ambos bajo los mismos parámetros? ¿Son ambos asimilables y se reconocen mutuamente? ¿Es la calidad de vida su única medida y bajo qué ópticas? ¿Podemos endilgar ese legado histórico de comprensiones sobre la felicidad al BV? ¿Si buscamos romper el pasado de una civilización de la dominación es posible asimilar felicidad con Sumak-Kawsay? ¿Qué necesitamos para ser felices, y si aquello que anunciamos es homologable también para el Buen Vivir? ¿Cómo convertir su enunciado constitucional a un conjunto de prácticas socio-estatales –de abajo hacia arriba-? ¿Hasta dónde puede deslindarse el Buen Vivir de la felicidad -en su herencia hegemónica del capital-? ¿Cómo puede el BV establecer su relación con las religiones y, en ese marco, debe asumirse en ellas? ¿Cómo enfrenta, desde ese ámbito, sus diferencias con la felicidad? ¿Son la Constitución y el Plan Nacional para el Buen Vivir los instrumentos suficientes para entender las formas de dinamizar su evolución? ¿Qué pasa con las y los ciudadanos que no creen en los postulados de este paradigma constitucional? ¿Cuáles son todas las responsabilidades del sector privado para coadyuvar en su formación? ¿Hasta dónde el BV puede coexistir con la vigencia del capitalismo? ¿Cuáles son todos los elementos que permitirían una transición posneoliberal? ¿Es suficiente con el cambio de la matriz productiva? ¿Cuáles serían los indicadores para medir el BV?

La felicidad sí puede ser un medio para alcanzar el BV, en tanto esta se entienda como satisfacción de derechos, igual acceso a oportunidades y condiciones compartidas para el desarrollo. No se trata de vivir todos de la misma forma, sino bajo la expansión de iguales derechos para promover potencialidades humanas y sociales, así como el respeto a las libertades públicas.

Uno de los aportes más claros de Amartya Sen, Premio Nobel de Economía de 1988, giró en torno a la noción de capacidad; según él, los gobiernos y el sistema económico de un país no pueden ser juzgados a partir de los índices de ingreso o PIB, sino en relación a las capacidades concretas de las y los ciudadanos. Otro aporte, en su obra Pobreza y Hambruna (un ensayo sobre el derecho y la privación) (1981),  explica que el hambre no es consecuencia de la falta de alimentos, sino de las desigualdades en los mecanismos de distribución. Y justamente estos dos elementos: potenciación de capacidades humanas y políticas redistributivas son los componentes centrales de la economía social y solidaria y del Buen Vivir, que al ser evaluados nos podrían dar indicios de sus avances y temas pendientes.

René Ramírez, en su obra La vida (buena) como riqueza de los pueblos: hacia una socioecología de los tiempos (2012), contribuye con otras formas para medir el desarrollo del Buen Vivir y utiliza al tiempo (bien vivido) como unidad de valor y análisis, para formular un índice de vida saludable y bien vivida. Su aporte está en construir una herramienta para medir el BV, no en función del dinero como medio de análisis económico, sino con parámetros de contabilidad macroeconómica en función del tiempo que, además de darnos aproximaciones distintas sobre la riqueza de las sociedades, nos invita a comprender que las lógicas de producción y reproducción de la vida social deben tener como objetivo a la vida plena, esto es, la buena vida, que no puede construirse a partir de la separación entre el mundo del trabajo y el mundo de la vida.

El debate entre felicidad y Buen Vivir es necesario para crear otras estrategias y políticas que puedan dar luces hacia esa transición poscapitalista y, el gran punto de inflexión está en plantear los mecanismos para radicalizar la (re)distribución de los medios de producción para enfrentar las desigualdades –América Latina está a la cabeza entre las regiones más desiguales del mundo-.

Sin esto, no podríamos superar esa felicidad como mercancía y tampoco podríamos aspirar a una nueva felicidad como medida para el BV.

La fecha del 20 de marzo como Día de la Felicidad debería ser interpretada como la búsqueda de otros referentes y paradigmas para la vida y el desarrollo.

Hólger Paúl Córdova