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La inseguridad es uno de los grandes males que han aquejado a Latinoamérica en las últimas décadas. De robos y hurtos comunes, pasando por extorsiones y asaltos, hasta los extremos más violentos como secuestros, violaciones y asesinatos, la inseguridad está presente en un latinoamericano de mi generación como lo están el Chavo del Ocho o la salsa romántica. Nacemos con ella, crecemos con ella, y en un punto llegamos a pensar que es el estado natural de las cosas. Tenemos de todos los tipos y para todos: delincuencia callejera, narcotráfico, guerras de pandillas, hasta las modalidades en boga como el secuestro exprés o el robo con burundanga. Estamos tan acostumbrados a ella que a veces parecería que la inseguridad en Latinoamérica no se crea ni se destruye, sino que sólo se transforma.

Utilizando datos de encuestas, en este artículo hago una breve revisión de los niveles de inseguridad en el Ecuador, desde una perspectiva ciudadana. Busco diferenciar entre dos cosas que son completamente distintas: por un lado, la realidad de los niveles de inseguridad en el país, y por otro, las percepciones ciudadanas sobre el tema. Para hacer el análisis más interesante, lo hago en perspectiva comparada, contrastando al Ecuador con otros cuatro países de la región –cada uno con relevantes particularidades. Así, la pregunta que guía éste artículo bien podría ser resumida como: ¿es el Ecuador más inseguro que sus vecinos latinoamericanos? Los cinco países analizados, en orden geográfico de norte a sur son:

1) México, que desgraciadamente se ha convertido en el nuevo “hotspot” de la inseguridad en la región,

2) Colombia – el antiguo y “tradicional” referente de violencia e inseguridad en la Latinoamérica de los 80s y 90s,

3) Ecuador – el bienquerido país. Autoproclamado puntal latinoamericano del “socialismo del siglo XXI” de vanguardia,

4) Chile – la “Suiza” del continente, según algunos. Ejemplo de desarrollo económico y político (según esos mismos algunos), y

5) Uruguay – el tradicional referente y ejemplo de la democracia en Latinoamérica.

Para el análisis utilizo datos de los AmericasBarometer, encuestas representativas a nivel nacional desarrolladas por el Latin American Public Opinion Project de la Universidad de Vanderbilt en los Estados Unidos.

1.  Happiness is a warm gun

En el 2012, un 45% de ecuatorianos admite que tendría un arma de fuego para su protección, si pudiesen. Aunque en el contexto latinoamericano este número no sobresale (en países como Perú, Bolivia, Nicaragua o Paraguay más de la mitad de la población lo admite), entre los países analizados sólo México demuestra un porcentaje superior, muy cercano al 50%. En los otros tres países, Chile Colombia y Uruguay, “sólo” alrededor de un cuarto de la población tendría un arma de fuego para protegerse.

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Este gráfico, en su sencillez, es muy revelador. El hecho de que el porcentaje de ecuatorianos que tendría un arma de fuego sea similar solamente al encontrado en México -donde los índices de inseguridad y criminalidad se han disparado en los últimos años- es muy decidor acerca del nivel de inseguridad presente en el Ecuador. Grandes diferencias, de aproximadamente 20%, se encuentran al comparar los niveles de México y Ecuador a los de países menos vinculados tradicionalmente a la inseguridad y violencia como Chile y Uruguay. Incluso en Colombia -el clásico referente de la inseguridad latinoamericana en las últimas décadas- los niveles son de aproximadamente la mitad a los encontrados en Ecuador y México.

Desafortunadamente, los AmericasBarometers no cuentan con datos de años anteriores sobre esta cuestión: sería muy interesante ver cómo esta tendencia ha evolucionado en el tiempo. Pero se puede ver el asunto desde otras perspectivas. Por ejemplo, revisando el número de personas que reportan haber sido víctima de un acto de delincuencia en el último año.

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Este gráfico es algo más complicado que el anterior y requiere prestar atención a ciertos detalles. Por lo tanto, es conveniente empezar por distinguir las particularidades de cada país por separado.

Chile, que es el país en el que menor proporción de la población reporta haber sido víctima de un acto de delincuencia en el 2012, demuestra una clara tendencia a la baja: en el 2006 cerca de un cuarto de la muestra chilena expresó haber sido víctima de la delincuencia, y este número fue decreciendo progresivamente hasta menos del 15% en el 2012.

Colombia, al contrario, fue el país donde en un principio, en el año 2004, la menor proporción de la muestra expresó haber sido víctima de la delincuencia. La tendencia en Colombia es contraria a la encontrada en Chile: de menos del 15% en el 2004, la proporción fue creciendo hasta superar el 20% en el 2012. Ahora, a pesar de que la proporción de ciudadanos que han sido víctimas de la delincuencia en Colombia ha crecido entre el 2004 y el 2012, este país cuenta con la segunda menor tasa de victimización entre los cinco países analizados, al tomar en cuenta el año de la última medición, el 2012.

Ecuador presenta, a día de hoy, la mayor proporción de ciudadanos que declaran haber sido víctimas de la delincuencia en los últimos 12 meses: 28,1%. La tendencia al incremento en Ecuador es clara y relativamente fuerte, pasando de aproximadamente un 18% en el 2004 a casi un 30% en el 2010 y 2012: el mayor “salto” en este país se da entre el año 2008, con un 22%, y el 2010, con un 29%.

México demuestra un patrón bastante irregular de incrementos y disminuciones en las proporciones de ciudadanos que expresan haber sido víctimas de la delincuencia. Sin embargo, se distingue un incremento fuerte entre el 16% del año 2008 al 26% del 2010. A pesar de haber una pequeña reducción en la proporción encontrada en el 2012 (del 23%), se puede afirmar que en términos generales la tendencia en México ha sido al alza de los niveles de victimización desde el año 2008 hasta el 2012. Hoy en día, entre los cinco países analizados, México obtiene un “honroso” segundo lugar en el porcentaje de ciudadanos que expresan haber sido víctimas de la delincuencia, sólo por detrás del indiscutido primer lugar del Ecuador.

Uruguay, de los cinco países analizados, es el que presenta una tendencia más regular: sus proporciones se encuentran siempre en el rango del 21%-23% aproximadamente.

En resumen, a partir de este gráfico se puede concluir que las proporciones de ciudadanos que han sido víctimas de la delincuencia en los cinco países analizados han aumentado en la última década. Tanto en Colombia, como en Ecuador y en México, se ve que con el paso del tiempo hay más porcentaje de gente que han sido víctimas de la delincuencia. Uruguay, a pesar de su estabilidad, demuestra una leve tendencia incremental también, sobretodo de la medición del 2010 a la del 2012. La notable excepción es Chile, donde la proporción de victimización ha caído en casi 10% desde el 2006 al 2012.

2.  Percepciones vs. realidades

Hace algunos años, en la primera era del correísmo, el entonces ministro de gobierno Fernando Bustamante realizó una controversial declaración de que el incremento de la inseguridad en el Ecuador era una cuestión de “percepciones”. Por supuesto nadie le creyó (o todos lo malinterpretamos). En el Ecuador todos sabíamos –y sabemos– que la inseguridad es uno de los problemas más reales y más graves de nuestro país.  No hace falta mirar numeritos de policías y ladrones para saber que la sensación de inseguridad vive con todos nosotros a diario.

El hecho es que en realidad Bustamante estaba tratando de diferenciar dos cosas totalmente distintas: las estadísticas reales de delincuencia e inseguridad encontradas en una sociedad y las percepciones de los ciudadanos de esa misma sociedad sobre la inseguridad. Estos dos conceptos no sólo son distintos, sino que a veces ni siquiera están fuertemente relacionados: por ejemplo, puede existir un incremento sustancial en la delincuencia de un país sin que se vea afectada la percepción de inseguridad de sus ciudadanos.

A continuación, para ilustrar la diferencia entre ambos conceptos, presento un gráfico que muestra los niveles de percepción de inseguridad de los ciudadanos a lo largo del tiempo, en los cinco países bajo análisis. Antes de presentar el gráfico es conveniente apuntar que cuando hablo de “realidades” en esta sección me refiero a las proporciones de ciudadanos que expresaron ser víctimas de la delincuencia en el último año; cuando hablo de “percepciones”, me refiero a la opinión (o “percepción”) de la gente sobre si su barrio o lugar de residencia es inseguro o no.

 

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Aunque este gráfico, por sí sólo, ya da mucho de qué hablar, es más interesante analizarlo en conjunto al gráfico anterior. Y es que se pueden apreciar varios tipos de relaciones entre las realidades de victimización por delincuencia y las percepciones de inseguridad. Una vez más, para facilitar la digestión del gráfico y hacer el análisis más provechoso, es conveniente revisar el caso de cada país por separado.

Chile, a primera vista, presenta la que tal vez sea la relación más directa entre realidades y percepciones: a medida que las proporciones de ciudadanos víctimas de la delincuencia bajan a través del tiempo, también lo hacen los porcentajes de ciudadanos que se sienten inseguros en su lugar de residencia. Esta tendencia es especialmente notoria a partir del 2008, cuando casi un 50% de la muestra expresó sentirse “algo inseguro(a)” o “muy inseguro(a)”, hasta el 2012, cuando la proporción bajó a un nivel cercano al 28%.

Colombia y Ecuador presentan patrones similares: proporciones de ciudadanos víctimas de la delincuencia que  crecen a lo largo de los años con niveles de percepciones de inseguridad que decrecen. Esto le podría haber servido de evidencia a Bustamante en ese entonces, salvo por el hecho de que el argumentaba totalmente lo contrario: que eran las percepciones las que subían mientras las realidades se mantenían, o incluso bajaban.

México presenta una tendencia en los niveles de percepciones de inseguridad igual de irregular a la que presentó en las proporciones de víctimas de delincuencia. Sin embargo, se podría afirmar que –aún tomando en cuenta sus altos y bajos- la tendencia es bastante plana, fluctuando entre el 35% del 2004 y el 37% del 2012.

Uruguay, por su lado, presenta una clara tendencia decreciente en los niveles de percepciones de inseguridad. Después de Chile, es el segundo país donde más han decrecido los niveles de percepciones de inseguridad en los últimos años. La diferencia con Chile, sin embargo, es que en Uruguay ha existido estabilidad en los porcentajes de víctimas de la delincuencia, mientras en Chile estos porcentajes se han reducido.

3. Conclusiones

Aparte del vistazo superficial a los niveles de victimización por delincuencia y de percepciones de inseguridad en el Ecuador, es interesante contrastarlos con los encontrados en otros países. Sin lugar a duda, la intuición que tenemos la gran mayoría de ecuatorianos es que el Ecuador es un sitio bastante inseguro. Pero no tenemos la certeza de cuán inseguro es en comparación con otros países de la región.

Este artículo, por un lado, ha confirmado que el Ecuador, en efecto, es un país inseguro –o por lo menos más inseguro que varios de sus vecinos. De los cinco países analizados, es de largo el que presenta la mayor proporción de ciudadanos que expresan haber sido víctimas de la delincuencia en el 2012, con un porcentaje cercano al 30%.  No sólo eso, sino que esta tendencia ha venido creciendo a lo largo de los últimos ocho años (con la excepción de los últimos dos, en los que ha habido un leve declive). El Ecuador, además, y a pesar de que los niveles de percepción de inseguridad han ido decreciendo en los últimos años, es el país donde una mayor proporción de la población expresa sentirse “muy insegura” o “algo insegura” en su lugar de residencia: cerca del 38% en el 2012.

Es interesante ver que las relaciones entre las “realidades” de delincuencia e inseguridad y las “percepciones” de inseguridad cobran distintas formas dependiendo el contexto. En Chile, por ejemplo, parecería que existe una fuerte relación directa entre la realidad de los números de personas víctimas de la delincuencia y las percepciones ciudadanas sobre inseguridad. Pero si tomamos un caso como el uruguayo, donde se ve una estable tasa de victimización acompañada de un fuerte descenso en las percepciones de inseguridad, parecería que la relación entre ambas variables no es tan fuerte. Y si vamos más allá y vemos casos como los de Colombia o Ecuador, el asunto se vuelve más complicado aún pues encontramos tasas crecientes de victimización por delincuencia acompañadas de tasas decrecientes de percepción de inseguridad. Lo único que queda claro es que las “realidades” de inseguridad y delincuencia y las “percepciones” sobre ellas son efectivamente dos cosas muy distintas, hasta cierto punto independientes, y que hay que ser cautos cuando nos referimos a ellas para no mezclarlas o confundirlas con ligereza.

Sin duda existen, aparte de los niveles reales de inseguridad y delincuencia, otros factores que influyen en las percepciones ciudadanas sobre la inseguridad. La labor del gobierno, la información y socialización de políticas públicas, el desempeño económico, e incluso la costumbre y el hábito probablemente jueguen un papel en determinar las percepciones ciudadanas. En este artículo, por motivos de tiempo y espacio, no profundizo sobre el tema: eso queda para la parte II, de próxima aparición en este mismo canal. Hasta entonces, me despido muy cordialmente.

 

Paolo Moncagatta