1. De por qué pienso que Gkillcity es la cucaracha de la cocina en llamas
Cayó el Inmundicipio, caerá también Gkillcity. Me gusta pensar a estos dos espacios como Zonas Autónomas Temporales (siguiendo el concepto de Peter Lamborn Wilson), es decir, como territorios que mientras más alejados estuvieron de lo mediático y de lo estatal mayores fueron sus probabilidades de experimentar una verdadera libertad. El Inmundicipio desapareció y es saludable para todos; Gkillcity, por el contrario, está abandonando su cualidad de grieta y se está fundiendo en el entramado alienante del poder y de lo correcto. Ya lo advirtió Houellebecq: una buena fiesta es una fiesta breve.
Gkillcity nació como un arañazo al sistema de obediencia totalitaria que ha sido el socialcristianismo en Guayaquil. De sus textos podríamos elaborar una cartografía mental de la revuelta, como mínimo. Pero poco a poco la culpa inherente al progresismo sucumbió en una discusión permanente con ese enemigo casi imaginario que es el liberalismo en Ecuador. La podredumbre de la manzana no la produce el gusano sino el virus de la corrección política. Hay una frase que utiliza a menudo el escritor argentino Nicolás Mavrakis para referirse a quienes se permiten cargar enormes pesos sobre sus hombros morales: hormigas negras de la estupidez. Y se pregunta: ¿en qué se transforma la corrección política cuando deviene en espíritu patológico de control de la libertad ajena? En este caso respondemos que la rebeldía anti-establishment se convirtió en una posición rígida, creando lo impensable: una moralidad de la incorrección política, es decir, una patología de control casi invisible en la que se hace mofa de lo tradicional, de todo aquello que un marxista desubicado llamaría burguesía. Pensemos nada más en ese grito de batalla que es el Fuck you, curuchupa
¿Y qué es ahora Gkillcity? Machos hegemónicos con vínculos en el poder gobernante. Representantes a la fuerza de una clase media normativizada por la “anarquía de la imaginación” (esa frase cojuda y tergiversada de una película que representa muy poca cosa). Querían ser lo menor y ahora ejercen la libertad como espectáculo, son el panóptico desde donde se articulan las imaginerías de lo rebelde cool.
Mis primeras colaboraciones para Gkillcity fueron en la sección de la Crónica del barrio. En ese momento no era consciente de mi desinterés por la crónica y su enfermedad: el croniquerismo, que tanto afecta al periodismo local. Precisamente porque he sido parte, ésta es la sección que más he criticado. A ese primer equipo de cronistas se nos había indicado que debíamos describir nuestra zona, alejados de los lugares comunes que usan los diarios para tratar a los barrios, pero no ha funcionado, el balance entre la experiencia del cronista y los microsistemas de relaciones que llenaban el texto nunca fue equitativo. Podría contar con una mano los textos que merecen ser llamados crónicas y con menos dedos aquellos dignos de ser leídos. Esa confusión elemental en torno a la definición del género me pareció nefasta desde siempre, no se puede vender como crónica a un testimonio ni a una estampa costumbrista. Todavía me sorprende que el lector pueda permanecer tan indiferente al reporte meteorológico y a la introducción descriptiva. La muerte del periodismo no debería servir para engañarnos a todos.
Hace un año escribí en Twitter que Gkillcity se parecía cada vez más a un periódico cualquiera. Me mantengo en esa afirmación: se hace evidente la tibieza de ciertos textos y la irrelevancia de otros; la agenda periodística es cada vez más delgada. Lo que lo diferencia y lo salva es su posición política, que he denominado como síndrome de Lisa Simpson.
Gkillcity es la mirada bacán al ombligo propio. Es denegación e identidad confusa, como se lee en las primeras líneas de la descripción que está en su website. Esa exaltación del pueblo es innecesaria cuando se trata de un medio a todas luces elitista (una élite clasemediera con acceso a internet y a las deficiencias de la educación institucional). Toda la gogotería de lo urbano me sabe a años setenta, a realismo sucio, a pornomiseria, en fin, a un pasado sin superar. Gkillcity tiene un regusto a populismo que ni los sesudos análisis coyunturales de Arduino Tomasi o de Xavier Flores son capaces de eliminar. No tienen por qué, tampoco, siendo esa esencia errada la piedra fundacional de la página. Y ¿quién los lee? ¿Cuál es el público fiel de Gkillcity? Básicamente, el que está en Twitter, el pequeño jardín de los micro-intelectuales narcisistas. Y está bien, asúmanlo y dedíquense a su público de lleno, no militen el pobrismo ni lo popular marginal, no jueguen al Zizek criollo.
Una pregunta más: ¿quién lee artículos tan largos como aburridos? Antes dije que la audiencia es la que está en Twitter, aquella que no está dispuesta a consumir contenidos de forma tradicional, pero en Gkillcity parece que prefieren la comodidad del formato periodístico convencional. Más allá de los temas y del nivel de análisis, en Gkillcity no han sabido acoplarse al ritmo web, a las lecturas fugaces y a la evanescencia de los intereses; en ese sentido se comportan como un diario más. Un ejemplo: cuando se dio la polémica por la crónica de Arturo Cervantes sobre los “perros suicidas”, el CM de turno en Gkillcity lanzó un tuit sobre la irrelevancia de debatir un texto tan antiguo, lo que me pareció acertado, a pesar de que luego José María León asumiera la responsabilidad de dicho tuit y se disculpara por querer terminar la discusión. Allí vemos que incluso los lectores (casuales o no) tienen a Gkillcity como un diario más, y no como una revista virtual en la que los contenidos envejecen día a día, y en la que las opiniones de un testimonio poco gracioso no definen una línea editorial inexistente.
El internet trajo el fin de la verdad y el periodismo no termina de darse cuenta. Gkillcity, por lo tanto, tampoco. Las estrategias de este website son tan antiguas como el siglo XIX. Pensemos en Gkillcity como una vieja embarazada, donde el periodismo está en su punto álgido: lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. La opinión ha ocupado un lugar central en Gkillcity, igual que en cualquier periódico, como gancho principal para atraer lectores (a veces con lecturas negativas como la del texto de Arturo Cervantes); sin embargo, hasta ahora han asumido con ineficacia el interés creciente de la generación del internet por los datos duros y las estadísticas, allí está el futuro del periodismo.
El discurso (periodístico) de Gkillcity se ha dado, además, como herramienta de intervención en la res publica, a través de una aristocracia de la subjetividad que maneja su propia agenda periodística (que no es lo mismo que una línea editorial, ya hemos visto que Gkillcity no la tiene). El resultado es un lobby de intereses progresistas, con ideas que, si bien tienen la intención de beneficiar a otras personas, terminan por perjudicarlas. Y aquí podemos insertar una contradicción esencial: los abusos de poder del presidente Correa no han merecido ninguna mención especial, salvo unos tímidos intentos de cuestionarlo cuando se dio la entrevista para ECTV, en medio de un ambiente de nerviosismo total.
2. De por qué las cucarachas pueden sobrevivirnos
La semana pasada me escribió José María León, editor de este magazine, para pedirme que escriba algo “en el estilo de Por qué odio a Gkillcity”, una crítica que sería publicada en la edición número cien. Yo no odio a Gkillcity, fue mi respuesta, pero José María respondió con un “sí te le cargas un chance”. Quise partir de estas dos frases del editor para intentar esta crítica que deberá ser corroborada o refutada por los lectores de Gkillcity, nadie más adecuado.
Si algo es importante de aprender en la vida es a realizar lecturas críticas y a desembarazarse de la obligación moral de aportar al debate nacional. Más ética, menos buena onda. Para el club del buenaondismo están los periodistas obedientes y los analistas de Facebook. Hay que deshacerse de esa filosofía barata y pedante del “no critiques y hazlo mejor”, ruin para una sociedad.
Desde el principio miré con distancia a Gkillcity, sin embargo, estuve en su fiesta de inauguración en el Inmundicipio, e invité a una clase de mi universidad a que asistan. Primero me interesó la propuesta pirotécnica e informal, muy a lo épater le bourgeois del decadentismo francés. A Ernesto Yitux y a Andrés Loor los conocía del medio anarquista local y de su blog Guayaquil Insumiso y el documental Guayaquil Informal, que de alguna forma anuncian y preparan el terreno a Gkillcity. De Xavier Flores admiraba la lucidez y la insistencia por argumentar su credo político. Del resto sigo sin saber demasiado, estoy seguro de que son un poco más que “un grupo de abogados”, como me dijo alguna vez Arturo Cervantes, y más que un Blanquito promocionando un servicio de telefonía estatal.
Aparte de las crónicas del barrio, he publicado en Gkillcity unos cuantos textos que fueron rechazados en otros medios. Uno de ellos fue un análisis de la Feria del libro del año pasado, en el que enumeraba, sobre todo, desaciertos, y explicaba cómo la militancia excesiva limita cualquier buena intención. Otro fue una crónica de la última noche del bar Guayaquil de la Culata, conocido por sus recitales de poesía, y que estuvo clausurado temporalmente por la administración municipal antes de entrar en crisis y cerrar definitivamente. Esto es lo que rescato de Gkillcity, su apertura para acoger, aunque sea por un rato, un discurso fuera de su círculo interno pero que también forma parte de una ciudad acrítica y olvidadiza, que confunde pragmatismo con inmediatismo e ignorancia.
Lo positivo de Gkillcity es que ha logrado “customizar” sus contenidos de acuerdo a las preferencias de su grey (una muy progresista, reducida y muchas veces demasiado correcta). La “customización” de la línea editorial en el periodismo digital es clave cuando el periodismo tradicional está en una crisis de muerte por seguir usando fórmulas de hace más de cien años. Sería un error inyectarle imparcialidad a Gkillcity porque, claramente, hay una corriente ideológica desde la que se enuncia el discurso que no tiene por qué ser alterada, si es que hablamos de honestidad ética.
Retomando lo esbozado anteriormente alrededor de la figura del pueblo, me parece que cabría mejor hablar de generación. Cuando pienso en Gkillcity pienso en una generación nueva que por fin se está dedicando a discutir políticamente en todos los ámbitos que su juvenil y casi desmedida ambición les permite, que son bastantes. Cuando pienso en Gkillcity pienso en el significado de masa crítica. Pienso, además, en ese acto casi performático que fue presentarle a la arquidiócesis unas decenas de firmas de personas queriendo apostatar, y del boom que se creó en los medios, tan sorprendidos como desubicados.
La broma del editor de Gkillcity como poder fáctico está dejando de serlo. Hay que leer este proceso dentro del contexto de un final de época que, parafraseando al crítico literario Maximiliano Crespi, se estructura siempre como evangelio. Y es allí, en ese autoritarismo de los sentimientos, donde muere la individualidad y, finalmente, la posibilidad de la rebeldía.