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¿Qué Dios vela por los pobres?

Tal vez sí, y tal vez no.

Atahualpa Yupanqui

Vamos a hacernos algunas preguntas sobre nuestras prácticas cotidianas que muchas veces provienen de la teología cristiana. Nos enfocamos en el cristianismo porque vivimos en una cultura cristiana, en su gran mayoría.

¿Por qué agradecer a Dios por los alimentos que vamos a ingerir?

Si bien es cierto que se dan las gracias y piden por los que no tienen, están agradeciendo a Dios porque los puso en el lugar correcto. Supongamos que esto es cierto: que Dios prefiere a quién dejar morir de hambre y a quién no.

La FAO estima que el hambre mató a 258 mil personas en Somalia, entre octubre de 2010 y abril de 2012, la mitad niños. ¿Por qué Dios, siendo Todopoderoso, no interviene si ya lo ha hecho antes, como cuando abrió el mar Rojo o en las tantas curaciones y hasta resurrecciones, o como cuando multiplica panes, peces y vino? Fue a gente que necesitaba una ayuda y creía en Él. ¿Dios decide lo anterior porque los somalíes son musulmanes mayoritariamente como castigo divino a la desobediencia? ¿pero, son  los castigos por nuestro ‘bien’? «Porque Jehová al que ama castiga, Como el padre al hijo a quien quiere» (Proverbios 3:12).

Si agradecemos por los alimentos es porque Dios ha intercedido (una bendición), y por ende, sería un castigo cuando no intercedió para tenerlos. Si Dios interfiere en la naturaleza así parecería que es un dios egoísta, indolente al sufrimiento humano.

¿Por qué preferimos a Dios que a nosotros, los seres humanos?

Teniendo en cuenta el extracto de Efesios 2:8-9: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe […] no por obras […]» tendría sentido que los «milagros» de Jesús benefician a gente que tiene fe, fe en Él, hijo de Dios.

¡No importa el acto mientras creamos en Él!

Francois Houtart describe en su libro Sociología de la Religión cómo un grupo de pescadores en el sur de la India –al no haber estado dentro del sistema de castas del hinduismo–  se encontraron inmersos, ahora sí, en el nuevo sistema religioso (catolicismo impuesto por portugueses) dando el excedente de sus recursos y hasta lo primordial para su subsistencia para hasta ubicar cruces de oro sobre la torre de la iglesia, viviendo en condiciones tan precarias. Esto ya no se lo hace por miedo o temor a Dios sino por una autoidentificación: «su tótem, su expresión propia, su orgullo».

Todavía hoy existen edificaciones costosas, hasta dentro de sociedades que padecen por falta de recursos (no sólo en el cristianismo): La Meca, el Vaticano. ¿Realmente Dios quisiera estos templos para su adoración a pesar de las necesidades básicas de la sociedad?

Dios sigue siendo más importante que el hombre. Pensemos en los innumerables sacrificios primitivos de seres humanos a los dioses en la antigüedad, en todas las sociedades, luego sustituidas por animales. Pero los dioses no fueron inobjetables desde siempre. David Hume, en Historia Natural de la Religión, nos cuenta que los chinos golpean a sus ídolos cuando sus plegarias no son escuchadas; los caunios, pueblo de Asia Menor, marchaban por las fronteras armados con lanzas para que no entren dioses foráneos (Herodot); entre muchas otras (Capítulo IV).

Pero el culto a los dioses radica en la protección divina en contra de la escases de sus cosechas por falta de lluvias, el miedo a la muerte o para prevenir enfermedades –que son todas consecuencias naturales. ¿Mero interés?

Nunca hubo un castigo divino por construir edificaciones monumentales a Su nombre, pero sí para el hombre (Torre de Babel: Génesis 11). Si Dios interfiere en la naturaleza así parecería que es un dios egoísta, indolente al sufrimiento humano.

Cayó en mis manos un libro de C.S. Lewis –Dios en el banquillo– con el que también me voy a basar con dos preguntas adicionales.

¿Por qué creer en ciertos acontecimientos como «milagros»?

Una mujer rezó para que su hijo –soldado de guerra– sobreviviera ileso a la guerra de Arnhem en 1944, en territorio holandés. Y sobrevivió. Lewis argumenta a favor de este «milagro».

¿Es posible que lo haya podido hacer gracias a las plegarias de su madre hacia el dios del cristianismo? Supongamos que sí con las premisas teológicas de que «no se mueve la hoja de un árbol sin la voluntad de Dios», como lo dice Ezequías 30:30, y que «si tuviésemos fe como un grano de mostaza seríamos capaces de mover montañas» (Mateo 17:20). Desarrollemos el pensamiento un poco en caso de que así haya sido.

En el cementerio de Oosterbeek, Arnhem, yacen los cadáveres de 1.680 soldados, entre ellos 79 fallecidos por ‘daños colaterales’. Muchas madres de estos (actualmente, cerca del 50% de la población holandesa es cristiana) tuvieron que haber rezado para que sus hijos no mueran, y otras muchas madres no.

Sería insólito pensar que Dios apoyó la última gran derrota de los aliados en la Operación Market-Garden en favor del ejército alemán (que atentaban contra los descendientes de la «tierra prometida»), así que sólo deduzcamos que Dios eligió a este soldado y decidió que los otros muriesen en combate.

Es muy probable, conociendo que no todos eran cristianos, que muchos otros soldados sobrevivieran sin recibir súplicas (¿salvación al azar?). ¿Quiere decir que Dios sólo atendió ciertas peticiones y descartó otras? Si Dios interfiere en la naturaleza así parecería que es un dios egoísta, indolente al sufrimiento humano.

¿Por qué es más importante creer en Dios que hacer el bien (o creer en Dios haciendo el mal)?

Con una poética sagaz, Lewis argumenta en Dios en el banquillo que si bien es casi posible ser ‘bueno’ sin ser cristiano (aunque luego lo invalida de un solo tajo), la moralidad es imposible sin la ayuda de Dios.

Primero hay que definir que la moralidad entera no sólo la logra el ser humano. En varias investigaciones se percibe altruismo –genético– en algunos animales que proveen de un bien común relegando el propio, como el ataque de abejas a un invasor que atenta contra la comunidad, pese a la muerte propia de las kamikazes. O que los grupos con principios solidarios tienen una mayor ventaja, como las hormigas trabajando en pro de la reina y de la propia colonia por una subsistencia colectiva, frente a tribus egoístas. Un estudio contemporáneo afirma que dos roedores convivieron juntos, luego a uno se lo depositó en un tubo en la misma jaula y el otro actuaba agitadamente, como sintiendo el dolor ajeno. Después el roedor libre aprendió a destapar el tubo de su compañero cautivo y cada vez que lo atrapaban él lo liberaba.

Segundo, el accionar –bueno o malo– casi siempre depende del contexto: las condiciones económicas, culturales. En las cárceles de Ecuador el 8% de la población no tiene religión, el resto sí; y delinquieron.

Las creencias religiosas –ni el dios cristiano– no te hacen ni peor ni mejor persona per se. La visión de que sólo los creyentes son buenos, o pueden ser buenos, ha  quedado obsoleta. Esto lo resume el Dalai Lama: «la ética va más allá de las religiones del mundo». Pero la felicidad a la que aspiramos todos –los hombres– es relegada al deleite de Dios. El primer mandamiento cristiano es a favor de Dios, no de los hombres. Impuesta una extraña aversión al materialismo o al utilitarismo en beneficio de nosotros mismos, ¿podrá ser coherente el término ‘humanista cristiano’ en lugar de ‘cristiano humanista’?

Tal vez haya que agradecer por todo «lo bueno y lo malo» a Dios, como si Él lo enviara,  como Todopoderoso que es. Así lo decía un sacerdote en una misa en Playas: no había que reclamar por el calor sino agradecer por éste (gracias al calor existían los ventiladores). ¿O lo bueno viene por una especie de ‘prueba de fe’? Como cuando Dios hace probar la fe con ayuda de Satanás a Job y catástrofes naturales (Job 37:6) le matan a sus hijos pero Job se mantiene firme con su fe a Dios y Éste le retribuye con el doble de hijos, como si estos fueran cosas. Pareciera, desde este punto de vista, que la fe es más importante que la vida humana.

El que intente matar a su propio hijo es un parricida, en nuestros tiempos y en todos; lo haría una persona mala, inmoral, incluso cuando ‘te lo haya dictado Dios’ –al menos en Occidente. Pero éste no es el caso de Abraham (Génesis 22) cuando Dios manda a matar a su hijo para probar la fe, por encima de una vida humana; la fe es más importante que la misma moralidad de Lewis. Si Dios interfiere en la naturaleza así parecería que es un dios egoísta, indolente al sufrimiento humano.

Conclusión

Tal vez sería mejor que el hombre tenga mayor relevancia sobre Dios (o dioses). Tal vez sería mejor, para la misma imagen de Dios, que no interfiera con la naturaleza. Tal vez sería mejor que deje de ser Todopoderoso, para que todos los males del mundo no se los pueda atribuir a Él, como así se hace con los eventos positivos; para que no se vea manchado con un aspecto egoísta, indolente al sufrimiento humano.

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Abel Ochoa