Talvez siempre fue así. Y talvez la única diferencia es que ahora mi umbral de tolerancia es menor y se mosquea a la menor insinuación. Talvez a ustedes también les pase, o no, pero lo cierto es que a mí cada vez me cae peor que alguien, cualquiera, me diga cómo debo vivir.
El documental ‘¿Cómo vivir?’ del polaco Marcel Lozinski, que se puede ver en el Festival EDOC este año, hizo las veces de un espejo en el que me vi, angustiosamente, reflejada de muchas maneras; pero no solo a mí sino a casi todo lo que me rodea. El documental de Lozinski tiene lugar en la campiña polaca, el verano de 1976; allí, decenas de parejas casadas comparten un campamento vacacional/doctrinario en el que, a veces abierta y a veces veladamente, la comitiva que lo dirige trata de enseñarles cómo vivir.
Escenas delirantes (por reales), como aquella de un instructor dirigiéndose a esos matrimonios para enseñarles cómo preparar una fiesta, y diciéndoles a las señoras cómo y sobre qué deben hablar con sus maridos antes de que comience la reunión: “no bebas mucho y no importunes a los invitados con tus bromas”; o la de los miembros del comité del campamento decidiendo quitarle puntos –por mala conducta– a una pareja porque a la mujer no le apetece bailar ese momento con su marido, en la fiesta obviamente organizada por ellos.
El absurdo de las situaciones daba risa, e inmediatamente ganas de llorar. Pero no por los horrores –grandes y minúsculos– por los que pasó esa gente, sino porque el parecido con la realidad nuestra, aquí y ahora, es deprimente. Mientras veía cómo los jóvenes matrimonios de las Juventudes Socialistas eran convocados al salón principal para recibir instrucciones de cómo y dónde se iban a divertir durante las dos semanas del campamento, pensaba que es exactamente así como muchísimas personas –que tienen la opción, porque cuentan con los recursos, de escoger algo distinto– eligen pasar sus vacaciones, encerrados en barcos u hoteles donde hay un instructor/guía/tour-leader para cada cosa y una actividad programada para que puedan ‘divertirse’. Las familias del documental de Losinski estaban ahí, en esa situación inverosímil, porque no tenían más opciones, pero nosotros vamos encantados a destinar nuestro tiempo libre a que nos digan qué hacer, cuándo y cómo.
También recordé –al ver una escena en la que los miembros del comité dirigen a los vacacionistas en unos ejercicios a campo traviesa para reforzar su disciplina, obediencia y capacidad de convivir en comunidad– una publicidad que vi esta semana en el periódico que ofrecía viajes corporativos a Machu Picchu para medir el liderazgo dentro de la empresa y enseñar a trabajar en equipo. Objetivos no del todo distintos (los de los polacos y los de las empresas) y método exacto.
No hay escapatoria. Por todos lados hay alguien pretendiendo enseñarme, enseñarnos, su verdad, que viene en combo con su método. Cuando no es la cantaleta del buen vivir –repetida hasta la saciedad los últimos seis años en todos los espacios posibles–, asoman los señores Provida o los del grupo Somos 14 millones (que al parecer no saben contar o no quieren reconocer que no lo son) para enseñarnos lo que a su parecer es una familia: papá, mamá, hijo, hija. No conformes con eso, tratarán de imponernos su forma de vivir en una concentración a la que están convocando el 19 de mayo en Quito y Guayaquil, vía Facebook.
Sinceramente, no hay derecho. Por eso, señores de todos los credos, partidos, consultoras de RR.HH., agencias de viajes, etcétera, les pido que paren con las instrucciones, los manuales, los códigos de vestimenta, las recomendaciones o la sermoneadera… y les agradezco que me dejen vivir, o malvivir si así lo decido. Desde ya, gracias.
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Ivonne Guzmán