Mi amiga C. es una filósofa que no escribe. Ella dice que es porque no sabe escribir. Yo sospecho que es porque me ha nombrado su secretaria sin que yo lo sepa y cuando yo creo que conversamos, en realidad me está dictando. La otra noche, al calor de unas arepas y una cerveza, me hizo la siguiente revelación: “el amigo-cucharita no existe”. Le pedí que desarrollara más y esto fue lo que me contó (con algunos añadidos míos, claro; privilegio de quien transcribe):
Hay quienes pretenden tenerlo todo. Todo, a saber, es: farra loca y sin compromiso, de miércoles a sábado; y pelis, pijama y acurruque a dúo, los domingos. La lógica y los horarios que estas personas quieren aplicar a sus vidas se organizan, detalles más detalles menos, de maneras tan ideales como inviables la mayoría de las veces (claro que habrá algunas que lo logren).
Los lunes y los martes quedan reservados para los trámites de la vida cotidiana, como pagos y cobros bancarios, citas con el dentista, compras del súper porque ya hasta los ratones se quejan de que no hay comida en la casa, visitas de cortesía a la abuela, a los padres o a alguna prima en desgracia…
Ya el miércoles calientan con alguna salida al cine, al teatro, a ver partidos de fútbol en pantallas gigantes o sus sucedáneos –actividades para las cuales hay de dos a cuatro candidatos/as siempre disponibles–. El jueves hacen la ‘preli’ del fin de semana con algún evento cómico-mágico-musical dentro de la gran variedad de vernissages que ofrecen las noches citadinas, para a media noche ir a parar en algún bar o discoteca. Entonces, con el chuchaqui del viernes cantado desde el momento en que pisan el lugar, comienza la ubicación de la presa. Más tarde o más temprano la presa cae, primero de manera figurada y luego literalmente en una cama, sofá o asiento trasero o delantero de un carro.
El viernes es el bis del jueves, y el sábado el bis de los dos días anteriores, solo que éste con alguna variación, que por lo general consiste en que la juerga comienza más temprano en alguna cangrejada, parrillada o invitación con comida de por medio. Y entre tragos, besos, baile, sexo y cualquier otro aditivo la noche se decolora y llega el temido domingo.
Domingo: día de guardar, de almuerzos familiares en todas sus variaciones, de cine a las seis de la tarde, de compras de último momento, de hacer o ayudar a hacer deberes. Domingo, el día en que esas personas que el resto de la semana quieren farra loca y sin compromiso, se antojan de un cuerpo calientito y empijamado –o encuerado– con el que puedan hacer cucharita, para ver una peli, conversar o quedarse deliciosamente callados, con la confianza total del despeine y los dientes sin cepillar.
La mala noticia es que los conceptos amigo y cucharita son excluyentes. Eso dice C. Yo solo transcribo. Me explico: dos personas capaces de estar cómodas más de cinco minutos en posición cucharita, por fuerza han de ser amigas, pero no solo amigas, además han de ser pareja, compartir las citas del dentista, las visitas a la abuela y conversar de la tragedia de la prima. La cucharita demanda exclusividad. Ese es el problema.
La caza de un jueves o un viernes no está para ser cucharita de domingo, ni el más experimental de los aventureros para meterla dentro de su cuarto y de su vida, aunque sea por unas horas. Talvez C. esté equivocada (los filósofos, aunque un poco menos que los economistas, también se equivocan), pero por si no lo está yo ya me aprendí la lección: el amigo-cucharita, por desgracia, no existe.
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Cucharas. Adam Niklewicz.
Ivonne Guzmán