Alguna vez escuché que existen dos puntos en Ecuador donde todo es permitido: Baños y Montañita. Sería deshonesto de mi parte describir lo contrario, sin embargo, ¿es solo eso este lugar? ¿es solo un pueblo sin reglas? ¿es acaso tan malo vivir así, libre? Creemos que sabemos mucho de Montaña pero en realidad, sabemos casi nada. Tal vez sea hora de ir descubriendo un poco más.
“Hace 25 años aquí no había nada más que olas y buena vida” dice con nostalgia Luis Zanchi mientras caminamos las calles -en construcción- de Montañita. Algunos artesanos colombianos y argentinos nos llaman con frases amables a visitar sus pequeños puestos. Están vestidos como si no les importara vestirse, despeinados y sonrientes, como despojados de lo inútil, de lo que sobra. Me encuentro a una colombiana que me ofrece quemarme el pelo por pocos dólares. María ha sido psicóloga, dejó todo botado en Colombia y se fue a recorrer Latinoamérica. “Yo un día me cansé y mandé todo al trasto, vendí mis cosas y empecé a viajar. Tuve una niña en el camino, ahora viajo con ella”. La pequeña jugaba con uno de los perros de Montañita, los que jamás asesinaron. María trata siempre de acercarse a sus compradores, aconsejarlos. En Montañita la gente no huye de la gente, es como si por un momento, todos fueran del barrio.
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Paco Fioravanti es productor. Está haciendo un documental técnico de surf para el Ministerio de Turismo. En un par de semanas me ha enseñado tanto de surf como de humanidad. “Estoy enamorado del país”, dice con sincera inocencia, la verdad es que yo también. “Uno debe venir a Ecuador con una mentalidad y un corazón abierto, para conocerlo y disfrutarlo”, asegura este surfista workaholic de sonrisa penetrante. A veces se pierde en pensamientos. Logro mirarlo a los ojos y es un niño, como yo. La ventaja de ser niños es que puedes darte el lujo de amar las cosas de forma sencilla, de disfrutar de un paisaje, de sentir una tierra. De pisar Montañita y ver lo que los extranjeros ven, una playa de olas perfectas, gente amable y buena energía.
“Se aprende a ser feliz todos los días”, me aseguró Paco. Viví eso durante el Mundial Máster de Surf, Montañita 2013. Ver a Andrés Fernández sonreír con desesperación, junto a un pocotón de desconocidos que ni siquiera sabían que era point break, cuando pasó una ronda en la competencia fue realmente genial. Oír a Mike Latronic, una eminencia del surf estadounidense, asegurar que lo que a parte de las olas, lo que más le gusto de Montañita fueron las caras sonrientes de sus habitantes, es otro nivel. El mismo Fernando Aguerre, presidente de la International Surfing Association, aseguró que Montañita es un pueblo mágico y que de largo este mundial ha sido el mejor en la historia de esa competencia.
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¿Qué será entonces lo que ven los otros que nosotros no vemos? Montañita está siendo intervenida por distintas instituciones, estatales y privadas. Se ha dicho mucho de ella, pero ¿cuántos van en plan de cuidarla? ¿cuántos recogen las cervezas que se toman? ¿los cigarrillos que fuman? Montañita fue y sigue siendo un paraíso en la Ruta Spondylus. Hay dos mundos. El de la punta, con ese silencio profundo del agua. Y el del pueblo, con toda la mezcla de música, cultura y experiencia. A este pequeño pueblo costero aún le falta desarrollo sostenible, que va de la mano de un turista consciente. Pero es un proceso paso a paso. Como dijo Paco “no se puede llegar a la luna en un día, pero mientras, se pueden ver las estrellas”.
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Montañita está a 3 horas de Guayaquil yendo por la Ruta Spondylus. Se puede tomar el desvío por San Pablo, para llegar más rápido. En Montañita existen hostales que van desde $8 hasta $50 y hoteles que cuestan un poco más.
Montañita goza de una gastronomía internacional variada. Pizza artesanal en la punta, comida filipina en Hola ola, empanadas argentinas en una esquina, y más.
En Montañita se pueden hacer actividades de aventura como: cannopy, parapente, bicicleta, kayak, skysaling, entre otras.
Montañita es la capital del surf.
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Kristel Freire