Estamos en la era de las bebidas deportivas para el día y las energéticas para la noche, usamos las deportivas para que nos curen el chuchaqui, y las energéticas para rendir más, a la hora de la farra. Usamos todo mal y al revés, quizá por eso andamos como atontados, no paramos, estamos intoxicados de estimulantes, la vida ahora es un “Tagadá”.
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Mientras estás en tu puesto, aferrado, con cinturón de seguridad y con cara de susto, funcionas bien, la sociedad te respeta, y hasta si le haces decir cheese, el amor te sonríe; pero ni bien quieres intentar moverte, puedes salir disparado a mucharle a alguien o a trompearte con el de al lado; las reacciones ahora son así, explosivas, radioactivas, impulsivas, dañinas.
– ¡Señor del Tagadá, por favor dele más suave!
– Agárrese fuerte, no sea cobarde.
– Pero Señor del Tagadá ¡Hoy no me tomé mi bebida deportiva!
En todo este corre corre, las decisiones deben ser exactas, un café de más y quedas como mejor amiga, dos mensajes de más y quedas como intensa, un coqueteo de más y te dicen que les gusta tu amiga, dos comentarios inteligentes y te dicen que eres increíble y se largan. Una debe planear, hacer estrategias, atacar, tirar y aflojar (literalmente, en la mayoría de los casos) Es algo así como llenar de un solo color la pared del cubo Rubick fingiendo ser tonta. ¡Absurdo!
– Señor del Tagadá, haga que ese hombre increíble de al frente caiga directo encima de mí.
– ¿Es tonta o qué?
– No
– Entonces él no es para usted.
Esta máquina centrífuga nos mantiene a todos en nuestro lugar, y a la vez nos separa a nosotros mismos en capas, somos un helado de Salcedo con todo y espacio para el sabor de aguacate. Dejamos de relacionar las cosas entre ellas, la capa más pesada nos ata al piso y la más liviana comienza a flotar sobre nosotros, dejamos de reconocernos como un todo. Podemos ser máquinas de trabajo sin salud, millonarios sin amor, apasionados sin plata. Las ataduras permanecen, los sueños se esfuman, nos preocupamos por lo que quieren que seamos y no por lo que somos, queremos estar acompañados sin haber aprendido a estar solos, queremos que nos acepten como somos pero ocultando nuestras debilidades, y entre todo este intento por igualar el tamaño e importancia de las capas mediante decisiones superficiales, queremos amar a alguien.
– Señor del Tagadá ¡Pare esto! ¡Me bajo!
– Le recuerdo que usted misma quiso acelerar la ingesta de su helado sabor a aguacate, el más feo.
– Sí pero ya decidí que es mejor darle el tiempo necesario y así sea feo, disfrutarlo
– Quizá una bebida energética la vuelva a poner en las revoluciones necesarias para saltarse procesos.
– No señor del Tagadá, devuélvame mi helado sabor a aguacate porque me voy al gusanito. Además ya entendí que hay que comerse todas las capas del helado para llegar al palo.
Rose Regalado